Hay sucesos que marcan la vida de las personas, pero al igual, hay acontecimientos que resultan determinantes en el rumbo de las comunidades. El legado de la historia nos hace ver que los momentos más críticos son también los que forjan el carácter y fortalecen al tejido social.
El pueblo mexicano se caracteriza por contar con una enorme resiliencia. Las adversidades se han hecho presentes a lo largo del devenir nacional. Una tras otra, se han superado difíciles pruebas por medio de la valentía y el ímpetu incansable.
El sentido humano emerge desde el interior de los mexicanos cuando se trata de unir esfuerzos para salir adelante. Las horas más amargas solo pueden sobrellevarse cuando existe una unión infranqueable. Esta solidaridad es reconocida, aplaudida y admirada por todas las demás naciones.
Ese espíritu de empatía incondicional hacia el prójimo en estado de necesidad, es sumamente valioso. Es precisamente eso lo que nos hace seres humanos, el no ser indiferentes ante el dolor ajeno. Somos un pueblo vivo, enérgico y apasionado.
Ahí están, hoy, mujeres y hombres que unifican voluntades para ayudar. Cientos de personas que cooperan y se organizan para que México se levante con la frente en alto, una vez más. De la catástrofe, surge el heroísmo, y resaltan los principales valores sociales.
Alcanzar una conciencia colectiva es fundamental para lograr un desarrollo sostenido. Siempre debemos recordar que la mayor fortaleza radica en la unidad. La sensibilidad humana debe permanecer en la convicción de todos. En la penuria, se aprecia el verdadero aspecto de los individuos y de las comunidades. Nuestro país sigue de pie, ante la afrenta. La lucha nunca se abandona. ¡México, siempre fuerte! ¡Los mexicanos nunca nos rendimos!
