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Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén

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HOMILÍA
XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C 
1 Re 19, 16. 19-21; Gal 5, 1. 13-18; Lc 9, 51-62.

“Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén” (Lc 9, 51).

Ki’óolal lake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Bejla’e’ u T’aan Yuumtsil ku ya’alik to’on u ti’olal vocación. Tuláaklo’on t’aanano’on u tial bin yéey u jajil beej, yéetel Jesús, ku bin u yéeyik le maló bejo’ cruz.

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este décimo tercer domingo del Tiempo Ordinario.

La semana que terminamos estuvo marcada por tres solemnidades: la de “La Natividad de San Juan Bautista”; la del “Sagrado Corazón de Jesús”; y la de los “Santos Apóstoles Pedro y Pablo”.

El pasado lunes 24 celebramos el nacimiento de san Juan Bautista, siendo el único santo a parte del Señor Jesús y de la Virgen María, a quien celebramos su nacimiento, pues a todos los demás santos los celebramos solamente en el día de su muerte, considerando que al morir tuvieron su nacimiento para la eternidad.

El nacimiento del Bautista está muy unido al nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, pues cuando éste nació ahí estaba presente nuestra Señora que llevaba en su vientre al Verbo encarnado. Por el testimonio de María ha llegado a nosotros el himno de alabanza a Dios, que pronunció Zacarías al recuperar el habla cuando circuncidaron a Juan y le impusieron el nombre. Ese himno lo recitamos diariamente en la Iglesia cada mañana durante la oración de las laudes.

El viernes pasado celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, con la cual alabamos a Dios encarnado, el cual amó con corazón humano enseñándonos con su testimonio cómo y hasta dónde puede y debe llegar nuestro amor para ser semejante al suyo. Su mandamiento nuevo es el de amarnos mutuamente como él nos ha amado, por lo que sería absurda y hueca una devoción al Sagrado Corazón de Jesús que no vaya acompañada del amor al prójimo. Por eso roguémosle con esta jaculatoria: “Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”.

También el día de ayer 29 de junio, celebramos la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Ambos dejaron que el Espíritu Santo hiciera su corazón semejante al de Cristo. Dice la Carta a los Romanos: “Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que el mismo nos ha dado” (Rom 5, 5), así la entrega y generosidad de san Pedro y de san Pablo en la predicación del Evangelio, es obra de Dios en ellos, quienes fueron materia dispuesta para la obra de Dios.

San Pedro fue crucificado en Roma en el año 64; san Pablo murió a espada también en Roma pero en el año 67, ambos después de una vida apasionada de seguimiento a Jesús y de servicio a la causa del Evangelio. Desde entonces el obispo de Roma nos ha presidido en la fe, llevando adelante la Barca de Pedro, que es la Iglesia.

El evangelio de hoy según san Lucas, nos dice que Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén, pues aunque nadie lo sabía, ahí lo esperaba su pasión, muerte y resurrección. Esto nos habla de la plena conciencia y libertad que Jesús tuvo para aceptar el dar la vida por la salvación de todos los hombres, como lo dijo en otro pasaje: “Nadie me quita la vida, yo la doy porque quiero darla” (Jn 10, 18). Jesucristo, nuevo Adán, modelo del hombre nuevo, vive en plenitud una característica esencial en la naturaleza humana que es la libertad, y con ésta sigue su propia vocación de redentor del mundo.

Hoy san Pablo nos dice en la segunda lectura, tomada de su Carta a los Gálatas, que todos los hombres tenemos la vocación a la libertad: “Conserven, pues, la libertad y no se sometan al yugo de la esclavitud. Su vocación, hermanos, es la libertad” (Gal 5, 1. 13). Todo pecado es siempre un mal uso de nuestra libertad.

Lamentablemente muchos con el pretexto de ser libres, se someten a las apetencias de la carne, ya sea siguiendo deseos sexuales desordenados, ya sea en el comer, en el beber o en el uso de las drogas, convirtiéndose en esclavos de todo eso. Igualmente perdemos libertad cuando nos sometemos a lo que una persona o un grupo de personas nos pudiera sugerir o imponer. Del mismo modo perdemos libertad cuando nos gana el deseo, tanto del “tener” como del “poder”, incluso por encima de nuestra salud o de una sana ética de convivencia social.

Cuando iban de camino a Jerusalén, Jesús quiso alojarse en una aldea de Samaria, sin embargo los samaritanos no lo quisieron recibir al saber su destino, porque judíos y samaritanos no se llevaban bien. Entonces Los hermanos Santiago y Juan, por algo apodados “los Hijos del Trueno”, le preguntaron a Jesús si quería que hicieran bajar fuego del cielo para que consumiera a los habitantes de aquella aldea. Ante esto el Maestro los reprendió. Ese reproche de Jesús llega hoy en día para todos los que creen que tanto la violencia como la venganza se pueden justificar. Mucho menos se pudieran aprobar cuando nos llamamos cristianos y pretendemos justificar rencores y deseos revanchistas.

Después se le presentaron a Jesús tres casos fallidos de vocación, ya que ninguno de ellos tenía verdadera ni total libertad para seguirlo. El primero le dijo: “Te seguiré donde quiera que vayas”, pero Jesús intuyó que aquel hombre buscaba seguridad material y económica y eso no lo puede poner por delante quien quiera seguir a Jesús; por eso le respondió: “Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza” (Lc 9, 57-58). Quien entra en el Seminario o en cualquier casa religiosa ha de abandonarse en manos de la Providencia desde el primer momento, y nunca jamás aprovecharse de la bondad ni de la buena fe de los creyentes.

A otro Jesús le dijo: “Sígueme” (Lc 9, 59); pero este pidió oportunidad de ir primero a enterrar a su padre; no es que estuviera en ese momento ya fallecido, sino que quería esperar hasta que su padre muriera. Para otros estilos de vida, los hijos salen de su casa para casarse, para estudiar, para trabajar o simplemente para vivir a parte. Por eso cuando el Señor llama espera de nosotros esa libertad que nos hace dejar todo con alegría de enamorados.

El último de los tres le respondió a Jesús: “Te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de mi familia” (Lc 9, 61). Nos parece quizá una solicitud muy lícita, pero quien desde el principio pone trabas, las seguirá poniendo siempre. Cuando los papás están avanzados en la fe, suelen sacar un pie adelante de aquellos que son llamados para darles el mejor testimonio. En los años ochenta, un seminarista que había sido elegido para que fuera a estudiar a Roma, se enteró de que su mamá tenía los días contados por su enfermedad, pero cuando llegó a la recámara de su mamá, ella lo recibió con las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios” (Lc 9, 62).

Pudiera parecer contrario el mensaje que aparece en la primera lectura de hoy, tomada del primer Libro de los Reyes. En este pasaje Dios elige a Eliseo para que sea el nuevo profeta cuando Elías termine su misión. El signo del llamado de Eliseo, al pasar Elías junto a él, que está arando con su yunta de bueyes, es que Elías le echa su manto encima. Entonces Eliseo le pide: “Déjame dar a mis padres el beso de despedida y te seguiré” (1 Re 19, 20). La diferencia con el caso del evangelio no está en el sentido literal de las palabras, sino en los sentimientos que hay detrás de ellas. De hecho, Eliseo con mucho entusiasmo y alegría enciende con la yunta un fuego en el que sacrifica a sus bueyes ofrecidos al Señor, compartiendo su carne con sus seres queridos, involucrándolos así en la alegría y compromiso de su vocación.

Pidamos para que un gran número de jóvenes yucatecos escuchen el llamado de Dios, y entonces puedan venir con entusiasmo y alegría a nuestro Seminario, ya que nos faltan muchos sacerdotes en Yucatán, así como en todo México. También pidamos para que haya muchachas que acepten la vocación religiosa. Ante todo, oremos para que los jóvenes acepten la vocación a la verdadera libertad, y que los mayores rejuvenezcamos retomando con pasión la vocación a esta libertad verdadera.

El pasado miércoles, el Papa Francisco cumplió 27 años de Obispo. Oremos por él para que siga pastoreando con sabiduría a nuestra Iglesia y liderando con maestría a nuestro mundo.
 

    Los invito a seguir rezando con la oración del VII Congreso Eucarístico Nacional:

Jesús, Señor de la vida y de la historia, gracias por la oportunidad que das al pueblo mexicano de celebrar un nuevo Congreso Eucarístico Nacional.

Queremos responder a la voz del Padre que nos dice: “Pueblo de Dios, levántate y come, el camino es largo”.
 
Gracias por llamarnos a ser tu pueblo, sobre todo cuando nos reunimos en torno a ti en la Sagrada Eucaristía.

Gracias por el pan de tu Palabra que nos dice: “¡Levántate! mi pueblo no puede estar postrado”.

Gracias, porque con tu Cuerpo y tu Sangre nos alimentas para ser pueblo peregrino siempre en marcha.

Señor Jesús, el camino de México se hace largo, son muchos los retos que tenemos por delante: respetar y promover la vida desde el seno materno; fortalecer a nuestras familias, para que se vayan conformando de acuerdo al plan de Dios; trabajar por una sociedad más justa; cuidar la casa común.

Por eso te pedimos, los que creemos que realmente estás presente entre nosotros, sobre todo en la Eucaristía, que recibamos abundantes gracias para que cada bautizado madure en la fe, fortifique su esperanza, y con caridad fraterna participe activamente en la construcción de tu Reino en nuestra Patria.

Que en el VII Congreso Eucarístico Nacional, cada Iglesia Particular de México, responda a tu llamada que nos dice: “Pueblo de Dios, levántate y come, el camino es largo”. Santa María de Guadalupe, esperanza nuestra, salva nuestra Patria y conserva nuestra fe. Amén.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán