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La Visión de Caronte: ¿se permite comer?

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El impuesto que desde este miércoles será gravado sobre las tortas, tacos, sopes y hasta tamales, por tratarse de alimentos procesados, es una carga más dejada caer sobre las cansadas espaldas del pueblo mexicano, que paga impuestos de primer mundo, pero con salarios en el umbral de la pobreza.

Este impuesto no es nuevo, ya existía, lo nuevo es que se aplique de tal manera que hasta los tacos y fritangas, que sean vendidos en algún establecimiento “formal”, tendrán que pagarlo. Pero a cómo van las cosas, siguiendo la muy particular perspectiva de su titular Luis Videgaray Caso,  es de esperarse que posteriormente empiece una cacería fiscal sobre  las taquerías de la esquina, las tamaleras o tamaleros, los vendedores de fritangas y demás, para incorporarlos a la actividad formal y que ellos también impuestos y con ello, nadie se salve de pagar ese 16 por ciento adicional.

Ya los bolsillos del mexicano común se han visto afectados por impuestos y disposiciones de Hacienda. Recordemos cómo el año pasado se aplicó el 16 por ciento al transporte foráneo, que impactó de manera directa a quienes tienen que viajar fuera de su ciudad de origen hacia sus lugares centros de trabajo.

Con un aumento raquítico a los salarios mínimos, el poder adquisitivo se vio mermado de un plumazo. Ahora, a medio año, se aplica otro tipo de impuesto, este sobre los alimentos, con el mensaje de “combatir la obesidad”, según sostienen algunos, pero que lejos de todo argumento lleva a los mexicanos a preguntarse si se les permite comer lo que buenamente tengan a su alcance.

Impuesto absurdo sin lugar a dudas, que recuerda uno que aplicó hace más de siglo y medio el once veces presidente de México Antonio López de Santa Anna, previo a la guerra contra Estados Unidos.

En ese entonces,  ante la falta de recursos del Gobierno de la República, López de Santa Anna tuvo la idea genial de decretar el cobro de un impuesto por puertas y ventanas. Así todos tendrían que pagar un real (25 centavos) por cada puerta su casa y cuatro centavos por cada ventana.

Para ello se realizó un censo que específicamente registraba cuantas puertas y ventanas había en cada vivienda y cuánto tendrían que pagar. Esto obligó a que muchas familias tapiaran sus puertas y transformaran sus ventanas en la vía para entrar y salir de sus casas.

En Yucatán, aparentemente este impuesto nunca se cobró, pues la Península no tuvo muy buenas relaciones con Santa Anna, de quien se tenía malos recuerdos tras su paso como gobernador en 1823.

En ese entonces literalmente se cobró a los mexicanos por el aire que circulaba por sus casas a través por de las puertas y ventanas. Ahora Videgaray lleva las cosas a otro nivel que me hace replantear la pregunta de líneas atrás: disculpe señor Secretario de Hacienda ¿en México nos permiten comer?

Hasta la próxima…

Autor: Miguel II Hernández Madero