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El suicidio, presente en el mundo de las letras

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Depresión, soledad y diversas enfermedades físicas y mentales son algunas de las causas por las que escritores de todos los tiempos, la mayoría ya con una obra reconocida, han decidido escribir su propio final, acabar con su vida de manera trágica y/o violenta, recurriendo al envenenamiento, disparos y hasta por harakiri. Ernest Hemingway (1899-1961) es uno de ellos, pues con una deteriorada salud y delirios de persecución recurrió a una bala para acabar con su dolor e iniciar su leyenda.

El autor de obras como El viejo y el mar (1952) y Por quién doblan las campanas (1940) había vivido muchos años en Cuba, en Finca Vigía, donde afirmaba ser feliz, y aunque al triunfo de la Revolución Cubana, en 1959, parecía tener buenas relaciones con el comandante Fidel Castro, acabó por abandonar la isla en julio de 1960, dejando atrás una biblioteca de más de cuatro mil libros y hasta manuscritos inéditos en una bóveda bancaria.

Allí debió comenzar su deterioro, pues según sus biógrafos, fue tras su salida de Cuba que el Premio Pulitzer 1953 y Nobel de Literatura 1954 comenzó a manifestar graves dolencias, que se complicaron con los estragos de una vida llena de alcohol y al parecer con una hemocromatosis, enfermedad congénita que impide metabolizar el hierro y culmina con deterioro físico y mental, que lo habría conducido a una profunda depresión que lo llevó a dispararse con su escopeta favorita el 2 de julio de 1961.

Tiempo después se supo que esta enfermedad le fue diagnosticada a principios de 1961 y que también la habían padecido su padre y sus hermanos, quienes se suicidaron antes.

Pero Hemingway no es un caso aislado, a lo largo de la historia han sido muchos los escritores que, atormentados por sus circunstancias, han puesto punto final a su existencia. Por ejemplo, Séneca, uno de los máximos representantes del estoicismo tardío, a quien se deben diversos diálogos filosóficos, obras de teatro y cartas, y quien en el año 65 d.C., al ver perdido su prestigio ante el emperador Nerón, intentó quitarse la vida, primero cortándose las venas, luego con cicuta y finalmente asfixiado en el vapor.

Entre los casos que han conmocionado destaca el del escritor y crítico literario japonés Yukio Mishima (1926-1970), uno de los principales estilistas del lenguaje japonés de la posguerra y de los máximos exponentes de la literatura de su país durante el siglo XX. Autor de unas 40 novelas, las últimas cuatro de ellas (El mar de la fertilidad), testimonio ideológico en defensa de los valores tradicionales y a favor de devolver su poder al emperador, murió el 25 de noviembre de 1970, a causa de un ritual largamente planeado, pero mal ejecutado, pues la decapitación no ocurrió de manera inmediata ni a manos de un solo guerrero.

El 16 de abril de 1972, enfermo y aún deprimido por la muerte de su amigo Mishima, el también escritor japonés Yasunari Kawabata (1899-1972), autor de La casa de las bellas durmientes, quien le había ganado el Premio Nobel de Literatura en 1968, también decidió quitarse la vida, éste de manera discreta, en un departamento a orillas del mar, al parecer por inhalación de gas.

Emilio Salgari (1862-1911) fue un escritor, marino y periodista italiano que destacó por sus historias de aventuras ambientadas lo mismo en Malasia que en el Caribe, en la selva hindú que en el desierto africano y que se hizo popular en América durante los años 70 y 80, sobre todo por personajes como el pirata Sandokán y el Corsario Negro.

Agotamiento y desequilibrio psíquico, aunado a la locura de su esposa, lo llevaron a matarse mediante el seppuku o harakiri japonés, dos años después de haberlo intentado por primera vez. Se sabe que dejó tres cartas: a sus hijos, editores y directores de diarios de Turín. A los segundos pidió pagar sus gastos funerarios, en compensación por la miseria a la que lo habían sometido a él y a su familia.

