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Estoy harta o sobre dejar el pasado atrás

Psicóloga Deya Álvarez.

¡Estoy harta! Decía al unísono una agrupación de víctimas del tedio. Años de injusticia, hambre y avaricia, sin comida llamada amor, sin dinero y sin rencor. El perdón fue otorgado, en el alma hay sanidad. Dios sabe que lo llorado, en el pasado ha quedado ya. Hombre, mujer, que sufriste en el ayer, hoy Dios Padre te dice: yo te restauraré. Mi plan para tu vida es gozo y paz, aunque personas no te acepten, yo no te dejaré jamás. El deber y el querer son dos piezas clave, de un tablero de ajedrez, de un guía sin nave.

Muchas veces en la vida tomamos decisiones precipitadas, sin pensar en las consecuencias posteriores; decisiones, que si no fuera por la gracia y misericordia de Dios, quien siempre da segundas oportunidades, serían de por vida. Una de ellas, es la del vínculo matrimonial. En teoría, nadie se casa para divorciarse, pero la realidad es que muy pocas personas se casan por los motivos correctos, contando con los cimientos adecuados, y por ello, el índice de divorcios se incrementa de manera exponencial en el mundo. Antes de Cristo, todos tuvimos una vida caracterizada por el pecado, no existiendo pequeños o grandes, con el añadido de una falta de conciencia acerca de que lo realizado era incorrecto. Como “todos lo veían bien, o lo hacían”, ese era el justificante perfecto para continuar con la moda. Corrientes de ego, avaricia, poder, infidelidad, bajas pasiones, hacían presa los sentidos y se caía en una vorágine conducente al caos, a la oscuridad. Pero, se hizo la luz cuando Jesús tomó lugar en nuestros corazones, entronándose como único Rey de reyes y Señor de señores en él, y nuestras vidas cambiaron. Planteemos un caso hipotético… Por ejemplo, antes de aceptar a Cristo en tu corazón, pudiste casarte con la persona incorrecta por los motivos erróneos, y ser crónicamente infeliz, pues violencia, infidelidades, mentiras, incompatibilidad, celos, control, manipulación, chantajes emocionales, inseguridades y demás síntomas de enfermedad espiritual y del alma, inexorablemente van a conducir a ello: a la infelicidad, y eso, destruye vidas de manera innecesaria. No nacimos para ello. Y Dios no quiere eso para nuestras vidas. Uno no puede dar lo que no tiene; y nadie puede ni debe en absoluto tratar de retener a la fuerza a nadie. El amor, es una decisión que se toma con libertad. El amor verdadero se da aunque te quites, y lo que no es amor, no se queda aunque te pongas. Todos tenemos derecho a amar y ser amados, en toda la extensión de la palabra y por la persona correcta. Pero ¿cómo saber que es la persona idónea?, ¿cómo saber si nosotros lo somos? Una lista de cotejo útil podemos hallarla en 1 de Corintios 13:4-7: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Si intercambiaras la palabra amor por tu nombre ¿sería verdadero el enunciado?, es decir, si dijera: Deya es sufrida, benigna, no tiene envidia, no es jactanciosa, no se envanece; no hace nada indebido, etc, ¿sería real? Estos son los criterios del verdadero amor, hacia Dios, uno mismo, la pareja y los demás. Siguiendo con el ejemplo, supongamos que conoces a Cristo, ya estando en el proceso de tu divorcio, habiéndote separado de tu expareja del mundo, con la que pasaste indecibles situaciones de violencia, recordando que no sólo la física es la que cuenta, sino de manera significativa la psicológica, siendo además penada por la ley en la actualidad, y los hombres también pueden sufrirla a cargo de mujeres misántropas o psicopáticas. Decides perdonarla, pero también terminar definitivamente con esa relación de tu pasado, agilizando ahora con más ímpetu todo el proceso de divorcio, pues sabes que hay una nueva vida de gran bendición para ti, algo totalmente nuevo, que no habías conocido ni experimentado jamás, y que no creíste posible, pues ya te habías acostumbrado al maltrato, la costumbre, el tedio, a tener que ser infeliz solo porque otra persona así lo quiere. Pero, de pronto, sueltas las cadenas del control, abres los ojos, Dios te libera de ataduras, y decides ser libre en Cristo y de tu vida pasada. Haces las paces con Dios, perdonas a quien te hizo daño, y deseas lo mejor, pero lejos de ti, pues literal estabas harta o harto de esa vida, y te llegó el momento de crecer. Sentiste que fuiste rescatado por la gracia y misericordia de Dios de una vida sin sentido que te pudo conducir a la depresión, adicciones (incluida al trabajo como una forma de escape de una realidad que no era edificante), e incluso la muerte. Decides, entregar tu vida a Dios, tu divorcio se vuelve una realidad, quedando el pasado atrás, y conoces el verdadero amor, ese que cumple 1 de Corintios 13, se sanan todas tus heridas, las secuelas se van limando con la sabiduría del Padre, y lleno de Su amor, ahora te dedicas a compartirlo con los demás. Caminas un tiempo solo pero lleno de Dios, de Su amor y Su presencia. Tras ello, llega a tu vida una de las mayores bendiciones que regala el Señor a quienes le aman y obedecen: una pareja que ama a Dios y te ama a ti. Se entabla una relación primero de amistad, madura, profunda, edificante, pura, genuina, sin contacto físico de ningún tipo. Tras ello, siendo libre de un pasado doloroso, el cual quizá compartes con la otra persona aunque en distinta forma, deciden avanzar y llegan al noviazgo, que es la antesala del matrimonio, uno nuevo, como tu nueva vida en Cristo, con Dios como el centro, uniéndolos a ambos, para un propósito perfecto que jamás pudieron imaginar, pero que ya estaba así planeado desde antes de que nacieran. Ustedes se estaban esperando, y tuvieron la bendición de conocerse y reconocerse, pues Dios así lo quiso, permitió y prosperó. Trascendieron las opiniones religiosas de quienes no sufrieron la situación, y decidieron amar genuinamente y por primera vez para ambos, siendo ejemplo de solidez, verdad y compromiso, hasta el final. Las decisiones en Cristo son para toda la vida, pues Dios sostiene y cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente. ¿Te identificas en algún punto con esta historia de “ficción”, o quizá no tanto…? Platícamelo, con gusto te leo y retroalimento. Escríbeme por consejería al correo: [email protected]

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