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Democracia e instituciones en México… por el camino de la traición

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En estos días de un fin de semana largo por el día inhábil me relaje, si así puede afirmarse, viendo la serie “El encanto del águila” producida por Televisa sobre los hechos históricos de la revolución mexicana. Analizando en cada capítulo la gesta de los hoy considerados héroes revolucionarios me permiten establecer los parámetros generales de la clase política mexicana.

Nos dicen, por la historia oficial, que la Revolución Social Mexicana fue una etapa de importancia en la construcción del México moderno. Sin embargo, es fácil darnos cuenta de que aún con los beneficios sociales que se consiguen por la lucha revolucionaria, no se logró consolidar un proyecto de nación que respondiera a las exigencias de justicia social, seguridad jurídica, el bien común, la paz y la armonía social.

Al igual que en la independencia, los mexicanos sufrimos en la revolución, del constante enfrentamiento de polarizadas posturas con respecto al país y al gobierno. La clase política que tiene en sus manos los procesos de toma de decisión se enfocaban en los intereses particulares que estaban por encima de las necesidades nacionales. En la lucha del poder era por el poder mismo.

Esto condujo al continuo enfrentamiento y como parte de una disfuncionalidad y desintegración el uso de la conveniencia para establecer alianzas con unos y romper con otros. La traición era entonces un ingrediente que reforzaba la incertidumbre y la desconfianza institucional. Madero fue traicionado por Victoriano Huerta. Villa se enfrente con Carranza. Obregón iba y venía como el viento le favoreciera.

¿Algo ha cambiado hoy en día?

A pesar de la consolidación de la democracia, parece que la historia es cíclica y muchas cosas el pasado se repiten. Hoy vemos grupos en pugna política que no les importa poner en riesgo la estabilidad, la paz y la armonía social por estar envalentonados en la lucha de intereses particulares.

En los senos de los partidos se hacen alianzas y se traicionan los aspirantes y suspirantes con compañeros. No importa conservar lealtades. El fin es práctico y previsible: es la luchar del poder para llegar al poder.

Parece entonces que el idealismo no tiene cabida en un sistema que los mexicanos hemos construido, tolerado y consolidado. Dejemos la hipocresía de pedir resultados a los gobiernos cuando desde nuestra posición no importa retorcer la ley para obtener más fácilmente un beneficio. Una paradoja que domina la realidad ciudadana.

México está entrando al siglo XXI no siendo una sociedad civilizada. La propia tecnología de nuestra época únicamente ha potencializado la visualización de nuestra realidad. Es la polarización política el mayor lastre que nos impide construir una democracia realmente participativa y congruente con el interés público, la justicia social y el bien común. Difícil construir diálogo que permita encontrar soluciones a los problemas sociales en este clima hostil e intolerante.

Analizando a profundidad México no ha cambiado. Sigue siendo el país bronco y envalentonado. Aquel que no le importaría quitarse el enemigo a punta de plomazo con tal de mostrar “los huevos” que nos hacen valientes, que nos proyectan como  “machos”.

Por lo cual la solución no se encuentra ni tirando un régimen político ni tampoco votando por un partido contrario para “castigar”. El que venga puede ser tan igual como peor del antecesor.

Es por ello que debemos ver hacia adentro de nuestra propia esencia como mexicanos, lo que somos y como somos. Superar la visceralidad para imponer el uso de la razón en la comprensión de nuestra realidad. Pero lo más importante, dejar fuera del alcance la diferenciación ideológica y partidista para que sea sustituida por la lucha de los intereses colectivos.

Hay que hacer que las cosas funciones y pasen. Inadmisible que tengamos que estar pasivos ante las oportunidades de cambio y transformación social. No es cuestión de obstaculizar al diferente, sino de construir un puente de entendimiento que nos lleve a todos a los resultados que todos necesitamos. No es el uno que espera a todos, ni todos que están esperando a uno. Es el “todos con todos”

Idealista… puede ser.

Que lo necesitamos como país… puede ser.

Lo que no puede ser es que continuemos estancados en nuestros prejuicios y estereotipos que nos impiden avanzar.