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Las nueve décadas de Clint Eastwood

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Soledad del piano

Es, ciertamente, la encarnación del estadounidense modelo. Es blanco, ojiverde, alto, criado en una familia protestante y es un exitoso self made man que no sólo logró consolidarse como una estrella en el complejo y altamente competido ecosistema de Hollywood merced a sus papeles de tipo duro, despiadado e implacable logrando hacer de sus carencias expresivas una virtud sino también convertido en uno de los directores de cine más personales, poderosos y eficientes de las décadas recientes.

      Además, a sus 90 años, es tan longevo y ha cosechado logros tan disímiles a lo largo de su extraordinaria carrera que el Premio Irving G. Thalberg en reconocimiento a la trayectoria de figuras señeras de la industria, que otorga la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMPAS, por sus siglas en inglés), le fue entregado hace ya un cuarto de siglo —lo cual desmiente, en su caso, que los homenajes en vida pueden devenir en premonitorias despedidas—, apareciendo, desde entonces, en una decena de filmes como intérprete, entregado 22 películas como realizador, producido 32 proyectos audiovisuales e, incluso, compuesto canciones y temas para 20 cintas, además de haberse encargado de la banda sonora de ocho de ellas.

      Preservando siempre, a pesar de los años acumulados, del rostro unas mejillas sonrosadas y trazado por arrugas bien definidas y. del cabello gris y la postura un poco encorvada que le resta algunos centímetros a su metro con 93 de estatura, una sonrisa ?la mayor parte del tiempo? casi vuelta línea recta, cabal y absolutamente sincera.

      Y cómo no hacerlo si este largo trecho de vida profesional le ha catapultado como una de las leyendas vivas de la cinematografía mundial, muy a pesar de sí mismo y de su proverbial humildad, de su espíritu de trabajo constante que huye del glamour y de los favores de la fama, que prefiere la soledad del piano.

El golf y el boogie-woogie

Y, sí, seguro que lo recordamos por sus apariciones como el más importante vaquero de los spaghetti western, “el hombre sin nombre” y como el policía justiciero Harry el Sucio, que lo convirtieron más en un icono que en una estrella, pero justo es su etapa como director la que le permitió darle un mayor rango de diversidad a su carrera. Y vaya que si ha logrado estar en las antípodas: el mismo año que dirigió su primera película: Obsesión mortal (Play Misty for Me, Estados Unidos, 1971), sobre un locutor de radio que lee poesía y programa jazz, que es atacado por una radioescucha obsesionada con la versión instrumental de “Misty”, de Johnny Mathis, también aparecía como un soldado de la Unión que se encuentra apresado en un internado para señoritas del bando confederado en El engaño (The Beguilded, Estados Unidos, 1971), de Don Siegel, quien dirigiría también ese año la primera historia de Harry el Sucio.

      O recordemos su gran homenaje al intérprete del bebop, el saxofonista Charlie Parker, al recrear su genio en Bird (Estados Unidos, 1988), con un extraordinario Forest Whitaker, en un filme de época ganador de la Palma de Oro en Cannes en el mismo año que despediría a su taquillero vengador en una quinta entrega intitulada Sala de espera al infierno (The Dead Pool, Estados Unidos, 1988), dirigida por Buddy Van Horn, en la que el propio policía forma parte de una lista de famosos en una lista mortal en un macabro concurso de un grupo criminal.

      Así de sinuosa y de contradictoria ha sido la carrera de este polivalente creador nacido en San Francisco, el 31 de mayo de 1930, con una línea de sangre irlandesa, holandesa, escocesa e inglesa que se remonta a uno de los primeros peregrinos llegados de Europa en el barco Mayflower en las primeras décadas del siglo xvii.

      Estudiante distraído y de aprovechamiento bajo en el Instituto Técnico de Oakland, no ingresó a la Universidad de Seattle como era su deseo, y a cambio fue reclutado, durante la guerra de Corea, por el ejército estadounidense, aunque nunca abandonó California, ejerciendo de socorrista así como instructor de natación. Él mismo recuerda haber sido repartidor de diarios, dependiente de una tienda, caddie de golf, pianista de boogie-woogie e incluso bombero forestal.

      Pero este caudal de éxitos no explica ni su tozudez ni su magnífica disposición para el trabajo riguroso, así como tampoco su determinación por abrirse paso como artista.

Sin créditos y con personajes efímeros

A sus 25 años, cuando era un joven un tanto delgado, una impresión que era subrayada por su prominente altura, si bien resultaba atlético y bien parecido, su expresividad rayana en lo monacal, los dientes apretados que apenas le permitían mascullar algunos diálogos  entre dientes —y que le habían valido varias recomendaciones para tomar urgentes clases actorales—, Clint debutó como figurante en una película de serie B de Jack Arnold, uno de los cineastas más polifacéticos de la época y que hiló varios éxitos en el género, entre los que se cuenta El regreso del monstruo (Revenge of the Creature, Estados Unidos, 1955), que versaba sobre el escape del monstruo de la Laguna Negra que era exhibido en un acuario. Su actuación no le mereció ni siquiera aparecer en los créditos.

      Un segundo serial fílmico le permitiría su siguiente participación, ahora como parte de la esquina del teniente naval Peter Stirling (Donald O’Connor), en la comedia Francis in the Navy (Estados Unidos, 1955, de Arthur Lubin), última aparición en la pantalla grande de la afamada mula parlante del título. Ese mismo año aparecería como un arquero —que tampoco formaría parte de los créditos—, en la adaptación del mito medieval de Lady Godiva (Lady Godiva of Coventry, Estados Unidos, 1955, de Arthur Lubin), protagonizada por la dublinesa Maureen O’Hara, actriz favorita de John Ford y conocida como la “reina del Technicolor”.

      Todavía en ese año retornaría a las producciones fantásticas —por su temática pero también por su costo ridículamente bajo— de Arnold, ahora teniendo como atracción principal a un arácnido gigante escapado de un laboratorio anandonado en el desierto de Arizona, en Tarántula (Tarantula!, Estados Unidos, 1955), en la que hace del piloto líder de una plantilla de aviones jet que combatirá a la monstruosa criatura.

      En estos primeros pasos aprovechó también para recorrer la televisión, a la sazón vuelta un entretenimiento hogareño masivo, en la que tampoco pudo destacar rápido y donde habría de contentarse con esporádicas apariciones, entre 1956 y 19589, lo mismo en las escenificaciones extraídas de la revista de idéntico título Reader’s Digest tv, como el teniente Wilson; convertido en Joe, un muy decente y respetuoso motociclista miembro de un improbable club de bien portados en Patrulla de caminos (Highway Patrol); ora como vaquero en la añeja serie Death Valley Days; igualmente será un cadete en West Point; luego, el pistolero Red Hardigan en el clásico western Maverick, y hasta como un reportero en Alfred Hitchcock presenta (Alfred Hitchcock presents), siempre en capítulos aislados y con personajes efímeros.

Interpretarse a sí mismo

Pero justo serían las botas y sombreros vaqueros, la pistola y las cachas, las cabalgatas y las cantinas, que probó en Maverick, las que acabarían por sentarle bien a esta incipiente estrella, de quijada inmóvil y mirada fija, de ceño fruncido  y ranuras por ojos cuando, a inicios de 1959 lo encontramos contratado como Rowdy Yates, el joven e impulsivo compañero de aventuras de Gil Flavor (Eric Fleming), que arrean hatos de reses desde Texas hasta Kansas en el Viejo Oeste en Cuero crudo (Rawhide, Estados Unidos, 1959-1965, en el serial televisivo lanzado por la cadena cbs) por el que cobraba apenas 700 dólares por capítulo.

      El programa formaba parte de la fiebre por llevar a la televisión versiones baratas y con un banco de metraje alusivo limitado y por lo tanto repetitivo, entre las que se cuentan también la ya mencionada Maverick junto a El Llanero Solitario (The Lone Ranger, 1949-1957), Roy Rogers (The Roy Rogers Show, 1951-1957), Wyatt Earp (The Life and Legend of Wyatt Earp, 1955-1965), Cheyenne (1955-1963), Caravana (Wagon Train, 1957-1961), Bonanza (1959-1973), El gran chaparral (The High Chaparral, 1967-1971), Daniel Boone (1964-1970) ,o Valle de pasiones (The Big Valley, 1965-1969), entre una sobreabundante oferta.

      La serie habría de permanecer al aire durante seis años y le otorgaría a Eastwood una fama casi inmediata, al grado de que cuando volvió a aparecer en el programa de otro equino parlante, ahora El caballo con voz (Mister Ed), el capítulo se llamó “Clint Eastwood Meets Mister Ed” —que puede traducirse como Clint Eastwood conoce a Mister Ed)— en abril de 1962. Curiosamente, dicha experiencia le dejaría una enseñanza muy poderosa que lo marcaría para el resto de su carrera al descubrir que no deseaba pensárselo demasiado ni plantearse preguntas en torno a la interpretación de sus personajes, sino simplemente interpretarse a sí mismo, lo que en su opinión resulta muy difícil para un actor profesional, ya que suelen esconderse detrás de sus roles e ignoran por completo quiénes son, tal y como lo relató en una entrevista para The New York Times en febrero de 2018.

La filmación en Madrid

Dicha fama, que por lo demás le tenía ya un poco cansado, dado el repetitivo rol de los presurosos y poco cuidados westerns televisivos, le depararía, empero, una consagración inesperada cuanto estrafalaria, además de que reafirmaría aquel viejo aserto de la época: la televisión es efímera mientras que el cine de buena factura resulta una garantía de eternidad. Un desconocido director italiano, Sergio Leone, miembro de aquellas familias de pioneros cinematográficos cuya prole dinástica se mantenía realizando todo tipo de producciones en los emblemáticos estudios romanos de Cinecittà, creados en 1937, durante el régimen fascista de Benito Mussolini como una suerte de vehículo para la propaganda y el panfleto —de igual propósito que el Festival de Venecia, la más antigua de las competencias fílmicas europeas, iniciada en 1932—, y luego bombardeados por los aliados pero que, con toda regla y  naturalidad, una vez reconstruidos, acogieron centenares de producciones hollywoodenses de la posguerra.

      Para el papel de un hombre sin nombre, misterioso y encantador, Leone había considerado a Henry Fonda —cuyo salario era incosteable— y a Charles Bronson —que rechazó la oferta pensando que el guión era malo—, además de otros nombres de peso en las producciones de vaqueros de aquellos años como Rory Calhoun, Tony Russell, Steve Reeves, Ty Hardin, James Coburn y Richard Harris quien, desdeñoso, acabaría recomendando a Eastwood como una opción posible para interpretar convincentemente a un vaquero —y que considera, hasta la fecha, su gran aportación al cine.

      El actor californiano, hastiado del monótono rol pese a que le daba cierta notoriedad, decidió arriesgarse y aceptar rodar en lo que hoy es el Parque Nacional del Cabo de Gata-Níjar, en Almería además de Golden City, un pequeño poblado construido cerca de Hoyo de Manzanares, en el municipio de la Comunidad de Madrid, dos localidades españolas.

      Fue el hastío el que impulsó a Eastwood para dar vida al antihéroe de un filme que hoy consideramos clásico y que habría de reinventar los filmes del Viejo Oeste. Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, Italia-España-Alemania Occidental, 1964) eraapenas el segundo largometraje de ficción de Leone, un realizador reconocido como asistente  de dirección especializado en el género de sandalias, el péplum, pues había participado en dicho cargo en una gran cantidad de superproducciones estadounidenses filmadas en los estudios ubicados al Oriente de Roma, como Quo Vadis (1951, de Mervyn LeRoy), Elena de Troya (Helen of Troy, 1956, de Robert Wise) o Ben Hur (1959, de William Wyler), además de varias adaptaciones operísticas a la pantalla grande y confección italiana, dirigidas por Carmine Gallone entre las que se cuentan Rigoletto (1946), El trovador (Il Trovattore, 1949), Fausto (Faust, 1949) o La forza del destino (1950), además de trabajar al lado de Vittorio da Sica en la gran cinta del naciente neorrealismo Ladrones de bicicletas (Ladri de Bicicletti, 1948).

Por un puñado de dólares

El gran rapport que este convenenciero personaje llamado Joe mantiene con los habitantes del pueblo fronterizo de San Miguel, dividido entre dos bandos de contrabandistas, la familia de Ramón Rojo (el austriaco Sieghart Rupp) y la de John Baxter (el italiano Gian Maria Volontè), ya que se contratará como pistolero con ambos, cuando en realidad intentará traicionarlos y esquilmarlos, librando a la comunidad del perpetuo derramamiento de sangre. En mucho ayudó, claro está, la música rítmica, heroica, nostálgica, emergida de un tiempo sin tiempo, repleta de sonidos de viento, disparos, golpes de yunque, mezclado con pegajosos silbidos, rítmicas guitarras eléctricas o acústicas, trompetas con sordina, armónicas con vibrato, tarolas incisivas y un dispositivo orquestal dinámico con coros machacones que sirve a los propósitos dramáticos de estas historias que revitalizaron el género gracias a sus personajes culposos, fallidos, incompletos y, al mismo tiempo, despiadados, sanguinarios y traicioneros.

      El spaghetti western, llamado así un poco peyorativamente para deslegitimar un poderoso movimiento que acabó con los convencionalismos maniqueos de los héroes contra villanos perfectamente definidos; los moralinos códigos de conducta como el impulsado por el senador William H. Hays, que provocaron la decadencia del una vez glorioso cine de vaqueros estadounidense; estrenó esta, su primera gran producción, en  septiembre de 1964 en Italia y en los meses subsecuentes en otros países de Europa, Asia y América, pero tardó tres años en llegar a Estados Unidos. La dilación se debió a las trabas legales que les significó la demanda internacional interpuesta por los productores Ryuzo Kikushima y Tomoyuki Tanaka, de la premiada Yohimbo (Japón, 1961),  de Akira Kurosawa, pues el argumento resultaba idéntico y la producción protagonizada por Toshiro Mifune, le había valido ganar la Copa Volpi a Mejor Actor justo en la Mostra, como también es conocido el Festival de Venecia, en 1961.

      Aunque los italianos adujeron que las raíces del drama escrito por Adriano Bolzoni, Mark Lowell, Víctor Andrés Catena y Jaime Coma se encontraban en la comedia del dramaturgo Carlo Goldoni: Un criado para dos amos (Il servitore di due padroni, 1745), así como en la novela Cosecha Roja (Red Harvest, 1929), de Dashiel Hammett, acabaron por perder la disputa legal y no sólo debían aceptar el crédito de Ryûzô Kikushima y del propio Kurosawa en su propio guión, sino entregarles el 15 por ciento de las ganancias y cederles los derechos de explotación en Japón, Corea del Sur y Taiwán, además de la cantidad de 100 mil dólares.

      Como sea, al estrenarse en Estados Unidos en enero de 1967, la película logró tal impacto que atrajo al público a las salas de cine para emocionarse verdadera y nuevamente con los duelos entre pistoleros a caballo, en viejas cantinas y con bellísimas damas que rescatar y luego enamorar, con el añadido de un espectacular color en Cinemascope. La recaudación global del filme se estima en 14 millones y medio de dólares cuando su costo original fue de apenas 200 mil, de los cuales, por cierto, al pistolero del poncho tejido a mano sobre los hombros —más a la usanza de los héroes grecolatinos de cintas de espadas y sandalias que de los vaqueros clásicos—, sombrero de ala recta un poco ladeado y delgado purito en las comisuras de los labios, le correspondieron apenas 15 mil dólares. A la emergente estrella le tocó un puñado de dólares, es cierto, pero a cambio Eastwood logró su consagración como un arquetipo, como un símbolo, y todo ello ocurrió muy lejos de su natal San Francisco.

      Curiosamente, para su estreno en inglés y para hacerla pasar como una producción local, la cinta fue rebautizada como A Fistful of Dollars, Leone apareció acreditado como Bob Robertson; entre los actores Volontè como Johnny Wells, Sieghardt como S. Rupp y Joseph Egger como Joe Edger; los productores Arrigo Colombo, Giorgio Papi y Pietro Santini como Harry, George y Peter Saint; el fotógrafo Massimo Dallamaro como Jack Dalmas, y Ennio Morricone como Dan Savio.

El momento inmediatamente aprovechado

El equipo conformado por Leone, Morricone, Eastwood y Dallamaro habría de explotar el éxito de la fórmula con una segunda entrega: Por unos dólares más (Per qualche dollaro in più, Italia-España-Alemania Occidental, 1965), en la que al mismo par protagonista anterior, Eastwood (ahora El Manco) y  Volontè (Indio), se les une un destacado —y costoso— elenco internacional con el estadounidense Lee van Cleef (Douglas Mortimer), el alemán Klaus Kinski (el jorobado Juan Wild), los españoles Aldo Sambrell (Cuchillo) y el español Tomás Blanco (Sheriff), así como los italianos Benito Stefanelli (Luke Hughie), Mario Brega (Niño) y Luigi Pistilli (Groggy). El equipo se trasladó otra vez a la región andaluza, de vuelta en Almería pero esta vez en el desierto de Tabernas, en donde se construyó el poblado de El Paso, si bien otros interiores fueron filmados en Cinecittà.

