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Del fanatismo al terrorismo

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Fue un martes 11 de septiembre cuando se suscitó uno de los actos más atroces de la era contemporánea. Aunque ya han pasado más de tres lustros después de este acontecimiento, el grado de indignación sigue siendo el mismo al observar imágenes de aquel día. Sin duda, se trató de una tragedia sin precedentes.
 
El atentado a las Torres Gemelas en New York fue un acto cobarde de violencia que les arrebató la vida a más de 3000 personas. Los peor es que, quienes murieron en el interior de estos edificios impactados por aviones secuestrados, eran gente inocente, en su mayoría trabajadores que se encontraban cumpliendo su rutina laboral diaria. 
 
El World Trade Center no era zona de combate, ni mucho menos hubo declaración de guerra alguna por parte de los agresores. Fue un grupo de odio el que se dedicó a organizar, planear y ejecutar este crimen contra la humanidad. Las víctimas fueron mujeres y hombres sin culpa. 
 
El fanatismo es peligroso desde cualquier punto de vista, pues la intolerancia es generadora de conflicto. El derecho de cada persona de contar con una ideología propia es innegable, pero todo individuo debe de aprender a respetar a los demás miembros de la comunidad. 
 
El egoísmo es el gran enemigo de los valores humanos. El odio es una expresión de este sentimiento tan nocivo para el tejido social. La dignidad humana debe estar presente en todo modelo de pensamiento, independientemente de etnias, creencias religiosas, posiciones políticas, sexo o raza. 
 
Mientras siga habiendo violencia e injusticias ocasionadas por la animadversión, de poco servirá el disponer de los avances tecnológicos y científicos que hemos alcanzado. El verdadero desarrollo debe ir acompañado de un sentido de compromiso social para ser efectivo. La paz es el mayor impulsor del crecimiento de las comunidades. Seamos promotores permanentes de la sana convivencia y fomentemos la inclusión.