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No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma

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HOMILÍA

XII DOMINGO ORDINARIO

Ciclo A 

Jr 20, 10-13; Rm 5, 12-15; Mt 10, 26-33.

 

“No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (Mt 10, 28).

 

Ki’olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksik’al. U t’aan Yuum Kú’ te domingoa ku dsa’ak to’on mu’uk u ti’al éesik maax Cristo.

 

Muy queridos hermanos y hermanas les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor.

Durante los siete años que fui obispo en la diócesis de Nuevo Laredo, ante la terrible ola de violencia e inseguridad, muchas veces repetí este versículo del santo evangelio del día de hoy: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (Mt 10, 28). Y también les decía que más que por todos los muertos y desaparecidos, debíamos sentir dolor por las almas de tantos niños y jóvenes que morían por perderse en el abismo del narco. Aunque aquí continuemos siendo el Estado de la República con el más bajo índice de violencia e inseguridad, ya sabemos que no podemos cantar victoria permanente, ni tampoco ignorar y dejar de atender todas las formas de violencia que se dan entre nosotros en la familia, en la escuela, en el campo laboral y en otros espacios.

Es triste por otra parte, el altísimo índice de suicidios que suceden entre nosotros, especialmente en el sector de adolescentes y jóvenes. Actualmente la moral cristiana, sin dejar de señalar la gravedad objetiva del pecado del suicidio, nos dice que el juicio debe dejarse solamente a Dios, suponiendo y pidiendo su misericordia, pues por una parte, nadie en su sano juicio sería capaz de atentar contra sí mismo; y por otra parte, sólo Dios es testigo de los últimos momentos del suicida y posiblemente vea su arrepentimiento. Nadie es dueño de la vida sino sólo Dios. Nadie por ningún motivo, fuera de la defensa propia, debería atentar contra la vida de otro como se hace en el aborto o en cualquier otro atentado. Nadie tampoco es dueño de su propia vida sino sólo Dios. Por eso tendríamos que estar muy atentos a las personas en depresión.

Los mártires de la fe aman su vida y la cuidan, pero por una gracia especialísima de Dios tienen el valor de entregar su existencia en sacrificio para dar testimonio de su fe en Cristo. A esto nos invita el Señor en el evangelio de hoy, a estar dispuestos a dar el todo por el todo y a llegar hasta las últimas consecuencias de nuestro seguimiento del Señor. Cristianos que mueren por su fe siempre ha habido, desde el nacimiento de la Iglesia, hasta el día de hoy, particularmente en algunos lugares del mundo, tal como sucedió en México en los años veintes y treintas.

Todo buen cristiano está llamado a ser un verdadero mártir que, aunque no le toque en suerte enfrentar la muerte, diariamente tiene que morir místicamente negándose a sí mismo, al rechazar pensamientos o deseos pecaminosos o renunciando por amor a un deseo legítimo en favor de su pareja, de sus hijos, de sus hermanos, de sus compañeros, vecinos o de cualquier persona. El martirio interior del que habla san Ambrosio, debe ser una realidad constante en la vida de todo cristiano.

Jesús dice también: “Teman a los que pueden matar el alma”. En la actualidad este temor del que habla Jesús para muchos ha desaparecido, porque el pensamiento liberal insiste, para mal de nuestra debilidad, en que la libertad es un valor supremo, absoluto e incondicional; y luego el relativismo actual niega prácticamente la existencia del mal, pues según este pensamiento, cada quien decide lo que es bueno o malo, negando la autoridad de cualquier código moral o de cualquier institución moralizante. Es por ese motivo que muchos disfrutan encontrando o inventando fallas y pecados en los ministros de la Iglesia, porque según esto, la Iglesia queda toda ella desautorizada para señalar el bien y el mal. Es por eso también que existen tendencias educativas dirigidas a quitar autoridad a los padres de familia sobre sus hijos.

Al liberalismo y relativismo se une el materialismo que se expresa en el consumismo, que lleva a poner el valor de los demás y de sí mismo en su poder adquisitivo. El materialismo finalmente, es negación de Dios y de la dignidad humana y es además negación tácita de la misma existencia del alma. Este triple cóctel venenoso es el fundamento último de la ideología de género, que pervierte los valores de la familia y de la vida.

En un mundo permisivo en el que se nos dice que se vale verlo todo, escucharlo todo, tocarlo todo, experimentarlo todo, se pierde el temor de aquello y de aquellos que pueden matar el alma. Es por eso que alejados de la fe, muchos se acercan a otras “espiritualidades” (santería, brujería, culto a la santa Muerte, etc.) que consientan cualquier forma de vivir.

Los enemigos del alma, hoy por hoy no tenemos que salir a buscarlos, ya que nos asaltan por todos lados y a cada momento a través de las redes sociales y de otros medios de comunicación, por lo que se requiere un atento discernimiento para aprovechar lo bueno y rechazar lo malo. Además no todo lo que es legal es necesariamente bueno, pues hoy en día se consiguen leyes para amparar situaciones inhumanas, como la aprobación del aborto o del consumo de drogas.

El auténtico cristianismo es una apuesta por la vida y un servicio a ésta misma, aceptando todos los sacrificios que esto pueda suponer. Es una valoración de la propia vida y del valor supremo de la vida de todos. Es una concepción integral del ser humano como espíritu encarnado, que así como tiene necesidades corporales, las tiene también espirituales, y estas necesidades deben ser atendidas en forma proporcional y equilibrada, sin descuidar al cuerpo o al alma y sin perjudicar a otros por una visión egoísta. 

Vivir cristianamente implica “nadar contracorriente” de muchas costumbres y formas de pensar que chocan abiertamente con el Evangelio y contra un humanismo dignificante de la persona. En la primera lectura de hoy tomada del libro de Jeremías, escuchamos como éste experimentó el rechazo, las críticas y hasta las amenazas de muerte: “Yo escuchaba el cuchicheo de la gente que decía, -Denunciemos a Jeremías, denunciemos al profeta del terror” (Jr 20, 10). Él llegó a convertirse en un anuncio vivo de Jesucristo, que sufrió incomprensión, rechazo y condena. No nos queda de otra: o nos congratulamos con Dios, o nos congratulamos con el mundo. Debemos definirnos: con Dios o contra Él.

El salmo 68 que hoy proclamamos, expresa las consecuencias de tomar parte con Dios al decir: “Por ti he sufrido oprobios y la vergüenza cubre mi semblante. Extraño soy para aquellos de mi propia sangre”. Puestos en ese trance no nos queda otro remedio que fortalecernos en el Señor y en el encuentro con otros que igualmente busquen la fidelidad a sus mandatos. También debe animarnos la promesa de la gran recompensa que nos aguarda, como dice Jesús en el Evangelio: “A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos…” (Mt 10, 32).

Les deseo a todos los que van a vacacionar en estas próximas semanas un buen descanso, mucha convivencia familiar y aprovechamiento del tiempo libre. Habrá ocasiones para buenas lecturas y ojalá también se programen momentos para el encuentro con la Palabra de Dios y con la formación cristiana en general.

Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán