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No pueden servir a Dios y al dinero (Mt 6, 24b)

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HOMILÍA

VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Ciclo A 

Is 49, 14-15; 1Cor 4, 1-5; Mt 6, 24-34

 

“Ki’ olal lake’ex ka ta’ane’ex ich maya, kin tzik te’ex kimak woolal yetel in puksikal. Te domingoa, Jesusé ku yalikto’on má tu pajtaal meyaj utiolal Dios yetel ta’akin.”

 

Muy queridos hermanos y hermanas los saludo afectuosamente, deseándoles todo bien en el Señor. Recientemente estuve en Roma participando en el VI Foro Internacional sobre Migración y Paz. Este Foro fue convocado por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, por la Red Internacional Scalabriniana, la fundación Konrad Adenauer y la Unión Europea. En un día llamado Pre-Foro, los grupos de inspiración católica pusimos en común lo que cada uno hace en favor de los migrantes en los distintos rincones del mundo, y buscamos la manera de fortalecernos mediante el intercambio frecuente de nuestras actividades.

Al día siguiente del evento, nos encontramos con el Papa Francisco en el Vaticano, quien escuchó nuestro mensaje en las palabras del arzobispo Silvano Tomasi, miembro del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral; y luego los testimonios de algunos refugiados y migrantes de distintos lugares. Después el Santo Padre nos dirigió un mensaje sobre las acciones que la Iglesia, los gobiernos y la sociedad debemos tomar hacia los migrantes: “acoger, proteger, promover e integrar” (cfr. Discurso del Santo Padre a los participantes del VI Foro Internacional sobre Migración y Paz, del 21 de febrero de 2017:

press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2017/02/21/foro.html).

Posteriormente, reunidos en la Cámara de Diputados de Italia, escuchamos a grandes expositores de distintos grupos, quienes describieron la actual crisis migratoria que hay en el mundo, y luego la relación  que existe entre el tema del  desarrollo y la migración: la gente emigra de sus naciones de origen donde falta desarrollo y paz, pero a dónde llega esta gente, aporta positivamente al desarrollo de las naciones de destino.

La migración es fruto de la idolatría del dinero, de las personas y gobiernos que sirven al dinero y no al pueblo, y por lo tanto, no sirven a Dios. La pobreza extrema es fruto de esa avaricia sin límites y sin ética, que no pone ningún freno a la búsqueda de riqueza a cualquier costo. Las naciones de donde la gente emigra buscando en forma desesperada su subsistencia, suelen ser lugares donde quienes gobiernan en modo corrupto se han enriquecido a fuerza de empobrecer a sus pueblos, y donde habitan algunos de los empresarios más ricos del mundo.

Cuando los que emigran son creyentes (y la inmensa mayoría de ellos lo son), seguramente se identificarán con las palabras que el Profeta Isaías pronuncia en la primera lectura de hoy: “Aunque hubiera una madre que se olvidara (de su criatura) yo nunca me olvidaré de ti” (Is 49, 15). Algunos dicen que Dios es padre y madre y que su amor hacia nosotros es también maternal. La verdad es que el amor de Dios supera los amores más grande que conocemos en este mundo, como lo es el de una madre.

Tanto en los migrantes, como en los deportados y en todos los que se encuentran en alguna situación desesperante, si son creyentes, en sus labios quedan muy bien las palabras del Salmo 61 que hoy proclamamos en la Eucaristía: “Sólo en Dios he puesto mi confianza, porque de él vendrá el bien que espero. Él es mi refugio y mi defensa, ya nada me inquietará. Sólo Dios es mi esperanza, mi confianza es el Señor: es mi baluarte y firmeza, es mi Dios y salvador. De Dios viene mi salvación y mi gloria; Él es mi roca firme y mi refugio”. No esperes a sentir esta seguridad y fe; en lo que lo consigues, comienza a contradecir tus temores, desconfianzas y desesperación, repitiendo las palabras de este salmo. Escúchate a ti mismo pronunciando estas palabras, y cada vez las pronunciarás con más y más convicción y gozo.

Miles y miles de hermanos nuestros en los Estados Unidos están llenos de miedo temiendo una posible deportación. Otros ya la han sufrido y han llegado a nuestro México y a nuestro Estado de Yucatán, según he tenido noticias. Ojalá se acabe la terrible persecución desatada en el país vecino contra los emigrados y contra los así llamados “dreamers”. Esperemos que nuestras autoridades y cada uno de nosotros que tenga cercano a un deportado, le ofrezca lo que el Papa Francisco nos indicó: acogida, protección, promoción, integración. Hagamos patente para ellos las palabras que Jesús nos dice en el evangelio de hoy: “No se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con qué se vestirán” (Mt 6, 25).