El húngaro Sándor Marai (1900-1989) destacó sobre todo por su obra narrativa y sus libros de memorias que dan cuenta de las convulsiones de la primera mitad del siglo XX en su país. Radicado en Estados Unidos desde finales de los años 70, se dice que la muerte de sus tres hermanos, su mujer y su hijo, en menos de dos años, lo sumieron en la soledad y la depresión que lo llevó a darse un tiro en la cabeza, en febrero de 1989, poco antes de la caída del Muro de Berlín.

Del argentino Leopoldo Lugones (1874-1938), uno de los principales exponentes del Modernismo, pionero de la ciencia ficción y la literatura fantástica en Argentina, y de los primeros de habla hispana en experimentar con el microrrelato, se dice que ingirió cianuro de potasio con whisky para quitarse la vida, al parecer por un amor imposible con una joven estudiante. La tragedia abarca a otros miembros de su familia en diversas generaciones.

Así ocurrió también con el escritor uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937), quien por cierto admiraba a Lugones. Maestro del cuento latinoamericano, autor de Cuentos de amor, de locura y de muerte, quien harto con la tragedia que parecía perseguirlo y sufriendo por un cáncer de próstata que lo aquejó varios años, decidió beber cianuro para adelantarse a su destino.

“Queridos amigos: debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida”, así se despidió del mundo el escritor cubano Reinaldo Arenas, autor de obras como Antes de que anochezca, quien enfermo de Sida y cansado de una lucha de más de 30 años, preparó un cocktel de pastillas que ingirió con alcohol para poner fin, el 7 de diciembre de 1990, a las penurias y la enfermedad que atribuyó al exilio y al dictador Fidel Castro.

TAMBIÉN MUERES HAN SUCUMBIDO A LA NECESIDAD DE LA MUERTE

En la historia de la literatura las mujeres también han sido víctimas de las ideas suicidas, sea por desequilibrios nerviosos, soledad o decepciones amorosas, entre los casos más sonados están los de la argentina Alfonsina Storni, a quien en 1935 le detectaron cáncer de mama que obligó a una mastectomía, lo cual recrudeció su frágil salud mental. El 25 de octubre de 1938, enferma y con grandes dolores dejó su habitación de hotel para perderse en el mar de la playa La Perla. Su suicidio inspiró la canción Alfonsina y el Mar, de Ariel Ramírez y Félix Luna, que la ha inmortalizado acaso más que su obra.

Una de las figuras del vanguardista modernismo anglosajón y del feminismo a nivel mundial es la escritora británica Virginia Woolf (1882-1941), miembro del llamado movimiento de Bloomsbury, popular por obras como Las olas (1931), La señora Dalloway (1952) y Entre actos (1941), quien hoy se sabe que padecía trastorno bipolar. Decidió quitarse la vida el 27 de marzo del 41, aquejada por los síntomas de una recaída emocional. Vox populi se sabe que llenó de piedras los bolsillos de su abrigo y se arrojó a las aguas del río Ouse, cerca de su casa. Su cuerpo fue hallado hasta el 18 de abril.

Miembro de la Generación de los 30, la poeta italiana Amelia Rosellini (1930-1996) creció en el seno de una familia perseguida por sus ideas políticas, destacó por su obra plurilingüe (publicó en italiano, inglés y francés) y por el uso de la lengua como si fuera música, con alcance universal. Fue diagnosticada con esquizofrenia paranoide desde los 39 años y estaba establecida en Roma, el 11 de febrero de 1996, cuando en medio de un cuadro de fuerte depresión se arrojó del quinto piso de su edificio.

Y el 11 de febrero, pero de 1963, también se había suicidado Sylvia Plath (1932-1963), poeta estadounidense, precursora de la poesía confesional y autora de la novela semi-autobiográfica La campana de cristal. Se dice que una infidelidad de su esposo Ted Hudghes detonó la crisis que la llevó a matarse cuando contaba con 30 años de edad.

También muy joven murió la poeta y traductora argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972), quien a los 36 años no pudo más con sus crisis depresivas y su adicción a los fármacos, la mezcla de su vida y su poesía y la etiqueta de enfant terrible que cargaba a cuestas; y tras dos intentos fallidos de matarse halló la dosis fatal de seconal (50 en un fin de semana) para finalmente lograr su cometido.