Inicio Análisis político Columnista MPV Divorcio y nuevo matrimonio: ¿infierno seguro?

Divorcio y nuevo matrimonio: ¿infierno seguro?

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Psicóloga Deya Álvarez.

            No todo lo que brilla es oro, expresa un conocido dicho; y así es. El único oro real se llama Jesucristo. Y su brillo, es el que debe verse a través de nosotros, pues el nuestro por sí mismo, no tiene punto de comparación, siendo más oscuridad que luz, como diría el Apóstol Pablo. Al recibir a Jesús en nuestro corazón como único Señor y Salvador, y confesarlo con la boca, nos convertimos en piedras preciosas, que ingresamos en un proceso de transformación continuo, en las manos del alfarero, hasta ser más como Él y menos como cada uno. Pero ser salvo, no significa ser maduro. Y ser justo, tampoco significa ser bueno. La salvación debe cuidarse con temor y temblor, con reverencia y respeto, eligiendo caminar en santidad y ya no como antes se hacía, en el mundo de las tinieblas, ya que por más “bueno” que se haya sido antes (actitud farisaica; falta de humildad), Dios está interesado en los corazones y no tanto en las acciones, viniendo la salvación por fe en Jesús y no por obras para que nadie se gloríe. ¿Jesucristo vino por los perfectos y sabios en su propia opinión, que juzgan con dureza a los demás como “impíos y pecadores”, o por los enfermos, quebrantados de corazón, que necesitan la cura eterna que Él ofrece? La respuesta bíblica, si queremos ser muy exactos, es que Jesús vino por los “perdidos”, por esa oveja que se salió del redil, y con amor, quiere hacerla regresar al rebaño. Él, nos amó a todos, no “mal miró” a nadie, su misericordia fue y es infinita. No todo el que “juzga a otros” tiene la razón, pues sólo Dios conoce historias con exactitud y mira los corazones. Los que así proceden, juzgando con dureza a los demás, a quienes no conocen, y además si revisáramos sus vidas, a manera de auditoría, nos encontraríamos probablemente con cosas peores a las que ellos juzgan, la biblia les llama “hipócritas”, pues dan apariencia de piedad pero con sus actos la niegan. En el caso del divorcio y las nuevas nupcias, cada caso es particular, existiendo situaciones donde continuar significaría atentar en contra de la propia vida, y resignarse a un infierno en la tierra. Sin embargo, estas son las excepciones, y no la regla, estando muy consciente como cristiana e hija de Dios, pese a ser psicóloga y próximamente abogada, que nuestro Padre ama e instituyó a la familia, como núcleo de la sociedad, y que ella debe ser protegida, siendo el matrimonio, la base del mismo, al proveer de derechos y obligaciones a ambos cónyuges. Debo confesar, que yo antes de conocer casos específicos que bien lo ameritaban, no creía en el divorcio. Era una férrea defensora de “hasta que la muerte los separe”, y de lo que “Dios unió no lo separe el hombre”. Pero ¿y si la muerte proviene de adentro del vínculo?, y ¿si Dios no fue el que los unió en realidad, estando ese matrimonio fuera de su voluntad buena, agradable y perfecta? Cada caso es distinto, y sólo el necio juzgaría a todos por igual, sin conocer lo que a Dios le importa, que no son tanto las reglas, sino los corazones. David, adulteró y asesinó; pese a ello, fue un varón conforme al corazón de Dios. Significa entonces que esta ¿es una carta abierta para pecar? No; es todo lo contrario. Es un recordatorio, que pese a todo lo malo, si el corazón está centrado en Dios, Él puede transformar, redimir, liberar, sanar y salvar. Es preciso en este ámbito del divorcio y las nuevas nupcias, distinguir entre varios casos posibles, mismos que enlistaré y expondré lo que dice la biblia, así como mi opinión personal, la menos importante, pero igual valiosa para Dios, a quien le importa lo que pensamos, sentimos y experimentamos:

A. Se casaron por amor (de ambos).

  • Eran maduros y Dios era el centro de sus vidas (matrimonio recuperable)
  • Era amor de mundo, y no conocían a Dios (recuperable)

B. Se casaron sin amor y sin conocer a Dios, por otros motivos: presión social, interés, manipulación.

  • Eran inmaduros, y con el pasar de los años se aprendieron a amar (recuperable)
  • Pese al paso de los años, no se amaron, y los problemas fueron aumentando: infidelidades mutuas, violencia, acoso, manipulación (separación recomendable y divorcio como último recurso, si uno o ambos ya no están dispuestos a continuar, estando en su pleno derecho de rehacer sus vidas ambos). Aunque conozcan de y a Dios, tiempo después, pueden ser plenamente conscientes de que no nacieron el uno para el otro, y de que sus incompatibilidades o diseños, no concuerdan. No es culpa de nadie, simplemente, así es. Hay personas que embonan, y otras no, y nadie puede forzar a otra persona a amarla, en contra de su voluntad.

Dios, puede obrar en la vida de cualquiera, sí; pero es todo un caballero, Él no obliga a nadie. Y si Él no lo hace, ¿por qué existen personas que, pasando sobre los derechos de otros, quieren coaccionar a otras para continuar en una relación que nunca fue ni será sana (a la fuerza ni los zapatos entran)? Hay casos de parejas, que nacieron para continuar, y otros, para perecer. Si desde el inicio, no existió una solidez en la elección ni de pareja ni de matrimonio, el fracaso en el mismo aumenta su probabilidad de ocurrencia. Por el contrario, si la elección más importante de la vida, después de la aceptación de Jesús en el corazón, se hace con Dios como centro y guía, de manera consciente, voluntaria, por los motivos correctos, las posibilidades de éxito aumentan de manera significativa. Existe un tremendo tabú, e ideas equivocadas, sobre todo en la comunidad de creyentes cristianos, acerca del divorcio y las nuevas nupcias, pero creo que se aplicaría más a una situación en particular, que es cuando ya se es pastor de una iglesia, se conoce a Cristo, se cuenta con una esposa y una familia, y a aparece una tercera en discordia. Ahí sí, es adulterio, y el divorcio como tal no estaría justificado. Muy distinto es el caso, de por ejemplo, un nuevo creyente, que se casó sin estar enamorado, ni amar, por obligación, presión de la pareja y familia, por comodidad o interés, demostrando, sí, inmadurez, pero quizá era demasiado joven y no conocía a Cristo. Este nuevo creyente, supongamos que ya había iniciado su proceso de divorcio mucho antes de conocer a Cristo, y aun conociéndolo, sigue en su corazón con la misma decisión, pues a través de los años, y tras infidelidades mutuas, violencia, falta de compatibilidad, confianza y amor, el vínculo que de por sí no había, terminó por desaparecer. Él ya estaba separado física y emocionalmente de ella, desde hace mucho. Pese a muchos que no entendieron su situación particular, y quisieron manipular las situaciones para que él “cambie de opinión”, él decide continuar con el proceso de divorcio, justo y necesario, y lo logra: al fin es libre, para dedicarse no sólo a Dios, sino a reconstruir su vida, con una pareja que también ame a Dios, y no sólo eso, a quien él ame, se gusten, sean compatibles, y sea recíproco; tiene derecho a una vida libre de violencia, con gozo y en paz. En este caso, no siendo pastores, ni siendo creyentes de corazón, al dar el paso tanto del matrimonio como del divorcio, antes de su conversión total, es comprensible la situación, y no sólo eso, justificable bíblicamente (a casusa de la infidelidad…mutua en este caso hipotético). Aunque Dios quiere a las parejas restauradas, hay casos en que la separación definitiva, es la mejor solución, pues jamás fueron pareja como tal. Si hay algún hijo de por medio, y este del ex, y no producto de una infidelidad, lo que procede es hacerse cargo del mismo, en la medida de las posibilidades, pero contando cada quien con su espacio, ya que así es mejor para todos, inclusive para el niño, quien tiene derecho a vivir también, en un ambiente libre de violencia, y con el amor de sus padres, por separado, y no con la frustración de ambos viviendo juntos pero distantes y en controversia continua.

En resumen, debe intentarse hasta lo último para recuperar el matrimonio, pero como todo en la vida, sólo funciona si las dos partes están interesadas, no sólo una, pues hacerlo de otro modo, implicaría coerción, manipulación, chantaje, y acciones contrarias a la voluntad de Dios, quien reitero, es todo un caballero. Si hubo amor, las cenizas quedan, y puede recuperarse. Si jamás lo hubo, se puede intentar, pero jamás obligar a otro ser humano. Si ambos consienten que lo mejor es separarse y divorciarse, así como rehacer sus vidas, buscando cada uno más de Dios, y llega a su vida una nueva pareja, que esta vez sí es elegida con sabiduría y madurez, por Dios, siendo compatibles y teniendo una misión juntos, adelante. No hay porqué sentirse juzgados, cuando pecado como tal no existió, pues el adulterio por definición implicaría: estar casados, viviendo juntos los esposos, y uno de ellos, al mismo tiempo, sostener relaciones sexuales tanto con su cónyuge como con otra persona. Pero, si con la tercera persona no hay relaciones sexuales, por ejemplo, no hay adulterio ni fornicación como tal. Así que no aplicaría. Y si no es pastor el que se está divorciando, o el divorciado, es mucho más comprensible. En resumidas cuentas, quien se crea santo, obra terminada y esté libre de pecado, que se atreva a tirar la primera piedra… Nadie lo haría en su sano juicio, pues precisamente eso le faltaría: sanidad en su juicio. Vivamos y dejemos vivir, cada quien con su vida y Dios en la de todos, siendo Él, quien conoce historias y corazones, viendo todos los demás, las sombras proyectadas de nuestros propios interiores, que queremos ver. Dime ¿qué ves? Y te diré ¿quién eres?