      Ya con un presupuesto triplicado  y sin problemas de plagio —esta vez la historia salió del escritorio del productor Alberto Grimaldi—, la película sobre un par de cazarrecompensas, el viejo y experimentado coronel Mortimer y el joven Manco, que por las razones más disímbolas se unen para dar caza a los 14 miembros de la banda del Indio, con un plan que requiere infiltrarse en sus filas pero que desembocará en una salvaje balacera una vez expuesta la conspiración.

      La inversión de 600 mil dólares para este segundo título del serial lograría recuperar, tras su estreno en diciembre de 1965, más o menos la misma cantidad de su predecesora: 15 millones de dólares. Económica y no sólo artísticamente, el spaghetti western perfeccionado por Leone había demostrado su rentabilidad y pertinencia como fórmula industrial.

      La “Trilogía del dólar” habría de ser completada un año más tarde con otra película de culto, quizás la más exitosa de ellas: El bueno, el malo y el feo (Il buono, il bruto, il cattivo, Italia-España-Alemania Occidental, 1966), protagonizada por el que ahora era un exitoso dueto en el universo fílmico del italiano: Eastwood como Rubio, el bueno del título, y van Cleef en el rol de Sentenza “Ojos de ángel”, que correspondería al malo, cazarrecompensas uno y el otro asesino a sueldo que emprenden un periplo para rescatar un tesoro oculto en plena Guerra de Secesión del que se enteran por un soldado que a cada uno le revela datos incompletos y no les quedará otra opción que colaborar entre ellos para encontrar la tumba correcta en el cementerio de Sad Hill antes que se adelante Tuco Benedicto Pacífico Juan María Ramírez, el feo, encarnado por el refinado intérprete neoyorquino entrenado en “El Método” Strasberg, Eli Wallach, en un recorrido paranoide y escabroso que los acabará enfrentando en este escenario circular, con un público conformado por inmóviles lápidas de cantera y teniendo como fondo la magnífica pieza “Il Triello” (“El Trío”), de la autoría de Morricone.

      Tan conmovedor e indeleble es el impacto de este final que incluso en 2014 se conformó una sociedad cinéfila en Burgos, la Asociación Cultural Sad Hill, en cuyo seno reunieron esfuerzos particulares para reparar, reconstruir y poner en pie dicho camposanto, ubicado en el Valle de Mirandillas, para lograr conmemorar el cincuentenario del rodaje del filme, realizado durante el franquismo, mediante un simposio que reunió a escritores, críticos, periodistas e investigadores, junto con exposiciones fotográficas, proyecciones al aire libre y conciertos en vivo.

      Registro de todo ello, así como de algunos de los protagonistas y de artistas influenciados por este filme —críticos como Stephen Leigh, investigadores como Christopher Frayling, directores como Joe Dante o Alex de la Iglesia, y músicos como James Hetfield, de Metallica— para conformar el documental Desenterrando Sad Hill (Sad Hill Unearthed, España, 2017), de Guillermo de Oliveira, que ganó el premio a la Mejor Película de la sección Noves Visions de Sitges y que está disponible desde hace un par de años en la plataforma en línea Netflix.

      Aunque la cinta contó con el mayor de los presupuestos de estas entregas, 1,200 millones de dólares, la inversión fue más que justificada, ya que en la taquilla acabaría superando los 25 millones, tal y como reporta el portal Box Office Mojo en esta y las cifras anteriores de recaudación.

Vuelta a la ruta individual

Eastwood ya no necesitaría de Leone luego de esos tres filmes emblemáticos que convirtieron a su personaje en un referente universal, pero queda claro que el director italiano tampoco requirió de sus servicios pues en su siguiente filme: Érase una vez en el oeste (C’era una volta in il West, Italia-Estados Unidos, 1968), ya en coproducción con una major hollywoodense, la Paramount Pictures, ya contaría con su elenco ideal: Henry Fonda y Charles Bronson —sus dos primeros prospectos para el impasible hombre sin nombre—, junto con Jason Robbards y la bellísima Claudia Cardinale, así como tampoco en su despedida del género, conquistando el Nuevo Continente con una historia ocurrida durante la Gran Prohibición en Manhattan, Nueva York: Érase una vez en América (Once Upon a Time in America, 1984), con un elenco renovado y plagado de nuevas figuras como Robert De Niro, James Wood, Joe Pesci, Elizabeth McGovern, William Forsythe o Burt Young, en una producción de la Warner Bros. Quizá tuviera que ver que la carrera como realizador de Leone no fue abundante, pues se compone de ocho películas.

      En simultáneo, el duro Clint retornaba gloriosamente a su país, ahora sí consagrado como pistolero del Viejo Oeste y listo para protagonizar títulos como Mi nombre es Violencia (Coogan’s Bluff, Estados Unidos, 1968) o Una mula para la hermana Sara (A Mule for Sister Sara, Estados Unidos-México, 1970), al lado de Shirley MacLaine y de Manolo Fábregas, con escenarios en Sonora y Morelos, ambas dirigidas por Don Siegel para la Universal Pictures.

      Y justo con ese director es que Eastwood hallaría un nuevo sendero en su carrera, lejos de los sombreros polvosos y de los ponchos, al aparecer en la ya comentada El engaño, pero sobre todo en el papel del inspector policiaco Harry Callahan, apodado El Sucio, por hacer cumplir la ley más que las reglas legales, junto con su compañero Chico Gonzalez (Reni Santoni), especialmente cuando se trata de capturar a un francotirador multihomicida como Charles Davies, quien se hace llamar “Scorpio”, chantajeando a la ciudad de San Francisco —ciudad natal del autor y escenario recurrente en su carrera posterior— y exigiendo una recompensa para detener su cuota mortal de un ciudadano al día en Harry el Sucio (Dirty Harry, Estados Unidos, 1971). El presupuesto de 4 millones de dólares que reporta la base de datos International Movie Data Base (imdb), no fue sino atinada pues obtuvo una recaudación de casi 36 millones.

      El serial continuaría con Magnum 44 (Estados Unidos, 1973), de Ted Post; Sin miedo a la muerte (The Enforcer, Estados Unidos, 1976), de James Fargo en el que enfrenta a un grupo de veteranos de Vietnam que conforman una célula terrorista; Impacto fulminante (Sudden Impact, Estados Unidos, 1984), en la que el Vigilante auxilia a una víctima de violación a lograr su venganza y en que el actor se haría cargo también de la dirección de la cinta, para cerrar con una quinta entrega: Sala de espera al infierno.

Una ética vital

Quizás este recorrido largo y muy tardado, esta espera atenta, es justamente la que haya rendido sus frutos en el caso de Clint Eastwood, un hijo absoluto del siglo xx y del par de décadas que nos hemos adentrado en el xxi. Un miembro del Partido Republicano desde 1952, pero de creencias muy libertarias tanto en lo religioso como en lo sexual, en el matrimonio igualitario y en el derecho al aborto, en el tema de las libertades individuales así como el de los derechos civiles. Cuando fue elegido para alcalde de su localidad de residencia, Carmel-by-the-Sea, se presentó como candidato independiente y luego fue nombrado comisionado de los Parques Estatales y Recreativos de California, primero por el gobernador demócrata Gray Davis y luego ratificado por el republicano Arnold Schwarzenegger, quien además lo hizo comisionado de filmaciones de ese estado de la costa oeste.

      Es capaz de tales encarnaciones camaleónicas, sin variar un ápice su apariencia, su adustez o su permanente actuación como sí mismo, que puede aparecer como un fotógrafo de la revista National Geographic, Robert Kincald, en el desolador descubrimiento del amor imposibilitado por las reglas de la adultez con el ama de casa Francesca (Meryl Streep, en otra nominación al Oscar actoral), en los rígidos años sesenta que es Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, Estados Unidos, 2003); lo mismo que el veterano de la Guerra de Corea, Walt Kowalski, cuyo intento por evitar el robo de su preciado Gran Torino (Estados Unidos, 2008) le obligará a tomar las armas para pacificar a su vecindario de las pandillas asiáticas de la comunidad Hmong, así como su último papel de un viejo veterano de aquella intervención en Corea, Earl Stone, que regresa a la actividad, en este caso el trasiego de drogas para un cartel mexicano en La mula (The Mule, Estados Unidos, 2018), apareciendo en condiciones impecables a sus 88 años.

Convicciones y humanismo

Y sea este tortuoso y complejo camino por la vida el que le haya permitido el lujo de dirigir un western de venganza a toda regla en El fugitivo Josey Wales (The Outlaw Josey Wales, Estados Unidos, 1976), sobre un granjero que se une a la guerrilla confederada sólo para acabar con los soldados de la Unión que mataron a su familia, lo mismo que ese testamento reflexivo que es Los imperdonables (Unforgiven, Estados Unidos, 1992), su última aparición como un pistolero y ex forajido retirado a una granja, que es contratado por última vez en su vida para vengar a las prostitutas indefensas en un pueblo, Big Whiskey, donde enfrenta junto con su ex compañero Ned Logan (Morgan Freeman), al sheriff Bill Daggett (Gene Hackman), que impone implacablemente su poder por encima de la ley, en un filme dedicado a Sergio y a Don, los directores que le permitieron una carrera exitosa y, en este caso, ganar dos premios Oscar a Mejor Película y Mejor Dirección, además de ser nominado a Mejor Actor en la ceremonia de 1993.

      El fenómeno se repetiría en 2005 con otra película sobre el retiro del entrenador de box Frankie Dunn en Golpes del Destino (Million Dollar Baby, Estados Unidos 2004), de nuevo junto a Morgan Freeman (como el second Eddie “Scrape-Iron” Dupris) y con la joven actriz Hillary Swank (Maggie Fitzgerald), ganadora de la categoría a Mejor Actriz.

      La nominación doble, como director y a película, se repitió en el 2004 con Río Místico (Mystic River, Estados Unidos, 2003), y aunque los triunfadores de esa noche fueron Sean Penn como Mejor Actor y Tim Robbins como Actor de Reparto, un drama intimista sobre la pérdida familiar y el duelo —que en realidad debiera traducirse como Río Mystic, pero ya estamos familiarizados con las pobrísimas traducciones de las distribuidoras fílmicas, como Warner Bros., en este caso— y luego en 2007, con Cartas desde Iwo Jima (Letters from Iwo Jima, Estados Unidos-Japón, 2006), en una producción que ganó la categoría de Edición de Sonido. Con Francotirador (American Sniper, Estados Unidos, 2014) lograría su más reciente nominación a Mejor Película.

      El director, un decidido pacifista que se opone a la libre circulación de armas, y que tiene tal serenidad que mientras espacia sus actuaciones, siete apenas en el nuevo siglo, no sólo acelera su actividad desde la silla del director, con 18 títulos desde el año 2000, incluidos un homenaje al equipo de rugby sudafricano con el que Nelson Mandela se ayudó a abatir el racismo con Invictus (Estados Unidos, 2009); a Frankie Valli sus compañeros en el cuarteto vocal The Four Seasons en Jersey Boys: Persiguiendo la música (Estados Unidos, 2014), o a héroes ciudadanos como el piloto Chesley Sullemberg que aterrizo un avión sobre un río en Sully: Hazaña en el Hudson (Sully, Estados Unidos, 2016); a unos turistas estadounidenses que desarticularon un ataque terrorista en Europa en 15:17 Tren a París (The 15:17 to Paris, Estados Unidos, 2018), o el policía privado que evitó víctimas en un atentado con bombas durante los Juegos Olímpicos de Atlanta en El caso de Richard Jewell (Richard Jewell, Estados Unidos, 2019).

      Pese a todos estos cantos entre gloriosos y elegiacos, Clint Eastwood se ha mantenido firme a su convicción de representar su edad y evitar el ridículo en que incurren otras estrellas de esa industria de los sueños. Quizás por eso en 65 años de carrera ta parafernalia de ña fama no ha logrado encandilarlo, deslumbrarlo ni apartarlo de su ruta, de sus convicciones, de su personal modo de entender la vida. Justamente en esa ética insobornable es que radica el ejemplo mayúsculo de Clint Eastwood sobre la conducción de la vida, del trabajo y de la mentalidad en torno a la cual cada individuo es capaz de realizarse. Ya si se puede desarrollar con esa longevidad tan admirable, sin duda es significado fr una vida plena, tan sencilla como compleja. Y tan humana.