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La experiencia de tres sobrevivientes del terrorismo

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Con motivo del Día Internacional de Conmemoración y Homenaje a las Víctimas del Terrorismo hoy publicamos los testimonios recabados por un equipo de ONU Noticias que viajó a Chad y el norte de Camerún este año para hablar con sobrevivientes de ese flagelo sobre el efecto devastador de estas experiencias en sus vidas

 

Hawa Abdu, Kedra Abakar y Fati Yahaya narran aquí el capítulo más oscuro de su existencia.

 

La ONU apoya a las personas que han sido atacadas, secuestradas, heridas o traumadas por actos de terrorismo en cualquier parte del mundo.

 

“Los terroristas mataron a mucha gente ante nuestra vista”

Hawa Abdu, una nigeriana de 38 años madre de dos hijos fue secuestrada por Boko Haram en 2014 y pasó cuatro años desplazándose en el noreste de Nigeria con el grupo terrorista. Actualmente vive en la región norte de Camerún, en el campamento para refugiados nigerianos de Minawao, adonde llegó en enero de 2018.

 

“En 2014 mi madre estaba en Bama, un pueblo entre la capital del estado de Borno y la frontera con Camerún, así que fui a visitarla. Un día, las autoridades locales nos dijeron que no era seguro quedarnos ahí, pero me negué a irme porque mi madre estaba enferma. Los terroristas entraron al pueblo a las 4 de la mañana del día siguiente y se reunieron en el mercado. No pudimos evitarlo.

 

Escuché disparos por todos lados y, en la confusión, mis dos niñas corrieron hacia un lado y yo me fui con mi madre hacia otro. Los terroristas nos atraparon, golpearon a mi madre y la dejaron tirada.

 

A mí me llevaron, a muchas personas nos llevaron. Viajamos en un vehículo hasta el poblado de Zamaimaya y luego tuvimos que caminar 10 kilómetros entre arbustos.

 

Todas las mujeres, menos las niñas, fueron obligadas a casarse con un combatiente de Boko Haram. Yo me negué al principio; sin embargo, después de tres días me di cuenta de que no tenía más opción porque nos dijeron que si no aceptábamos nos ejecutarían. Me ordenaron convertirme al islam y lo tuve que hacer antes del matrimonio.

 

Después de casarme, mi esposo me golpeaba mucho y me daba muy poca comida. Una vez me pasé siete días sin comer. A veces me daba dindiri o frijoles. Pasé mucha hambre. Odiaba estar casada con un combatiente de Boko Haram.

 

Los terroristas mataron a mucha gente ante nuestra vista. No teníamos manera de evitarlo.

 

Nos desplazamos mucho entre los arbustos, cambiábamos de lugar todo el tiempo. Dios me salvó en esos días difíciles.

 

Un día, mi hija Hadiza, que tiene 13 años se escapó. No la he visto desde entonces. Rezo todos los días para que esté viva. No sé dónde está mi madre. Más tarde, los soldados llegaron a ahuyentar a Boko Haram y nos ayudaron a escapar a mí y a mi otra hija, Fatima, que ahora tiene 14 años. Ella está conmigo en el campamento de Minawao.

 

He pasado más de un año en este campamento. Mis vecinos me han dado comida y ropa. No he comido pollo desde que estoy aquí. Vendo cacahuates para ganar un poco de dinero. Necesito un tapete, una olla y más ropa.

 

Padezco una enfermedad del corazón y ansiedad y no puedo olvidar cómo me separaron de mis padres y hermanos, ni los asesinatos que vi. Pienso en eso todos los días.

 

Una manera de relajarme es oyendo música, canciones de Hausa Fulani. A veces mi vecino me presta su teléfono para oírlas. Me pone contenta, me produce paz mental.”

 

“Nos mantuvieron debajo de un árbol y asesinaron a tres de mis amigos enfrente de nosotros”

 

Kedra Abakar, un joven de 25 años que fue forzado a sumarse a las filas de Boko Haram, donde militó durante dos años.

 

La isla Ngomiron Doumou en el Lago Chad, hogar de 5750 personas, fue atacada en 2015 por extremistas armados integrantes de Boko Haram, que aterrorizaron a la población. A punta de pistola, los terroristas secuestraron a unos 300 hombres, mujeres y niños y se los llevaron a Nigeria. Kedra Abakar es una de las cien personas que lograron regresar a su isla.

 

“Me llamo Kedra Abakar. Tengo 25 años y vivo en Ngomiron Doumou. Tenía 21 años cuando Boko Haram invadió mi isla creando confusión y miedo. Muchos de mis vecinos huyeron pero quienes no pudimos hacerlo, 200 o 300 personas quedamos rodeados. Nos mantuvieron bajo un árbol y asesinaron a tres de mis amigos enfrente de nosotros. Fue horrible. Nos dijeron que si no nos íbamos con ellos nos harían lo mismo. Tuvimos mucho miedo.

 

Nos llevaron a Nigeria. Nos encomendaron tres tareas: sembrar la tierra, pescar y pelear con Boko Haram. Tuve que combatir cuando me tocó hacerlo. Me dieron una pistola y me dijeron que atacara una aldea, me forzaron a hacerlo. Si me hubiera negado me habrían matado. Usé la pistola, disparé con ella, pero no sé si maté a alguien.

 

Pasé dos años dolorosos con Boko Haram, nunca me gustó. Buscaba oportunidades para escapar pero sabía que si me sorprendían me matarían, vivía muy asustado. Al final pude huir. Una noche, tomé una canoa en la orilla del Lago Chad y me fui. No pude venir directamente a Chad, tuve que viajar por Camerún.

 

Cuando pienso en el tiempo que estuve con Boko Haram me siento muy infeliz. Sólo 100 de las 300 personas raptadas junto a mi pudimos regresar a la isla. Muchas murieron peleando y algunas aún están ahí, son las que creen que Boko Haram es algo bueno.

 

Mi consejo a los jóvenes es que entiendan que Boko Haram es muy malo. Les digo que se queden en el pueblo si pueden. Boko Haram nos engañó porque no conocíamos nada mejor.

 

Mi comunidad me dio la bienvenida cuando regresé. Me dieron todo lo que me hacía falta. Espero que en el futuro haya una escuela en la isla para que la gente pueda recibir educación y no se deje seducir por Boko Haram.”

 

“Vivía con miedo a que me mataran”

 

Fati Yahaya tiene 24 años y nació en el poblado de Koghum, en el noreste de Nigeria. Junto con sus dos hijas, Fati fue capturada por insurgentes armados en 2015 y vivió tres años como su prisionera. Desde junio de 2018 vive en el campamento para refugiados nigerianos de Minawao, en el norte de Camerún.

 

“Boko Haram llegó a mi pueblo, Koghum, en marzo de 2015. Era un miércoles por la noche, cerca de las 10 y acabábamos de cenar. Estaba en mi casa con mi suegro, de 80 años y mis dos hijas, Aissatou y Helle.

 

Me preguntaron si estaba mi esposo y cuando les dije que no, quemaron las casas del pueblo y nos forzaron a ir con ellos a pie hasta la montaña Doghoade, que queda a unos 33 kilómetros.

 

Algunas veces nos golpeaban y nos llamaban infieles sin religión. Otras veces me separaban de mi suegro y me encerraban en un cuarto. En una ocasión me dejaron ahí tres días sin comida ni agua.

 

Pasé tres años con esos hombres, tres años de sufrimiento. No me violaron pero muchas veces me golpeaban si no seguía bien sus instrucciones, por ejemplo, no mirar a los ojos a los hombres. Hubo gente a la que mataron a golpes, otros murieron de hambre. Yo vivía con miedo de que también me mataran.

 

Así era como vivía con ellos. Dios me ayudó y me salvó del sufrimiento.

 

Una anciana a la que esos hombres le tenían confianza me ayudó a escapar. Me fui con mis dos hijas pero mi suegro se quedó. Caminamos durante dos días bajo la lluvia y finalmente cruzamos la frontera con Camerún y llegamos al campamento de Minawao.

 

Hoy, mis hijas y yo estamos a salvo en este campamento, pero a veces sueño que esos hombres me encuentran y me asusto. Algunas veces niñas me preguntan: “¿dónde están los hombres que nos pegaban y torturaban?”

 

Y si ven policías con pistolas en el campamento se asustan, entonces les digo que no deben tener miedo. Aquí podemos dormir en paz, sin ruido de pistolas, sin asesinatos, sin brutalidad y nos dan de comer.

 

Mis hijas tienen paz mental ahora y juegan alegres con otros niños. Yo rezo para que puedan ir a la escuela y educarse. Tal vez un día alguna de ellas llegue a ser doctora. Esa es mi esperanza.”

 

 

Boletín de prensa de la ONU