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Los falsos líderes, el valor del respeto. Por José Miguel Rosado Pat

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Los falsos líderes.
El valor del respeto.
El respeto mutuo implica la discreción,
y la reserva hasta en la ternura,
y el cuidado de salvaguardar la mayor parte
posible de libertad de aquellos
con quienes se convive.

Amiel (1821-1881)
Filósofo y escritor suizo

Discúlpenme, estimados lectores y lectoras, por no comenzar este editorial con un epígrafe más clásico. Muchos hubieren esperado, incluso yo mismo, comenzara con la célebre frase acuñada al Benemérito de las Américas. Frase totalmente excluida de ese mundo efímero de popularidad que han construido los nuevos ídolos (casi todos productos de la mercadotecnia) en el que, dándosela de “sabios” para otros “no tan sabios” (por no usar otro adjetivo) emiten opiniones tan insustanciales como para decir “que se las lleva el viento”.

Cientos de hombres y mujeres en el transcurso de la Historia se han referido a lo que significa o es el respeto; desde la antigüedad hasta nuestros días ha constituido un tema de estudio para la filosofía, el derecho y otras disciplinas. Es cierto. El respeto como tema de estudio no es novedoso, sin embargo, nunca quedará en el pasado, lo único que sí quedará será el criterio subjetivo de cada uno de esos pensadores.

Zeus, entonces, temió que sucumbiera toda nuestra raza, y envió a Hermes para trajera a los hombres el respeto y justicia para que hubiera orden en las ciudades y ligaduras acordes de amistad.

De esa manera nos narra el Protágoras del Diálogo platónico así titulado, la forma en que nos fue dado el respeto a los “hombres”, a los mortales que antes de conocerlo “nos reuníamos para protegernos de las fieras y terminábamos atacándonos unos a otros”.

Platón habló del respeto en el 322 a.C. y nos encontramos en el 2014. . . ¿Alguna dificultad para su entendimiento?

Por supuesto. Son muchas las razones y son múltiples los motivos por los que algunos seres humanos se niegan a entenderlo. Más para el caso de este artículo, hablaré de uno en particular: el poder.

El poder es un asunto complejo, algo ancestral y con explicaciones sociológicas muy profundas, como acertadamente me señaló un amigo literato. Como bien he escrito en publicaciones anteriores el poder se conforma como algo inasible, tentador pero peligroso, sobre todo cuando no se tienen claros los objetivos y en especial cuando esa ambición no se sustenta en nada más que en el ansia pura, fatua, inerte y menospreciable de poseer. Nunca dejaré de escribirlo: priorizar el poseer por el ser significa asesinarse.

Aún así, no podemos dejar de reconocer que existen en este mundo, tan pero tan contradictorio, individuos que más que humanos son como esas fieras que, salvajes, luchaban unas contra otras por la supervivencia. Ejemplos actuales y recientes, no de fieras, sino de fierecillas (por no decir animales), son de notarse incluso en el ámbito universitario.

Como bien tituló don Eligio Ancona la segunda parte de su novela El filibustero: En que el lector verá que nuestra novela empieza, por fin, a justificar su título.

Anteayer un grupo de estudiantes- imposible llamarlos universitarios- causaron estragos en el Campus de Ciencias Sociales de nuestra Alma Máter; estragos, sí, pues se sentían guerreros dispuestos a “luchar” por una causa que nunca existió.

¿Por qué habría de extrañarnos? Es sabido que para manejar estudiantes, en la actualidad, solamente se requieren barriles de cerveza y un vago convencimiento por parte de uno de esos lidercillos que surgen y se van más rápido que el agua de un arroyo, pero que a diferencia de esa: nunca vuelven.

El líder, el verdadero líder, sabe que el respeto es lo más importante y que debiera serla base fundamental, no sólo de su discurso, sino de todas sus acciones. El verdadero líder brilla por su facultad de acordar, negociar, fraternizar y solucionar.

Los falsos líderes son los que agreden, los que insultan, los que transgreden las normas y optan por la violencia por sobre el diálogo.
¿Podemos considerar como líderes a individuos que toman instalaciones académicas como medida de presión para satisfacer intereses personales y no académicos, ni siquiera colectivos?

Yo fui uno de esos estudiantes que, ajeno al proceso electoral que se efectuaba, me vi obligado a permanecer en las instalaciones de la Facultad de Derecho hasta pocos minutos después de la media noche. Aclaro, no escribí este artículo para externar mi afectación personal, eso es lo de menos, pero sí para recordarles a esos estudiantes que recurrieron en actos vandálicos para presionar a las autoridades a que cedieran a sus exigencias, que así como permanecimos estudiantes que vivimos en Mérida, habían muchos otros que residen fuera de la ciudad y que debido a la hora no pudieron regresar a sus hogares, viéndose obligados a esperar el primer autobús de las cuatro de la mañana, pues ni siquiera dejaron libre el paso para el transporte público.

 

Nunca suelo opinar sobre esta clase de asuntos, sin embargo, en esta ocasión, considero fueron rebasados los límites permisibles y considerables que otorga la exigencia de un derecho y porque además, no sólo afectó a una Facultad, sino a todo un Campus, compuesto de cuatro facultades.

En ese sentido, quiero manifestar como editor de una revista cultural universitaria pero ante todo como universitario, el enorme y profundo descontento de los compañeros y compañeras estudiantes y por supuesto la condena a cualquier acción que implique violentar y agredir a personas o violar normas, estatutos y reglamentos o dañar bienes muebles e inmuebles de la Universidad, los cuales son, en esencia, públicos.

Pero ¿qué son mis palabras cuando se responde a compromisos políticos externos tal como lo demostraron estos estudiantes?

 

José Miguel Rosado Pat