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“Le preguntaron también unos soldados: ‘¿Y nosotros qué debemos hacer?’ ” (Lc 3, 14).

1802

HOMILÍA

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Ciclo A

Lev 19, 1-2. 17-18; 1Cor. 3, 16-23; Mt 5, 38-48.

 

“Ki’olal lake’ex ka ta’ane’ex ich maya, kin tzik te’ex kimak woolal yetel in puksikal. U Ta’ an jajal Dios te domingoa, ku yalikto’on, Yuum Kué ku ta’anko’on utial kilichkuxta’al yetel malo’okuxtal jeé bix leti.”

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre, deseándoles todo bien en el Señor. He elegido como título un versículo del evangelio según san Lucas que no corresponde a este domingo; sin embargo lo escogí porque celebramos en México el día del Ejército Mexicano, también conocido este día como “Día del Soldado”. Fue el 19 de febrero de 1913 cuando se fijó el decreto de la creación del Ejército Constitucionalista, que luego fue llamado Ejército Mexicano.

Nuestro ejército y cada uno de los soldados han sido valorados especialmente, cuando en medio de los desastres naturales, han arriesgado su vida para salvar la de los ciudadanos en peligro y para llevarles comida, agua y cobijo. Desde el año 2010 han salido muchos grupos de soldados a diferentes ciudades de México, a cumplir funciones policiales por el tema de la inseguridad y la violencia generada por el crimen organizado.

Sus acciones en este tema han significado contradicción, pues mientras muchos se han sentido más seguros con su presencia, otros han denunciado abusos en el cumplimiento de su deber. En ocasiones hemos visto que las críticas y manifestaciones contra la presencia de los soldados en las calles, han sido impulsadas por el mismo crimen organizado. En todo caso, reconocemos que el glorioso Ejército Mexicano está cumpliendo una misión de excepción y que en cuanto se pueda, los soldados y marinos deberán regresar a sus cuarteles. 

Llegue nuestra felicitación a todos los soldados de México. Hemos de reconocer que el deseo y disposición para servir a la Patria debe entenderse como una verdadera vocación de servicio, para dedicarse a un estilo de vida que supone muchos y grandes sacrificios, que no siempre son debidamente reconocidos y valorados. Cuando los soldados son creyentes, pueden encontrar en su vida militar un camino de santificación y de servicio a sus hermanos. En muchos países el ejército cuenta con sus capellanes; México es una excepción que ojalá pronto termine, pues no hay ninguna razón para que el soldado elimine o ahogue sus sentimientos religiosos, ni tampoco sus más profundas creencias recibidas en el seno de su familia y en el seno de la Iglesia.

Juan el Bautista junto al Río Jordán, llamaba a todo el pueblo a prepararse a recibir al Mesías que estaba próximo a llegar. A todos les decía lo que debían hacer para manifestar su arrepentimiento y cambio de vida. Hubo solados que se acercaban a preguntarle: “¿Y nosotros qué debemos hacer?” (Lc 3, 14), y Juan les daba una respuesta específica como lo hacía con los publicanos y con otros. Aún ahora, cada uno tiene sus propias exigencias según su profesión y según su estado de vida, para vivir como verdadero hijo de Dios.

En la historia de la Iglesia ha habido varios soldados que alcanzaron un alto grado de santidad, hasta ser elevados a los altares. El primero de ellos fue el soldado romano Longinos, quien atravesó el costado de Jesús con su lanza y a quien suele atribuírsele la exclamación: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39); y que luego se convirtió y llegó a morir mártir. Otro santo soldado fue san Jorge mártir. Varios más dejaron la vida militar para dedicar su vida al sacerdocio, a la predicación o al cuidado de los enfermos, como san Ignacio de Loyola o san Camilo de Lelis. El Joven mártir mexicano de catorce años recientemente canonizado, san José Sánchez del Río, todas las noches le dirigía el rezo del santo Rosario a la tropa. Aunque no le permitieron el uso de las armas, él estaba dispuesto a militar con el Ejército Cristero, y fue apresado cuando le dio su caballo al general para que se salvara, diciéndole: “Sálvese, usted es más importante”. Ya preso, aunque tuvo oportunidad de librarse de la muerte si hubiera renegado de su fe en Cristo, se mantuvo firme hasta el final de su martirio gritando: “¡Viva Cristo Rey!”. Les digo por eso a los soldados que no solamente pueden llevar una buena vida cristiana dentro del ejército, sino que hasta pueden alcanzar la santidad.

Y de esto trata la Palabra de Dios en este domingo, de recibir de parte de Dios un llamado a la santidad. En la primera lectura en el libro del Levítico, el Señor le dice a Moisés que le pronuncie a la Asamblea de los hijos de Israel sus mandatos; pero antes que nada le indica: “Diles, ‘Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo’ ” (Lv 19, 2). Por cierto que, la palabra hebrea para decir “asamblea”, llega al español con el nombre de “iglesia”. Nuestra Iglesia es la Asamblea de los hijos de Dios. Si Dios en tiempo de Moisés esperaba la santidad de los israelitas, con mayor razón la espera de cada uno de nosotros los bautizados. Y a los que digan que “no nacieron para santos”, yo los contradigo afirmando que sí, pues todos los hijos de Dios hemos nacido para ser santos y esa es la razón de ser bautizados. ¡Sí se puede!, y aunque nunca lleguemos a los altares, lo importante es que pretendamos la santidad en el cumplimiento de todos los mandamientos divinos, asemejándonos así al Señor.

Fuimos todos creados a imagen y semejanza de Dios, aunque luego cada uno tiene la libertad de asemejarse a Dios con su manera de vivir. El llamado a ser santos ha de provocar en nosotros un deseo de dar más y más en generosidad y entrega al servicio de Dios y de los demás. En el santo evangelio de este domingo, es el mismo Jesús quien nos llama a la perfección diciendo: “Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).

Dice Jesús que cualquiera ama a quien le ama y cualquiera saluda a sus hermanos, pero no cualquiera ama a quien le ha hecho daño y a quien le persigue y calumnia. Y en eso estará nuestra perfección: en amar a nuestros enemigos, hacer el bien a los que nos odian y rogar por los que nos persiguen y calumnian. En varias formas más Jesús indica cómo el amor de sus discípulos debe superar todo odio y deseo de venganza. Sentir odio y deseo de venganza es algo muy humano, y por eso vemos tantos asesinatos en nuestro México y el mundo entero. Pero el cristiano puede y debe vencer los malos sentimientos, y por la fe, hacer prevalecer el amor.

En la segunda lectura tomada de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, el Apóstol dice: “El templo de Dios es santo y ustedes son ese templo” (1 Cor 3, 17). Porque somos libres, por eso estamos en posibilidad de destruir ese hermoso y santo templo de Dios que somos. Si nuestros templos necesitan mantenimiento, limpieza y toda clase de cuidado y respeto, con mayor razón nuestro propio ser.

Otra fiesta patria confluye pronto, pues el próximo 24 de febrero vamos a celebrar la fiesta de la Bandera Nacional. La bandera mexicana merece todo nuestro respeto por ser un símbolo que representa a las generaciones pasadas, presentes y futuras en este suelo en el que hemos nacido. En las poesías que aprendimos en la escuela primaria referidas a nuestro lábaro patrio, el simbolismo de los colores de nuestra bandera se expresa en términos, por demás religiosos, como lo son la esperanza, la pureza y la sangre de las vidas entregadas. El escudo del águila devorando a la serpiente nos enlaza con el antiguo pasado de nuestro pueblo indígena, cuya herencia cultural pervive entre nosotros.

Pero recordemos también que el primer estandarte que nos unificó para buscar la independencia de nuestro pueblo fue la imagen de la santísima Virgen de Guadalupe; y aún ahora, una gran parte de nuestro pueblo se sigue identificando con la Morenita del Tepeyac, aunque debemos reconocer y respetar la pluralidad que vivimos hoy en día.

El Himno Nacional tiene también elementos religiosos, pues dice que el “Dedo de Dios” en el cielo escribió para nuestra Patria un destino eterno de paz, por lo que el arcángel divino debe ceñir la frente de la Patria con la corona de olivo, símbolo de la paz. Aunque por otra parte, la letra de nuestro himno es por demás bélica, y afirma que el cielo (es decir, Dios) le ha dado a nuestra Patria un soldado en cada hijo. Ante la crisis diplomática y económica que estamos enfrentando con las autoridades del vecino País del Norte, es muy valioso que en todos nosotros, también como cristianos, surja un compromiso con nuestra propia Patria; un compromiso que sea permanente, sea serio, sea comunitario, sea inteligente y generoso. Vivimos una situación de crisis que se torna, en gran oportunidad, para que surja la ciudadanía entendida como el compromiso generalizado en favor del bien común.

¡Que tengan todos una feliz semana! ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán