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Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes

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17 de marzo de 2019

HOMILÍA
II DOMINGO DE CUARESMA
Ciclo C
Gn 15, 5-12. 17-18; Flp 3, 17- 4, 1; Lc 9, 28-36.

“Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes” (Lc 9, 29). 

 

Ki’óolal lake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Bejla’e u ka’a p’éel domingo’ ti’ Cuaresma’, túux k úuyik mantads u Ma’alo’ob. T’aani’ le jelpaj u chika’anil’: Cristo’ jelpaj u chika’anil yéetel to’one’ yaan xan u jelpánkunsaj k chica’anil.

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este segundo domingo del tiempo de Cuaresma.

En este domingo siempre escuchamos el evangelio de la Transfiguración del Señor, en esta ocasión según san Lucas. Uno de los rasgos característicos de este evangelista es el tema de la oración, por lo que aquí subraya que Jesús se transfiguró “mientras oraba” (Lc 9, 29). De hecho esta narración del monte Tabor es una experiencia de oración que también aparece en los evangelios de san Mateo y san Marcos.

Es de notar que los tres apóstoles a quienes llevó Jesús, Pedro, Santiago y Juan, estaban dormidos mientras el Maestro oraba. Tal vez oraron un poco y luego se durmieron.

Nunca se ora demasiado, pues cuando por hacerlo descuidamos otros deberes, no realizamos una oración que agrade al Señor. El cristiano que se lo propone puede orar mientras trabaja, mientras duerme, mientras estudia, mientras juega o realiza cualquier actividad, con sólo ofrecer al Señor lo que está haciendo.

Quien aprende a gustar de la oración, buscará en el día algunos espacios más o menos largos para orar, procurando traer a Dios en sus pensamientos, como lo hace un enamorado con la persona a quien ama. Así se puede orar veinticuatro horas al día, y de paso vencer las tentaciones que nunca nos faltan. Nadie es tan santo que no necesite orar; nadie es tan pecador que no pueda o no necesite orar.

Jesús se manifiesta transfigurado ante sus queridos discípulos, como para aplicarles un “vacuna” espiritual, y prepararlos así, para que cuando lo vean desfigurado en la cruz, luego puedan creer en su resurrección.

Los Apóstoles vieron también a Moisés y Elías glorificados dialogando con Jesús sobre la pasión que le esperaba en Jerusalén. Así les queda claro que en los textos de Moisés, de Elías y de otros profetas, estaba anunciada la pasión del Redentor. En esto además tenemos un anuncio de nuestra futura transfiguración.

San Pablo en la segunda lectura de hoy, tomada de su Carta a los Filipenses, afirma que el Señor transformará “nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso semejante al suyo en virtud del poder que tiene de someter a su dominio todas las cosas” (Flp 3, 21).

Hoy mucha gente está preocupada de su figura, de cómo aparece ante los demás, hay quienes despilfarran su dinero en ropa y zapatos que no necesitan, en operaciones innecesarias que ponen en riesgo su salud;  despilfarran también su tiempo y dinero en gimnasios, fajas, dietas y adelgazantes, todo para mejorar su figura, para agradar o apantallar a los demás. Más aún, la ciencia genética está llegando al propósito de mejorar la figura de los niños por nacer.

Lamentablemente parece haber una relación opuesta entre los esfuerzos por mejorar la figura corporal y el descuido de la figura espiritual. Por ocuparnos por agradar físicamente a los humanos, nos olvidamos de complacer a Dios con la figura de nuestra alma. Detrás de estos comportamientos erróneos está una antropología materialista e individualista, junto con una falta de fe en nuestra futura resurrección.

Además esta mentalidad contraria a la del buen discípulo, lleva a desconocer y a despreciar a Cristo presente en la gente que no tiene dinero para ropa bonita o de moda, en el pobre mal vestido, en el que no es agraciado físicamente, en el que tiene algún defecto físico o simplemente carece de una figura bonita según los criterios del mundo. Si nos miramos a nosotros mismos y a los demás con los criterios de Dios, podremos valorarnos nosotros y valorar a los demás por lo qué hay en su interior.

Los discípulos se llenaron de miedo cuando una nube los envolvió y saliendo de ésta una voz que decía: “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo” (Lc 9, 35). La Cuaresma es un tiempo ideal para escuchar Jesús. Esto lo podemos hacer en los ejercicios o pláticas cuaresmales, en un retiro espiritual, leyendo los evangelios y también orando.

El Papa Francisco estuvo la semana pasada, de lunes a viernes, en sus ejercicios espirituales, y lo mismo hicieron un grupo de treinta sacerdotes de nuestra Arquidiócesis de Yucatán durante los mismos días. Aprovechemos la Cuaresma para escuchar a Jesús.

La primera lectura tomada del Libro del Génesis, nos presenta una experiencia de nuestro padre Abraham, quien “cayó en un profundo letargo, y un terror intenso y misterioso se apoderó de él” (Gn 15-12). Eso fue una manifestación de la gloria de Dios, que hizo alianza con Abraham. Para este patriarca hubieron muchos momentos tranquilos de encuentro con Dios, sin embargo, cuando el Señor se manifiesta a alguien, tal como lo hizo con Abraham o con los Apóstoles, humanamente no es fácil verlo con naturalidad y sin miedo. Aprovechemos las múltiples ocasiones en las que cada uno de nosotros puede contemplar con sencillez y desde la fe, las expresiones ordinarias de la presencia de Dios.

Volviendo a la segunda lectura, nosotros podemos lamentar junto con san Pablo que, tantos bautizados “viven como enemigos de la cruz de Cristo…  su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en las cosas de la tierra” (Flp 3, 18-19). Hay quien se enorgullece de sus vicios, de sus infidelidades y de sus faltas a la moral; otros quienes discretamente se enorgullecen de su corrupción y de la injusticia que cometen. Incluso hay quien siendo bautizado, se enorgullece de estar a favor del aborto y de los matrimonios llamados igualitarios. Para todos y cada uno de ellos está al alcance el perdón y el amor de Dios, pues todos somos sus hijos amados.

Más que sentirnos tranquilos por creernos “buenos”, pidamos perdón por quienes no lo piden, y busquemos una auténtica conversión para nosotros mismos.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán