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Elí, Elí, ¿lemá sabactaní? … Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

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HOMILÍA

DOMINGO DE RAMOS

Ciclo A 

Is, 50, 4-7; Fil 2, 6-11; Mt 26, 14- 27, 66.

 

“Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?… Dios mío, Dios mío,

¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46).

 

Ki’ olal lake’ex ka ta’ane’ex ich maya, kin tzik te’ex kimak woolal yetel in puksikal. Bejlaé ki’inbensik domingo Ramos, tu’ux k’ajoltik u okoj kimak olal Jesús te Jerusalen yeteel uyik u xóokil muk’iaj, dsíita’an tumen kilich Mateo.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre en este Domingo de Ramos, inicio de la Semana Santa; y les deseo todo bien en el Señor.

Además de recordar la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, escuchamos luego el santo evangelio que nos presenta la lectura de la Pasión del Señor según san Mateo. Todos los que gozamos de salud y podemos estar de pie, aunque nos cansemos un poco, con mucho provecho atendemos a la lectura corrida de toda la Pasión del Señor. Es un sacrificio que vale la pena aceptar de buena gana y como expresión de amor, en correspondencia al gran amor de Dios por nosotros. Nos conviene escuchar con mucha atención y adentrarnos en esta lectura de modo que nos sintamos parte del episodio, como si estuviéramos presentes en ese momento que tanto ha dejado a la historia humana, al grado de poder contemplar las actitudes de todos los participantes en este relato; y sobre todo valorar el sacrificio del Hijo de Dios, hecho por ti y por mí.

Y nos conviene continuar con la meditación de esta Pasión según san Mateo, releyéndolo durante la semana todo o por partes. También con la oración del Santo Viacrucis hecha en el templo, en la casa o en el automóvil, si tenemos un disco donde escucharlo, o quizá en cualquier lugar que podremos santificar con nuestra oración y meditación. Otro modo de hacerlo será asistir o participar en alguno de los muchos viacrucis que se realizarán por las calles de nuestras colonias, pueblos y ciudades. Ver alguna de las películas de la Pasión del Señor también puede contribuir a elevar nuestros buenos sentimientos cristianos de compasión y de compunción por nuestros pecados. Aunque si la película se aparta un poco del Evangelio, hay que mirarla con ojos críticos y acudir con quien pueda despejar alguna de nuestras dudas.

Uno de los primeros apartados del relato de la Pasión, se refiere al momento de la institución de la Eucaristía, en la cual Jesús en forma anticipada y sacramental, entrega a sus apóstoles por primera vez su Cuerpo santo en el pan de la última cena, diciéndoles: “Tomen y coman. Este es mi cuerpo”. Y en el vino de la cena les da del mismo modo su Sangre que al día siguiente iba a ser derramada para la salvación del mundo, diciéndoles: “Beban todos de ella, porque esta es mi sangre, sangre de la nueva alianza, que será derramada por todos, para el perdón de los pecados” (Mt 26, 26-28). Este momento sublime lo podremos meditar especialmente el Jueves Santo celebrando la institución de la Eucaristía en nuestras comunidades, incluyendo el signo de que el sacerdote lave los pies a un grupo de doce personas, para indicar que participar en la Eucaristía es una invitación para tomar el ejemplo de Jesús, y estar dispuestos a servirnos unos a otros de la manera más humilde. Nuestra fe en la presencia real de Jesús en la Eucaristía la podremos expresar y fortalecer asistiendo, por lo menos un ratito, a la adoración eucarística que habrá en cada templo, en los altares adornados para esta ocasión.

El sacrificio de la cruz es sacerdotal. Cristo Sacerdote ofrece en el altar de la cruz el único sacrificio redentor, continuado en la historia por la celebración sacramental de este sacrificio, por cada sacerdote que se une al Pueblo Sacerdotal, para seguir elevando al cielo la hostia del Cuerpo del Señor. Este misterio lo vamos a celebrar en una sola Eucaristía en la S. I. Catedral, presidida por un servidor y concelebrada por todos los presbíteros de esta querida Iglesia de Yucatán. Durante esta celebración, nosotros renovaremos nuestras promesas sacerdotales, por lo que pido a todos ustedes que oren por sus pastores.

Además en esta Eucaristía que será celebrada el Miércoles Santo, será consagrado el Santo Crisma y bendecidos los Óleos de los Catecúmenos y de los Enfermos. Con el Santo Crisma se unge la frente de los cristianos luego de ser bautizados y durante su confirmación, y es signo de su pertenencia al Pueblo Sacerdotal del Señor. Por eso, ese mismo día por la tarde habrá en cada parroquia una Misa de recepción de los Santos Óleos. También con el Santo Crisma se ungen las manos del nuevo sacerdote y la cabeza del nuevo obispo. El Óleo de los Enfermos se usa para ungir a éstos a través del sacramento de la Unción de los Enfermos. Solamente los sacerdotes pueden administrarles el sacramento ungiéndolos con este aceite; por eso no es conveniente bendecir otros aceites para que cualquier persona unja, pues luego hay confusión con el valor de este precioso sacramento. El tercer óleo es el de los Catecúmenos, es decir, el de las personas que se preparan para ser bautizados; y que reciban esta unción significa adquirir la fuerza para luchar contra las tentaciones del maligno.

El Viernes Santo por una tradición muy antigua en ningún lugar del mundo se celebra la Santa Misa, pues es un día para contemplar al Crucificado y meditar en su sacrificio. La liturgia de ese día incluye la lectura de la Pasión según san Juan, aparte de otras dos lecturas que nos ayudan a penetrar en el sentido profundo de tan grande misterio. Luego de las lecturas se tiene un acto de adoración a la Santa Cruz y posteriormente se distribuye la sagrada Comunión (con las hostias consagradas el Jueves Santo). En ese día hay una serie de actos de piedad que contribuyen a vivir intensamente la contemplación del misterio de la cruz, como son los Viacrucis, la predicación de las Siete Palabras, la Procesión del Silencio y el Rosario del Pésame.

El Sábado Santo no hay ninguna celebración, pues nos dedicamos en oración personal, a meditar en Jesús puesto en el sepulcro. Y más tarde al caer el sol nos reuniremos a celebrar nuestra gran solemnidad de la Pascua de la Resurrección del Señor. Esa noche algunos serán bautizados y todos los demás, iluminados por Cristo, con nuestras velas encendidas tomando el fuego del Cirio Pascual, renovaremos nuestras promesas bautismales y seremos rociados con el agua bendecida esa misma noche.

Ojalá que no contemplemos la cruz del Señor con una sensibilidad estéril. De poco o de nada nos serviría contemplar la Pasión del Señor y hasta derramar lágrimas de compasión, si no dedicamos tiempo para contemplar la pasión de los hermanos que nos rodean, y si no hacemos algo para tratar de remediar el dolor de tanta gente, comenzando por los más cercanos en nuestra familia, entre nuestros amigos, vecinos, compañeros y conocidos, donde podemos encontrar los Cristos sufrientes del momento actual.

Como Iglesia estamos llamados a ir más allá y acompañar en su pasión a todos los enfermos, los presos, los migrantes, los que viven en la miseria, recordando que Jesús se identifica con ellos. Si los atendemos rezando por ellos y tratando de hacer lo que esté a nuestro alcance por mitigar su dolor, entonces podremos escuchar las palabras de Cristo que nos dirá: “Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino prometido desde antes de la creación del mundo porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, estuve enfermo y me fueron a ver, estuve preso y me visitaron…” (Mt 25, 31-36).

Al escuchar hoy el relato de la Pasión del Señor según san Mateo, hemos de fijarnos en cada uno de los personajes, sus actitudes y situaciones, y hacer una evaluación de nosotros mismos:

– Comenzando por la traición de Judas, puedo pensar en las ocasiones en las que de alguna forma, he traicionado al Señor.

– Al ver a los Apóstoles preparando la cena pascual, puedo preguntarme ¿cómo me he preparado personalmente para la celebración de esta Pascua? y ¿cómo me preparo para participar en cada Eucaristía?

– Al ver a Jesús entregando su Cuerpo y su Sangre en el pan y el vino, puedo preguntarme a mí mismo si ¿he recibido la sagrada Comunión y en qué condiciones espirituales lo he hecho?

– Al escuchar que Jesús anuncia a sus Apóstoles que todos lo van a abandonar y que Pedro lo va a negar, siendo que él se sentía muy seguro de que no le fallaría, puedo pensar en las ocasiones en que por sentirme muy seguro de mí mismo, he terminado por fallar.

– Al escuchar el relato de la oración del huerto de Getsemaní puedo preguntarme ¿qué tanto estoy dispuesto a pedirle al Padre que se haga su voluntad?, y puedo también preguntarme ¿qué tanto oro? al ver que los discípulos se quedaban dormidos; al escuchar a Jesús ordenando a los discípulos que no usaran violencia para defenderlo a Él, puedo recordar ¿cuántas veces he justificado mi violencia, verbal o de cualquier forma, para defenderme a mí mismo?

– Al escuchar los falsos testimonios que dieron sobre Jesús en el juicio, me puedo preguntar ¿qué tan fiel he sido a la verdad?;  al escuchar el drama de las negaciones de Pedro, me debo preguntar por mis cobardías en la manifestación de mi fe; al contemplar la debilidad de Pilato que quiere quedar bien con las autoridades judías y con el César, me pregunto ¿cuánto rezo por las autoridades que nos gobiernan?; al ver cómo los soldados se burlaron y azotaron a Jesús, debo pedir porque se acabe la tortura en nuestro tiempo y arrepentirme si yo mismo he participado.

– Al ver a Simón de Cirene llevando la cruz de Jesús, me pregunto si ¿estoy dispuesto a llevar la cruz de mis hermanos?; al oír el grito de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, grito de desesperación, pero que son palabras del salmo 21, el cual culmina expresando una gran confianza en Dios, me pregunto ¿qué tanta confianza y abandono tengo yo en mi Dios?

Hay mucho que sacar de la meditación de la Pasión del Señor. Vivamos santamente estos próximos días y oremos especialmente por la paz en el mundo.

Que tengan una feliz Semana Santa. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán