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1968; Cuando el pueblo habla el gobierno tiembla

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El cuarto informe de gobierno de Gustavo Díaz Ordaz era muy distinto a los anteriores, se respiraba un espesor en el aire, la tensión del ambiente causaba incertidumbre y miedo dentro del gobierno, por primera vez lo estaban haciendo temblar. Una crisis política acechaba, cautelosamente, entre las sombras el sexenio de Díaz Ordaz, y éste, utilizando todo menos la inteligencia, decidió alzar la voz con tono amenazante, “Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite”.

Lo anterior se tomó como una advertencia, que en su momento fue aplaudida por los que secuestraron la democracia e ignorada por los medios de comunicación, sin embargo, la lucha de los jóvenes universitarios por la libertad continuaría llegando a su clímax el 2 de octubre de 1968.

Una aglomeración conformada de estudiantes, profesores, intelectuales, amas de casa, obreros, se reunió en la plaza de las tres culturas para protestar, una vez más, contra el gobierno, mas no sabían que entre la gente estaban algunos hombres vestidos de civiles y con un guante blanco en la mano izquierda, llamados “Batallón de Olimpia”, esperando sigilosamente la señal que les permitiera abrir fuego contra los protestantes, mientras subían al tercer piso del edificio Chihuahua. El ejército por su parte, vigilaba que en la manifestación no hubiera alguna clase de disturbio.

Finalmente, las manecillas del reloj marcaron la hora del terror, a las 6:10 de la tarde un helicóptero sobrevoló la plaza lanzando dos bengalas de un color verde muy intenso, los manifestantes quedaron hipnotizados ante esa luz, poco después el miedo se apoderó de la multitud, desde la terraza el orador de ese momento intentaba tranquilizar a la multitud diciendo “Solo tratan de provocarnos”, pero luego desde el tercer piso empezó una ráfaga de disparos contra las personas que se encontraban abajo, incluyendo al ejército, el cual reaccionó disparando a sus agresores y en un momento de confusión, o eso parecen decir, atacaron a los manifestantes.

Según el relato del periodista Francisco Ortiz Pinchetti, aquellos que iniciaron la matanza se comunicaban entre sí como “Blancos”, y confesaron, después de haber sometido a los líderes estudiantiles, “Nosotros somos el batallón Olimpia”.

Al día siguiente, la versión oficial decía que habían sido los estudiantes quienes iniciaron la balacera, argumento que defendió Gustavo Díaz Ordaz hasta su muerte. Los datos oficiales, en esos días, dieron a conocer que la cifra oficial fue de 29 muertos, sin embargo, según datos no oficiales la cifra de muertos se extendía a 300 y 325.

En 1977, Gustavo Díaz Ordaz fue nombrado embajador de México en España, y al ser cuestionado por la matanza de su sexenio, respondió con la frente en alto que estaba orgulloso del año 1968, porque le permitió servir y salvar al país, Salvó al país de “un gripo de jóvenes que tenían la creencia de que eran capaces de ser libres y de vivir una vida sin la interferencia del “Señor Presidente”, la Iglesia, o nuestros padres”, como bien lo dijo el historiador Sergio Aguayo.

Han pasado 49 años desde la matanza de Tlatelolco, el gobierno ha decidido apostarle al olvido, y nosotros a la memoria, pues la importancia de éste evento reside en la valentía de los caídos, pues lucharon en una época donde participar en una manifestación bastaba para ser llamado “comunista”, hacer uso de la libertad de expresión equivalía a ir a la cárcel, desparecer, o ser asesinado por un gobierno intolerante que tenía miedo de perder su reinado, su hegemonía.

Desde entonces no mucho ha cambiado y como ejemplo podemos recordar a los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa en septiembre del 2014, o la matanza que vivió Nochixtlán, Oaxaca en el 2016, donde se reafirmó la voluntad del gobierno por mantenernos sumisos. Y hoy, en el 2017 y a vísperas del 2018, año de las elecciones federales, la labor que tenemos los jóvenes, sin importar el grado de escolarización, es informarnos y no olvidar que cuando el pueblo habla, el gobierno tiembla.

Tomás de Aquino resaltó siempre el valor de la obediencia y catalogó a la sedición como un pecado grave, sin embargo, también dijo que el deber de la obediencia cesa ante el Príncipe injusto, entonces la sedición deja de ser pecado y se convierte en una laudable virtud frente a los tiranos. Nuestro estómago, influenciado por la rabia y la impotencia, podría decir que el camino es una revolución armada, y lo cierto es que este pensamiento es erróneo pues traería como consecuencia la desestabilización del país.

Por otro lado, una sociedad informada, con sus ideales bien establecidos, dispuesta a enfrentar las cosas que vienen tal y como vienen mediante una resistencia civil pacífica, está destinada al triunfo. Y es necesario no ceder un solo centímetro de nuestro camino al conformismo, si las inclemencias del clima hacen su aparición, entonces marcharemos bajo la lluvia, si vemos a los tanques de guerra en el horizonte seguiremos caminando con paso firme, pero no podrán detenernos.

Si como una medida desesperada deciden desenfundar sus armas para posteriormente abrir fuego en nuestra contra, y al impactar sus balas con nuestros cuerpos, nosotros caemos, no porque nos hayamos rendido, sino porque somos mortales, ellos se darán cuenta de dos cosas, de la voluntad de acero que poseemos, y que podrán matar nuestro cuerpo, pero jamás matarán nuestro espíritu de lucha, y mucho menos la voz de la historia.

Así como en 1968, los reclamos siguen siendo los mismos, nuestra lucha es por la libertad, no la represión. Por la educación, no la ignorancia. Por la justicia y no la impunidad. Por la historia y no el olvido.