No sólo los ricos pueden caer en la idolatría del dinero, también los pobres y la gente de clase media, la gente común, la que con un trabajo honrado se esfuerza por sobrevivir en este mundo; todos podemos caer en dicha idolatría cuando no dejamos de hablar del dinero que tenemos o del que quisiéramos tener; cuando se discute agriamente en el matrimonio por un centavo que falta o por un recibo que pesa; cuando se gasta irresponsablemente lo que no se tiene o se cree que las tarjetas de crédito son dinero inacabable; cuando no somos capaces de un poco de generosidad; cuando perdemos el sueño o la salud por la preocupación de lo que debemos o lo que deseamos. Todo esto es idolatría del dinero.

Confiar en la Providencia Divina es saludable para el alma y para el cuerpo. Aún la gente de mucho dinero se puede enfermar del cuerpo y del alma, si se angustia  por aumentar o conservar su riqueza. Jesús pone como ejemplo a las aves del cielo a las que el Padre celestial alimenta, y a los lirios del campo a los que el Señor viste con más elegancia de la que  vestía el rey Salomón. ¿Cómo podemos obtener esa confianza en el Dios Providente?, pues dándole espacio a Él en nuestro corazón, entre otras formas, recitando como ya hemos dicho, las palabras del Salmo 61.

Dice Jesús en el evangelio de hoy: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se les darán por añadidura” (Mt 6, 33). Sin dejar de trabajar, busca el Reino de Dios en tu trabajo, ofreciéndole cada día al Señor tus labores y respetando la dignidad de tus compañeros, tus empleados y clientes. Busca el Reino de Dios y su justicia poniendo en práctica los verbos que el Papa indica para tratar a los migrantes: acoger, proteger, promover, integrar. Aunque no trabajes en favor de los migrantes, hay muchos hermanos con quien ponerlos en práctica.

¿A quién debo acoger? A todos los que a mí se acerquen. Ser acogedor es una virtud que comienza en la casa, con la propia familia: ¿Cómo recibes a tu pareja cuando llega a casa?, ¿cómo recibes a tus hijos, a tus papás o a tus hermanos?, ¿cómo recibes a los compañeros de trabajo o escuela?, ¿cómo recibes a toda la gente que se te acerca? Hay personas que son tan acogedoras que nos gusta acercarnos con ellas. A quien no es acogedor se le saca la vuelta. Hay quienes no acogen bien ni a sus clientes. Recibir con amor, con educación y buen trato a los demás es buscar el Reino de Dios y su justicia.

¿A quién debo proteger? Protege a tu pareja siempre que lo necesite. Protege a tus hijos cuidando de no exagerar para no abochornarlos  y no hacerlos inútiles, hay que dejarles su espacio. Protege a quienes tienes bajo tu responsabilidad: trabajadores, alumnos, enfermos, compañeros menores, a los pobres, a los niños. En algunos  casos hay que salir a buscar a quien necesita ser protegido, y este es un magnífico apostolado. También protégete a ti mismo sin exagerar, mentir o ignorar la situación de los demás.

¿A quién debo promover? De nuevo, empezando por tu pareja; hay quienes progresarían si su pareja los empujara y animara aunque fuera un poquito, pues existen formas sutiles de no promover a la pareja. Y lo mismo pasa con los hijos; sin imponerles los propios gustos, aficiones o profesiones, los papás deben ayudar a sus hijos a realizarse  en toda forma y a cumplir con sus responsabilidades. De igual modo hay un deber cristiano de promover a los empleados, a los compañeros y amigos. En los apostolados dejamos de promover cuando siempre les llevamos el pez a los necesitados y nunca les enseñamos a pescar.

¿A quién debo integrar? Pues a quien se aleje de donde debería estar. Las casas de los pobres y las de la mayoría de la gente donde no hay un cuarto para cada uno, son ideales para la integración de la familia; pero aún ahí, está la calle como lugar para escapar; incluso dentro de la misma casa, alguno o algunos se pueden desintegrar metiéndose en el celular o en la tablet. A los pobres hay que ayudarlos a integrarse socialmente, superando todo tipo de complejo. Cuando tomen confianza en sí mismos y se valoren, podrán superarse mucho. Los niños, adolescentes y jóvenes integran a sus compañeros  cuando no ejercen bullying sobre ellos.

Busquemos el Reino de Dios y su justicia. ¡Que tengan feliz semana! ¡Sea alabado Jesucristo!

 

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán