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Ernest Hemingway y el arte de contar

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Una madre ambiciosa y un padre severo fueron los artífices de una vida salpicada de dramas y traumas en medio de los cuales Ernst Miller Hemingway (1899-1961) se formó como periodista y escritor, que halló en el relato corto su máxima expresión, revolucionando para siempre la forma de contar, con la cual se ganó un lugar privilegiado en la literatura estadunidense pero también en la universal.

Autor de piezas fundamentales como Por quién doblan las campanas y El viejo y el mar, el ganador del Premio Pulitzer (1953) y del Nobel de Literatura (1954) habrá de tener una existencia de altibajos emocionales, a veces de fiesta continua, en otros momentos de profunda soledad, que lo encumbrarán en público gracias a sus obras, pero en lo privado lo irán minando hasta derrumbarlo el 2 de julio de 1961, cuando elige su escopeta favorita para darse un tiro en la cabeza.

Nacido en Oak Park Illinois, Chicago, Hemingway fue el segundo hijo de la cantante Grace Hall y el médico Clarence Edmonds Hemingway, responsables de que el autor no pudiera presumir de una infancia feliz. Cuentan que ella era una mujer autoritaria que lo obligaba a vestirse como niña y que él lo obligó alguna vez a acompañarlo a un parto, donde el padre del bebé en camino se suicidó.

Su madre lo obligó también a estudiar violonchelo y más tarde pretendió hacer lo mismo con la medicina, pero él consiguió trabajo en un diario y comenzó a viajar. Años después, se quiso enlistar en el Ejército, pero una vieja herida le impidió ir al frente y tuvo que conformarse con ser conductor de ambulancias. Antes de los 19 años acabó herido y luego condecorado por su arrojo.

De regreso a Estados Unidos retomó el periodismo y el periódico Toronto Star lo contrató como corresponsal, luego la cadena Hearst lo contrató para su corresponsalía en Europa, donde comenzó a desarrollar su obra, la cual hizo perder a su esposa Hadley Richardson en 1922, obligándolo a empezar de nuevo. En 1930, ahora casado con Pauline Pfeiffer, se estableció en Cayo Florida, donde retomó su obra literaria.

Atraído por su pasión a los toros, en 1929 había viajado por primera vez a España, para vivir la fiesta de los Sanfermines, en Pamplona, luego regresó en 1937, ya como corresponsal de guerra, para cubrir los sucesos de la Guerra Civil Española (1936-1939), época en la que conoció a Marta Gellhorn, corresponsal que habría de convertirse en su tercera esposa. Esas andanzas culminaron en 1944, cuando atestiguó el Día D, el desembarco aliado en aguas francesas, tras lo cual se estableció en Cuba, donde disfrutó de fama y prestigio.

La Generación Perdida

Hemingway comenzó a publicar su obra literaria en los años 20, de modo que a su llegada a Cuba era ya un autor famoso, reconocido por su prosa de corto y largo aliento, que además comenzaba a tener gran eco en la pujante industria cinematográfica, que se empeñó en llevar su obra al celuloide, pero ¿en qué radica la popularidad y al mismo tiempo la trascendencia de su obra?

Para Hernán Lara Zavala, Hemingway es una de las grandes aportaciones de la literatura norteamericana a la literatura mundial, sobre todo como cuentista, porque fue en ese género donde revolucionó la manera de contar, con esos diálogos muy sintéticos y poco simbólicos, en los que el lector debe involucrarse, donde es él quien completa en su mente la historia; en un estilo que retoma de Antón Chéjov y esos cuentos que parecen no tener principio ni fin; es cierto que también es algo que explora James Joyce, pero creo que quien lo lleva a su más alta expresión es, sin duda, Hemingway.

“Creo que su ejercicio fue particularmente importante para literatura norteamericana y para la mundial, no digamos para la latinoamericana, (ya que) fue un gran inspirador de la primera etapa de Gabriel García Márquez, era su modelo, porque además era periodista, ámbito en el que hizo aportaciones muy interesantes porque les daba ese toque literario a sus reportajes”, anota en charla con Litoral Lara, quien es apasionado lector de la literatura norteamericana.

Para él, hay tres grandes monstruos que englobaron un mismo círculo, bautizado por Gertrude Stein como la Generación Perdida, y que estaba constituido por Ernst Hemingway, Scott Fitzgerald (1896-1940) y William Faulkner (1897-1962), entre otros, tres grandes escritores que además fueron amigos, sobre todo Hemingway y Fitzgerald, quienes reflejan la decepción que sufrió esa generación pues había participado en la Primera Guerra Mundial y que acabó con una sensación de desilusión y hartazgo, porque se había acabado la certeza de que cualquier hombre que naciera en Estados Unidos, metiéndole trabajo y talento podría llegar a la situación económica que anhelara.

