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La importancia de la Formación Ciudadana Responsable, por JMRP

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Estamos en tiempos electoreros…disculpen quise decir, electorales. Se respira en el ambiente, se escucha en los centros de reunión y se saborea en las cafeterías y restaurantes de nuestra ciudad. Cada tres y seis años el proceso se repite sin embargo, cada elección tiene su rasgo distintivo. Esta vez, el tema principal es la alcaldía de Mérida y todo lo que gira alrededor de la actual y de la -siempre probable- futura comuna meridana.

 

Grupos políticos, candidatos, empresarios, dirigentes eclesiásticos sin exceptuar credo alguno, son los componentes de las charlas sostenidas por muchos de los meridanos. Toda reunión se vuelve una oportunidad para externar “el sentir y el pensar”. Es que todos “sienten y piensan”, entonces ¿todos tienen algo que opinar? Increíblemente, sí.

 

Como afirmo en líneas anteriores cada proceso electoral ofrece peculiaridades y, en esta ocasión, además de todos esos que llamo componentes se agrega uno que ha causado “polémica” entre la ciudadanía. Pero antes que nada, dejemos a un lado apasionamientos, intereses, creencias y todo lo que pueda alejarnos de la indispensable objetividad.

 

Por mi parte, en este artículo, puedo jurar que hago mi mayor esfuerzo, pues siempre permanece cierta dosis de subjetividad. La diferencia reside en el criterio y en la argumentación, que nos apartan de la opinión ligera. Partiendo de ese punto quiero exponer una realidad con la que me encontré después de mantener diversas charlas con personas provenientes de todos los estratos sociales y lugares de nuestra Mérida, hombres y mujeres del sur, del norte, del oriente, del poniente y del centro, solamente no conocí la opinión de los habitantes de las comisarías adscritas al municipio.

 

En cafés, consultorios médicos, escuelas, en el transporte público, con la familia, con los amigos, en restaurantes, en centros comerciales y en todo lugar donde tuve oportunidad me dispuse a preguntar cuál sería uno de los motivos que definiera la preferencia del voto. Por supuesto me encontré con los integrantes del sector denominado <voto duro> de los principales partidos políticos en la ciudad (PRI- PAN) aún, en el cual muchos coincidieron con los que no tienen una preferencia determinada.

 

Mi pregunta fue ¿cuál sería una razón o motivo que definiera su voto a partir de la oferta política ya conocida? Curiosamente, resulta que uno de los principales motivos es el Carnaval de Mérida, para ser exactos, muchos de esos entrevistados (que nunca supieron que lo estaban siendo) respondieron de manera literal “voy a votar por el que regrese el Carnaval a Paseo de Montejo”. A esos mismos cuando les preguntaba el por qué, dieron respuestas como porque por tradición debería seguirse haciendo ahí otros porque simple y llanamente “estaba mejor” entre otras respuestas de ese tipo.

En un principio esas respuestas me sorprendieron pues, con toda sinceridad, esperaba escuchar otro tipo de preocupaciones, un tanto más cercanas al desarrollo y urbanización de Mérida o al mejoramiento de los espacios públicos, por ejemplo. Les pregunto ¿Me vi muy ingenuo?

Y aunque no puedo generalizar, dado que también sostuve pláticas, largas y extensas, con amigos y amigas académicos, escritores, pintores, periodistas y políticos sobre las próximas elecciones, algunos coincidieron en algunos aspectos y en muchos otros no, como suele suceder en estos casos. Mas en este editorial no me refiero a los que de alguna manera, por diferentes razones se inclinan por tal o cual candidato o partido político, sino a ese grueso de la población a la que le importa poco la opinión de los intelectuales o de los propios políticos y que solamente está interesado y pendiente de su acontecer diario y de su vida cotidiana, que no se involucra en política a ningún nivel, ni es activista en las filas de algún organismo ni nada por el estilo. Me refiero al ciudadano común y sin distingo de clase social y, aclaro este punto, dado que en más de una ocasión respondieron lo mismo acerca del Carnaval de Mérida, personas de estratos socioeconómicos muy lejanos uno del otro.

 

Lo que valdría la pena analizar es si el hecho de volver la fiesta del Carnaval a la Avenida de Paseo de Montejo es razón suficiente para otorgarle la confianza al candidato que lo proponga, lo cual pienso, resulta sumamente preocupante que haya ciudadanos cuyo único criterio para decidir por quién votar sea un tema de esa naturaleza.

 

Ninguna de las personas con las que charle en el paradero del camión o en el propio transporte o en otros puntos de reunión manifestaron interés en temas relacionados con la mejora de la vialidad, la urbanización responsable y sustentable, el desarrollo sostenible, la profesionalización de los servicios públicos municipales o algún otro tema que quienes lo ven desde la óptica de la academia, esperarían los ciudadanos y ciudadanas mencionaran como una preocupación real. En su lugar me encontré, recurrentemente, con quejas y descalificaciones hacia el gobierno municipal y hacia los aspirantes a la alcaldía y, en muchas, también hacia los candidatos a diputados, tanto locales como federales de todos los partidos políticos, dado que permanece arraigada la idea -errónea- de que es responsabilidad de aquellos la gestión de despensas, útiles escolares, reparación de calles y aceras, entre otras labores totalmente ajenas a la función verdadera del legislador.

 

Y para probarles esto pongo a su criterio el fenómeno de las campañas políticas en las redes sociales, dónde en múltiples ocasiones, son las mismas personas las que un día suben una liga de una publicación donde se descalifica al gobierno federal y al partido gobernante y al día siguiente sube su fotografía con el candidato a diputado del mismo partido o de cualquier otro, al final el color es lo de menos. Actitudes tan contradictorias, solamente exponen la carencia de educación ciudadana de nuestra población y que, hasta este momento no ha habido un esfuerzo serio por parte de los gobiernos, de fomentarle y generar ciudadanos responsables, aún contando con una Universidad como la UADY cuya plataforma se sustenta, precisamente, en la responsabilidad social. Ya otras regiones quisieran contar con el capital intelectual que ofrece una institución como esa para contribuir al desarrollo del estado y del municipio.

 

La clave está en la formación en solidaridad, en la educación para el ciudadano. Vivimos un momento histórico en el que contamos con todas las facilidades para la intercomunicación y la convivencia, para el diálogo y la relación y vinculación constante y permanente con otras personas, conviviendo, al mismo tiempo, con el aislamiento y la soledad que causa la ocupación cotidiana.

En el fondo, no es el Carnaval de Mérida, ni el si es o no adecuado su traslado su regreso al Paseo de Montejo, simplemente, son opiniones personales que ignoran razones concretas y fundamentadas y que, por lo general, ignoran el beneficio o el perjuicio colectivo de las decisiones de nuestros gobiernos.

 

González Iñárritu dijo que “ojalá tengamos el gobierno que nos merecemos” y pregunto, ¿acaso no son estos los gobiernos que nos merecemos? ¿De qué sirve descalificar a los políticos si al final somos nosotros mismos los que avalamos sus estrategias de campaña y les hacemos creer que nos convencen cuando, en realidad, no convencen a nadie? Podemos pasarnos la eternidad buscando y señalando responsables de los desaciertos de nuestros gobiernos, pero podríamos comenzar mirándonos en el espejo y señalar con el dedo índice a aquel o aquella que tengamos frente a nuestros ojos.

No todo es culpa de los políticos, ellos son como son y así lo han sido y serán, siempre y cuando nosotros continuemos por el camino de la apatía por generar cambios contundentes. La diferencia reside en la ciudadanía, la que con sus acciones, avala, consiente o condena las decisiones de sus gobiernos. ¿Estamos dispuestos a formar parte de la solución o a seguir fomentando la sociedad de los elogios mutuos?

 

 

José Miguel Rosado Pat