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La oportunidad perdida de Ramírez Marín

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Cuando se piensa en hombres políticamente poderosos, y en especial de Yucatán, sin duda uno visualiza a Jorge Carlos Ramirez Marin, Senador de la República.

Y cuando se analizan los alcances de los actuales tiempos políticos y económicos, por supuesto que se generan enormes expectativas. Positivas expectativas desde luego.

Sin embargo, la percepción es que Ramirez Marin no brilla, no luce, no emociona, no cautiva, no seduce, no relumbra.

En el argot político, el candidato del PRI no “impone”. Y es que, es preciso decirlo, el Senador pareciera no darle la dimensión correcta al asunto. Se ve que anda distraído, y que a su alrededor no tiene asesores tan capaces como cree.

Veamos.

Por una parte, la campaña electoral no era para ser un candidato a la presidencia municipal de Mérida, sino para asumir un liderazgo que en el PRI se le ha negado. Es decir, era para poner en claro que el famoso Senador era en lo que desde el círculo del poder político y económico se decía con frecuencia: un ganador. Y es que, en el 2018 él mismo presumió que era el único candidato que había ganado su elección al Senado, a pesar de los Rolandistas.

Y es que, en el Senado, Verónica Camino Farjat se encargó de decir que gracias a ella Ramírez Marín ganó en Mérida. Por eso ella está en la contienda. Porque quiere sacar ventaja rumbo a la contienda en el 2024, cuando se juegue la gubernatura. Y como van las cosas, pudiera lograrlo,

La campaña de Ramírez Marín no levanta. Nada le ha salido como quiere. En medio de la designación de candidatos, les renunció la secretaria general del PRI en Mérida; le negaron la candidatura a su “hijo” político; la desbandada de militantes fue brutal; los actuales candidatos se están rebelando por la falta de recursos económicos, pero más, se quejan por la rudeza del trato que reciben de su parte y de su aliado político, Pablo Gamboa. Y de la imagen que proyecta, solo puedo cuestionar ¿quién carajos le ve a Jorge Carlos su imagen pública y su marketing electoral?. Está del “nabo”.

Su discurso no pega, su mensaje no llega, su imagen no jala, su propuesta no seduce, su apuesta no “mueve las almas”. Va tercero en las preferencias electorales muy pegado a Ismael Peraza “Echaniz”. Su intención al voto casi raya en un dígito. El PRI no va ganar ningún distrito en Mérida. Con él, el tricolor no está saliendo del hoyo.

Como candidato critica un “abandono y una mala administración municipal”, pero no se va al fondo del asunto. El discurso que adopta es óptimo para un candidato de los partidos emergentes, pero no para un Senador de la República, no para un distinguido miembro del poder político que por años se ha preocupado porque se le considere un hombre sabio y poderoso en México. Porque Jorge Carlos ha sido Secretario de Estado, y Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, que no se le olvide. Nadie mejor que él conoce las entrañas de la pobreza en México y desde luego, la que se vive en Mérida y sus comisarías.

Él forma parte de la Nomenclatura política en la entidad.

Ramírez Marín “quiere pasar agachado”, se ha cuidado de hablar de ello, y de lo mucho que ha fallado el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. De lo mucho que falló Rolando Zapata Bello, como Gobernador y Jefe Político del PRI; y también se ha cuidado de no hablar de la situación caótica que privó en la Ciudad que pretende gobernar, durante el gobierno del PRI en los tiempos de Angélica Araujo.

A Ramírez Marín no solo se le escucha para que nos hable de los paraderos de camiones que él no usa, o para que nos comparta en camiseta “guanga” sus puntos de vista sobre lo que no le gusta de la Ciudad, sino para que nos impacte con su visión de cambio y nos motive a soñar con una verdadera transformación política, social y económica. Al escucharlo, uno se queda con la sensación de que al famoso “gordo” Marín “algo le pasa”, se ve está cansado, molesto, incómodo, se percibe fuera de lugar.

Porque ni él mismo se siente a gusto con lo que ve. El PRI no lo apoya, su militancia está desgastada, molesta, irritada, insatisfecha y no vive sus mejores momentos.

Cuando los priístas ven llegar a Ramírez Marín esperan que les dé esperanza de triunfo, que les inyecte ganas de vivir a pesar de la maldita crisis económica y de la gran desolación que padece la población; pero él solo les da un rollo barato, solo palabras inútiles que en nada sirven, que en nada contribuyen a animar al priísta que perdió su empleo y desde hace 3 años no tiene para comer, o el joven que tuvo que dejar de estudiar o la ama de casa que a diario tiene que ver cómo le hace para poner comida en la mesa familiar, o a los enfermos que acuden al Imss o Issste y no les surten sus medicamentos.

No, Jorge Carlos no es un candidato de un partido emergente, es un miembro distinguido del poder político. Del gran poder político. De hecho, él es la antítesis de todo lo que pregona el presidente López Obrador. Cuando AMLO se para en la “mañanera” a despotricar contra los que desbarataron a México, alcanza a Ramírez ramirez marin, ex Secretario de la Sedatu en el gobierno de Peña Nieto.

Por ello, el candidato del PRI está obligado a deslumbrar, a impactar, a brillar, a sorprender gratamente a los meridanos y en general, a todos aquellos que lo vemos como lo que es, un político, político. Con él no hay la justificación de que, “está empezando”; o “pobre, es la primera vez que participa”, o “viene de la sociedad civil”. Él tiene tablas, tiene economía, tiene relaciones, tiene a los empresarios, tiene a la cúpula del poder, tiene todo. Pero nos está dando una campaña “ramplona”, que da “pena ajena”.

Faltan muchos días aún, tal vez redirija su campaña y logre recomponer la senda.

Sería fatal para él y para su equipo, quedar en tercer lugar, detrás de Verónica. Sería Mortal. Humillante, evidentemente.

Y lo peor, es que lo gris de su campaña está jalando a Pablo y a todos los candidatos que no ven lo duro sino lo tupido.