Inicio Análisis político Columnista MPV La urgencia de repensar México

La urgencia de repensar México

1464

Por José Miguel Rosado Pat 

 

Ha llegado la hora de repensar la nación.  Una nación que, en palabras de Claudio Lomnitz, debe extender la mirada a lo emergente sin desatender la vitalidad del pasado que se manifiesta en el presente.

 Es momento de centrar el debate público en definir “lo nacional”. Los tiempos lo exigen, de la misma forma en que el inicio del nuevo siglo trajo consigo la alternancia política y una esperanza de democratización del sistema político mexicano. Hago una pausa y pongo sobre la mesa, la propuesta hecha por el chileno en su más reciente libro titulado La nación desdibujada. México en trece ensayos. El libro es una invitación a pensar en la nación no partiendo del furor que causa lo político sino de trece ensayos- cuidadosamente seleccionados- sobre los acontecimientos, pasados y presentes, que han trastocado y transformado la realidad mexicana. Cabe aclarar que no es finalidad de este texto dar explicación o tan siquiera reseñar el libro; lo es tomar la propuesta y reflexionar sobre aquello por lo que decimos sentir orgullo los mexicanos: lo nacional.

¿Qué es lo nacional? ¿Tenemos un concepto claro de nacionalismo ‘mexicano’? ¿Somos conscientes de la identidad nacional?

Por meses vimos los ánimos hervir en torno a la campaña electoral de un candidato extranjero. Del que, muchos dijeron (o dicen) sentirse agraviados por su discurso violento e intolerante. En respuesta, sobre todo en las redes sociales, nació ese orgullo de ser mexicanos, ese “orgullo por lo nuestro”. El tema no es Trump y su discurso, ni siquiera lo que a México le espera en su economía, sino la reacción ante aquello que la mayoría de los mexicanos siente como una agresión (y que sin duda lo es).  Incontables veces leí y escuché repetir, indiscriminadamente, frases como “defender lo mexicano, lo nacional”, “consumir el producto interno”, “no necesitamos de ellos, nosotros tenemos todo para ser un país próspero” y otras frases por el estilo que sólo contribuyen a mantener la confusión sobre un concepto claro de nacionalismo.  En muchas de esas veces, el orgullo por lo nacional era exaltado por esos compatriotas nuestros que empedernidos consumidores de lo chatarra y de la ropa de Miami, poca voluntad demuestran de conocer lo netamente mexicano y que creen que, por leer las novelas de Francisco Martín Moreno, son ya conocedores de la historia nacional y de sus procesos. Después de leerlos por tantos meses consecutivos, me he formulado un cúmulo de preguntas de las que, para efectos de este artículo, expongo las siguientes: ¿Cómo es ‘ser mexicano’? ¿Cómo se puede estar orgulloso de lo que no se conoce?  ¿Acaso el simple hecho de ser mexicanos nos genera identidad o sentido de pertenencia? ¿Vivimos de manera tal que podamos sentirnos identificados con ‘lo mexicano’?

La reflexión es más seria y profunda de lo que pudiera parecer.  Continúo sin poder comprender a un pueblo que a sabiendas de necesitar con urgencia una reconstrucción de su identidad nacional (no sabría decir hasta qué punto consciente de ello)  ha adoptado un estilo de vida, y se empeña en hacerlo cada vez más,  tan o más consumista que el pueblo norteamericano o casi tan racista con los indígenas como lo haría el más distorsionado camisa negra. Expongo: no es una falsa generalización. Es una observación concreta del comportamiento, a mi parecer, incongruente de las mayorías, y que permea en casi todos los estratos y sectores sociales.

 ¿Cómo pretendemos hablar de identidad nacional, de orgullo nacional, de independencia cultural si las discusiones se desarrollan en un Burguer King o en un Starbucks?

Por ridículo que pueda parecerle a muchos, el estilo de vida es algo que va a la par de los procesos socioculturales.  Es imposible pretender, reflexionar lo que somos y lo que queremos ser como nación si no hemos comprendido la esencia, por ejemplo, de ser latinoamericanos. El primera paso es creer que existe una cultura latinoamericana y más aún mexicana, que logre rescatar la solidaridad perdida entre nosotros. Y es que tampoco basta con pensar en lo que somos y lo que queremos ser, es indispensable reflexionar sobre lo que hemos dejado de ser, de hacer y de construir. 

Repensar, rediseñar e imaginar la idea de ‘la nación’, implica más que restructurar procesos políticos o  exigir cambios desde las cúpulas. Es una responsabilidad compartida del Estado y su población. Los ciudadanos tienen la opción de empoderarse ante lo que percibe como un Estado omnipotente, sea nacional o extranjero mediante el estilo de vida por el que decida optar.

Si bien, la principal tarea del Estado es, generar las condiciones propicias para el desarrollo del ser humano en todos sus ámbitos, en casos como el de México, se requiere una verdadera participación ciudadana, no entendida como activismo – también indispensable- de cualquier índole.

 Cuando hablamos de participación ciudadana, los hacemos también de cambios de conducta que, reproducidos en masa, detonan procesos y dinámicas que crean solidaridad.

Cierto es que somos un país colmado de riquezas naturales y culturales, cualquiera diría que los suficientes para darle a México una solidez identitaria inigualable. Mas, a la par de ello, seguimos siendo un país de localismos llevados, sin razón de por medio, a la subvaloración de lo ajeno y a una falsa sobrevaloración de lo propio únicamente en el ámbito de lo nacional; sucediendo a la inversa cuando hablamos de lo extranjero. Tal vez se deba a que, a los mexicanos, nos gusta naufragar en los límites y muy rara vez  situarnos en el punto justo para analizar las situaciones.

No podemos reconstruir nuestra identidad nacional – y con ello el concepto de nación mexicana- a partir de la utopía nacionalista de ‘nación soberana’ y tampoco hacerlo, partiendo de una entrega absoluta al internacionalismo globalizador.

Las acciones económicas y políticas deben ir acompañadas de una voluntad ciudadana ejemplar, altamente cívica.

Desde ese punto es preciso generar una fórmula nacional. ¿Cómo generar una fórmula propia atendiendo a lo presente pero revalorando lo positivo del pasado? ¿Cómo aplicarla para lograr la soberanía sin caer (como suele suceder) en la trasnochada idea de ser un pueblo histórico que existe, delibera y actúa independientemente ante cualquier eventualidad como si no existieran las fuerzas económicas y políticas internacionales?

Por supuesto no es cosa de un artículo o  ensayo. Situar en el centro del imaginario social que,  “el orgullo” de ser mexicano es la principal razón para el progreso, es absolutamente irracional y anacrónico.  Gran parte de los mexicanos aún creen en el nacionalismo como aquel ideal romántico que, inflamado por las invasiones extranjeras, era necesario fomentar a través de las vísceras del pueblo. Hoy es tiempo de hacerlo por el uso de la razón. Si sabemos que por las condiciones culturales y sociales es necesario generar una idea clara y precisa de lo nacional hagámoslo pues racionalmente, y no con la fuerza pasional que lo alentó durante el siglo XIX. Es evidente que la globalización transformó la idea ‘de lo nacional’.

Hay que alentar el nacionalismo sí, pero conscientes de que es una necesidad objetiva, no una opción que los mexicanos podemos tomar a capricho porque un demente ha “insultado a nuestros paisanos”. Nos hemos vuelto reactivos a las circunstancias. Hemos dejado a los protagonistas de la economía mundial determinarnos como pueblo que, a la deriva, hace alarde de su desconocimiento del pasado y lo disfraza de humor para cubrir su carencia de una visión cierta del futuro. Esta reflexión debe ir acompañada de un autoanálisis meticuloso de nuestro estilo de vida.

La perspectiva de la felicidad a partir del consumismo extremo y la posesión de productos y mercancías, deberán ser desplazadas para poder crear un nuevo concepto de ‘lo nacional’.

Es ya de por sí un impedimento para que los mexicanos logremos adentrarnos en una reflexión que nos permita rediseñarnos como pueblo, no en lo político o en lo geográfico, sino en lo sociocultural. Esa deberá ser nuestra primera victoria. Es el cimiento que necesitamos para pasar a lo político y a lo económico. ¿Por qué no, en vez de ver televisión por horas no mejor leemos, cultivamos, aprendemos cosas nuevas? ¿Por qué consumir hamburguesas y otra comida basura, si podemos comer mole o tamales? La modificación de nuestro estilo de vida es crucial para detonar una reingeniería de lo nacional. No por orgullo o por coraje, ni por demostrar nada a un país extranjero, sino como estrategia de unificación nacional. Ese es el éxito de los países fuertes. Fomentar el nacionalismo de forma racional como una estrategia que traerá progreso y desarrollo a pesar de nuestras diferencias internas.

Aprendamos a sentirnos mexicanos. Mientras no logremos vencer la idea de que la felicidad es indivisible del consumo, estamos condenados a la ira que nos causa que nos llamen flojos o “la versión humana de ratas”. Los mexicanos estamos viviendo una crisis de congruencia y de representatividad política la cual no hemos sabido vencer. Para lograr cambios al grado en que se anhela, se requiere de un esfuerzo conjunto, una responsabilidad compartida. No todo es tarea del Estado, ni de su clase política. El rediseño de lo nacional debe nacer de los ciudadanos. Por descabellado que parezca, ¿qué pasaría si nadie consumiera los productos norteamericanos? ¿Y si miramos los mercados de Sudamérica y más hacia los de Europa del Este y Asia? Es responsabilidad  de todos hacer una reflexión del estilo de vida que ha adoptado y de cómo modificarlo. Es una aportación concreta que permitiría redefinirnos como mexicanos y propiciar el encuentro para definir la identidad nacional que, sin romanticismo, responda al presente y no pierda la fuerza que lo impulsó en el siglo XIX.