Tras esa descepción, sobre todo de Hemingway y Faulkner, que habían participado directamente en la guerra y atestiguado sus horrores, vino una época de esplendor, donde casi todos ellos se fueron a Europa, estudiaron e hicieron su carrera; luego vino la crisis, el Crack de 1929 y esa sensación de desilusión, sobre todo en términos espirituales, acabó por cristalizarse en sus novelas, que hablan de ese fracaso generacional.

Sobre todo, en Fitzgerald y Faulkner, a quienes Lara Zavala considera mejores novelistas de Hemingway, y que reflejan de otro modo esta sensación del sueño americano y la desilusión. Tal vez el más excéntrico que contribuyó a la creación literaria en Latinoamérica fue Faulkner, quien influyó a Mario Vargas Llosa, a Juan Carlos Onetti y a Carlos Fuentes, escritores latinoamericanos que entendieron que el mundo que describía Faulkner se parecía más a la realidad latinoamericana.

Raíces en Cuba

La estancia en Cuba del autor de Al otro lado del río, Verano peligroso y París era una fiesta fue de alguna manera caldo de cultivo para su leyenda de macho alfa; le fascinaban los toros, la pesca y disfrutaba mucho de su estadía en la Cuba que no era la de Fidel Castro, sino la de Fulgencio Batista; le gustaba tener su Finca Vigía, porque le gustaba el mundo alegre y musical de los cubanos; se tomaba su mojito en la Bodeguita del Medio y su daikirí en el bar Floridita, cuando ya era famoso, cuando era una leyenda de los estadunidenses.

Cuando se pavoneaba de su fama de macho duro, bravucón, apasionado del box, la pesca, la cacería y el peligro. Pero se fue casando con mujeres cada vez más ricas, que de algún modo acabaron devorándolo, opina Lara, quien destaca la creación de El viejo y el mar, que describe el mundo del pescador solitario que por estar salado nadie quiere salir con él, y que sólo se debe enfrentar a los elementos de la naturaleza y, al final, aunque llegue con una pérdida, también lo hace con la prueba de que pudo hacerlo solo. Ahí se percibe la influencia de Cuba en su obra.

Tras el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, el escritor, quien para entonces ya vivía con problemas de alcohol y con delirios de persecución, decidió junto con su esposa salir de la isla, dejando originales de su obra en una bóveda bancaria y una biblioteca de casi cinco mil libros.

Era una etapa de gran depresión, en la que llegó a considerar que se le había escapado la vida, y para él una vida que ya no tenía sentido era mejor acabarla, derribando así su propio mito de hombre bragado.

Su legado

La de Hemingway es una generación que permeó hondo en toda América y en especial él, porque todos los que hemos practicado el cuento y lo leímos en algún momento de nuestra vida no podemos sustraernos a sus enseñanzas y una de las más grandes es la manera que tiene de manejar los diálogos, que son breves, lacónicos, que dan la sensación de que así habla la gente, de que así son sus conversaciones, aunque eso no fuera así.

Otro de sus tesoros es el ritmo, señala Lara Zavala, quien rememora una discusión de Faulkner y Hemingway. El primero criticaba su uso de palabras de cinco centavos, para hablar de lo elemental y poco literario de su escritura, porque además Hemingway se ufanaba de nunca haber usado el diccionario. La respuesta es que seguramente Faulkner escribía con palabras de a dólar, pero a veces eran más significativas las de cinco centavos.

Todo lo que aprendimos se resume en el ritmo, no le importaba repetir palabras o frases sino dotar de cadencia al relato, un ritmo interno que reflejaba al personaje, un estilo de staccato, breve, rítmico y galopante, con finales casi todos abiertos, lo que imprimía un misterio adicional a sus relatos.

Actualmente, parte de su legado es preservado en casas museo como la de Oak Park, donde nació, en Illinois; la de Cayo West, Florida, que es considerada Patrimonio Histórico, y donde el tiempo también parece haberse detenido, conservando la edificación tal y como la habitara el escritor. Y la Finca Vigía, en Cuba, un espacio emblemático por ser de las pocas que mantuvieron el contacto Cuba-Estados Unidos durante los años de la Guerra Fría, y que fue restaurado en 2007.

Sobre la obra publicada, en febrero del año pasado fue declarada del dominio público junto con la de otros escritores como Scott Fitzgerald, Agatha Christie, Sigmund Freud y Marcel Proust, entre otros grandes clásicos.