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Confesiones prematuras, por José Miguel Rosado Pat

1847

Desde muy chamaco me recuerdo, inquieto. Solitario, extrovertido en público, introvertido en casa. Tengo grabado en la memoria a aquél niño sentado en el suelo que se pasaba horas armando castillos y acomodando soldaditos de plástico y fierro de todos los colores y épocas: vikingos, caballeros medievales, húsares, casacas rojas y azules, ejércitos de la Segunda Guerra Mundial y hasta vaqueros del lejano oeste (far west). Unos años más tarde encontré los juegos históricos de estrategia de computadora, fue a partir de las campañas de sus personajes que comencé a interesarme por la historia Antigua y, particularmente, en la Edad Media. El juego, era en realidad una forma de evadir a la angustiosa situación que vivía en el hogar (si así pudiera llamarle hoy día) marcó mi vida por completo. El juego es una de las pocas acciones que los seres humanos hacemos con la mayor libertad, su condicionamiento es mínimo y a decir del célebre psicólogo Jean Piaget “es la actividad libre por excelencia”. El juego, definitivamente, sería tema de un artículo especializado de decenas de páginas y no es éste el caso ni la ocasión.

Le cuento que, cuando comencé a escribirlo, pensé en titularle, Confusiones prematuras, a raíz de una charla-entrevista que sostuve el domingo pasado con el caricaturista michoacano Eduardo del Río “Rius” y a propósito del título de su último libro Mis confusiones, sin embargo, opté por la parte seria y dejarlo en confesiones.

 

Les confesaba, fui un niño lo bastante solitario para reflexionar y demasiado acompañado como para decir que nadie me pelaba. Siempre he tenido muchos primos y tíos, especialmente los maternos, con quienes más he compartido y partido, y no necesariamente frutas. A los seis años ingresé a la escuela primaria pública Alfonso N. Urueta Carrillo, cuyo himno, canto y recuerdo a solas como parte de una infancia marcada por la constante participación en actos cívicos, bailables, desfiles, festividades tradicionales y el afecto de mis profesores y compañeros. Siempre me es grato saludar a muchos de esos compañeros y compañeras de juego con quienes guardo, todavía, una entrañable amistad. El tiempo pasó y con los pantalones largos– al tono del gran señor Alberto Cortez- me llegó la adolescencia. Atravesaba momentos turbulentos en muchos aspectos de mi vida por lo que, al ingresar a la secundaria, nuevamente, busqué otro efugio. En el primer año, gracias a la confianza de mis compañeros del primer grado grupo “C” (¿A poco no, me leyeron muy político?) resulté elegido para ser el alumno B del grupo. Se preguntarán ¿Por qué B? ¿De bueno? No, sino el que va y viene por las copias y cuanta cosa decidan hacer en la escuela, ya saben, debiera llamarse el alumno P. La experiencia fue enriquecedora. De ahí en adelante participé en el concurso de declamación cada año, en la Sociedad de Alumnos, en las labores de los ex-alumnos, en la fundación de la biblioteca, en la reposición de computadoras para el taller, etcétera, etcétera. En el tercer año, como dirigente, a pesar de la poca disposición de la directora en turno, se logró cumplir parte del plan de trabajo. Ese año fue como un curso for dummies intensivo de “grilla” magisterial.

 

Descubrí que la clave era mantenerse ocupado el mayor tiempo posible y sí que lo logré. Ese mismo año me invitan los profesores de enlace magisterial a participar, activamente y por primera vez, en una campaña política, donde establecí amistad con los profesores, tanto de la sección 33 como de la 57 y con el actual líder del Sindicato Estatal, Rigoberto Cervantes.

 

Después de la contienda, a invitación de un amigo cercano, comienzo a militar en las filas del tricolor en el sector juvenil del partido, el Frente Juvenil Revolucionario, dónde organizamos la campaña Moloch, de venta de libros a precios económicos en la Casa del Pueblo. Los dirigentes eran el actual diputado federal Alberto Escamilla Cerón y, la Secretaria General, María Cetina Lope, actual Directora de Desarrollo Social en SEDESOL estatal. En ese sector estuve a cargo de la cartera de Gestión Política, contando con dieciséis años de edad. Ya como alumno de la Escuela Preparatoria Uno de la UADY, participo en el consejo estudiantil desde donde gestioné baquetas, un tambor y una trompeta para la banda de guerra, entre otras muchas actividades que organizamos. Cuando decidí aspirar a ser Consejero Alumno y no pude por no contar con el promedio que establece la normativa universitaria, me llevé una de las lecciones más importantes que he tenido, descubrí que son pocas las personas que conocen la lealtad y que, incluso, como que la amistad se les comienza a olvidar una vez que hay rey nuevo. Desde eso me jure no hacerlo cuando me toque presenciar el cambio de rey; ser siempre agradecido es mi regla de vida. Cinco años después regresé a mi preparatoria, con la enorme satisfacción de hacerlo para hacer entrega de los mil libros recolectados durante la Primera Colecta Universitaria de Libros de Texto, distribuyéndose, acorde las necesidades específicas de cada preparatoria, entra la Uno y la Dos.

Siempre he hallado como ocuparme. En un principio para no llegar a casa, después, simplemente por el gusto de servir, aunque suene a verdad de Perogrullo y a retórica pura. Reivindico de antemano: no es adorno personal, solamente narro las cosas como han sucedido con la suficiente confianza para hacerlo del conocimiento público y si no fuera verdad, exponiéndome a la contradicción inmediata de quien pudiera tener otro argumento, lo cual es imposible, pues ésta es la puritita verdá.

 

Tengo muy presente un diálogo entre un amigo médico y yo, quien, almorzando, me preguntó que cómo le hacía para siempre resurgir y revivir después de los intentos por aislarme de algunos adversarios (que por lo general son de a gratis y a veces ni los conocemos), a lo que le respondí que solamente hacía lo que sabía hacer. Como a muchos, que se sorprendieron cuando en 2011 junto con otros amigos y amigas estudiantes de diversas licenciaturas, fundamos la revista Voz Activa, siendo presentada en el Teatro Universitario por el rector Alfredo Dájer Abimerhi (2007-2014) ante funcionarios públicos y universitarios, profesores, estudiantes y medios de comunicación.

 

A mi corta edad, estoy tan agradecido con la vida, porque siempre me “jala de la oreja” cuando me desocupo. En fin. El estar siempre ocupado es la lucha constante de la vida, lo entendí después de mucho tiempo aunque menos mal que de joven pues hay tiempo suficiente, porque el tiempo nunca sobra. Nos leemos en las próximas confesiones.

 

 

José Miguel Rosado Pat