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¿Qué va a ser de este niño?

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HOMILÍA

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

Ciclo B

Is 49, 1-6; Hech 13, 22-26; Lc 1, 57-66. 80.

“¿Qué va a ser de este niño?” (Lc 1, 66).

 

Ki’ óolal lake’ex ka t’ane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel un puksi’ikal. Bejla’e’ kiinbensik u síijil Kili’ich Juan Bautista.

Ko’one’ex payalchi’ u tiolal mejen palalo’ob toka’ano, tí máaxo’ob ku meyajo’ob te’ tu lu’umil Estados Unidos, beyo séeblakil ka páatak u yilkuba’ú yeetel u mamao bey xan u tataó.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor.

Durante la semana pudimos seguir en los noticieros el triste suceso de los más de dos mil niños migrantes, separados de sus familiares por las autoridades de la patrulla fronteriza, encerrados en jaulas y llorando por no poder estar con sus papás u otros parientes. En algún lugar hubo incluso torturas físicas contra los menores. Son verdaderamente escenas desgarradoras las que pudimos ver de esos niños, pero gracias a Dios el clamor mundial de rechazo a esta situación se escuchó dentro y fuera de los Estados Unidos, e incluso dentro de la Casa Blanca, logrando que el Presidente Trump firmara el decreto para poner alto a la separación de las familias.

Ahora debemos pedir al Señor para que se pueda lograr algo que se ve muy difícil: reunir a cada niño con sus familiares. Dios fortalezca a todos y borre de la mente de cada niño este tiempo de terror que están viviendo. Oremos también por él Presidente Trump, para que Dios cambie su corazón de piedra por un corazón de carne, especialmente en el tema de los migrantes, y que le dé entrañas de misericordia y sabiduría para buscar en su país y en el mundo entero, el desarrollo integral de todas las personas; pues como decía el Papa Pablo VI, el verdadero desarrollo debe ser de todo el hombre y de todos los hombres.

A propósito de niños, hoy celebramos el nacimiento de un gran hombre, san Juan Bautista, el cual nació seis meses antes de su pariente Jesús. Cabe mencionar que en la Iglesia solamente celebramos el nacimiento de Jesucristo, de María y de Juan Bautista, pues fuera de ellos a los demás santos les celebramos el día de su muerte cómo su “dies natalis”, es decir, el día de su nacimiento a la vida eterna. La razón es que tanto el nacimiento de María como el de Juan están profundamente relacionados con el nacimiento de Cristo.

Juan estuvo muy ligado al nacimiento de Jesús, pero también estuvo vinculado a su ministerio, mismo que él preparó con su predicación; también estuvo ligado a su muerte, la cual él anticipó con su propio martirio. Dice el libro de los Hechos de los Apóstoles, que hoy escuchamos en la segunda lectura, que Juan preparó la venida de Jesús “predicando a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia. El mismo texto da testimonio de la honestidad y humildad del Bautista que decía: Yo no soy el que ustedes piensan. Después de mí viene uno a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias” (Hch 13, 24-25). Qué tentación tan grande para todo ser humano es el caer en la búsqueda del aplauso o del reconocimiento de los demás, pues como creyentes debemos estar convencidos de que aunque alguna cualidad, mérito o trabajo fuera auténtico, todo lo hemos recibido del Señor, a Él hemos de pasar y ofrecer el honor y la gloria.

El nacimiento de Juan fue extraordinario pues nació de un matrimonio de ancianos, Zacarías e Isabel, la cual además era estéril. A Zacarías como sacerdote que era, le tocó en una ocasión el turno de entrar al templo a ofrecer el incienso teniendo en ese momento la aparición del Arcángel Gabriel, quien le anunció la próxima concepción de su hijo, a quien debería llamar Juan. Zacarías no dio crédito a las palabras del arcángel y pedía una señal. La señal que le dio el ángel fue que se quedaría mudo hasta que todo se cumpliera.

Dios que todo lo contempla como en un eterno presente, siete siglos antes había anunciado esta concepción milagrosa de Isabel, lo cual se expresa en el pasaje del profeta Isaías que hoy escuchamos en la primera lectura, con las siguientes palabras: “El Señor me llamó cuando estaba en el vientre materno; cuando me entretejía en sus entrañas pronunció mi nombre… y ahora habla el Señor que desde el vientre me llamó siervo suyo” (Is 49, 1. 3).

Recordemos además cómo Juan, estando ya de seis meses en el vientre de Isabel, salta de gozo al escuchar la voz de la Virgen María, quien llega a su casa trayendo al Verbo encarnado en el propio vientre, ya en su tercer mes.

El salmo 138 que hoy proclamamos, podemos aplicarlo perfectamente, tanto a san Juan Bautista como a cada uno de nosotros, cuando dice: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el vientre materno… conocías hasta el fondo de mi alma. No desconocías mis huesos, cuando en lo oculto me iba formando y entretejiendo en lo profundo de la tierra”.

Es increíble cómo hay personas que creen en estos pasajes de la Escritura y los escuchan con aparente respeto, pero sin embargo se sienten con el derecho de poner fin a la vida de un niño en el vientre de su madre. Grandes personajes de la historia, entre ellos san Juan Pablo II, estuvieron en posibilidad de no nacer, porque sus madres fueron aconsejadas en orden al aborto.

El evangelio de san Lucas que hoy escuchamos nos presenta el momento en el que, ocho días después del nacimiento de Juan, lo iban a circuncidar imponiéndole el nombre. Los ahí presentes le querían dar al niño el nombre de Zacarías, como el de su padre. Pero Isabel se opuso diciendo: “No, su nombre será Juan”. Los ahí presentes no estaban de acuerdo, pues nadie en su familia llevaba ese nombre. Al preguntarle a Zacarías, éste escribió en una tablilla: “Juan es su nombre”. En ese momento se le soltó la lengua alabando a Dios (cfr. Lc 1, 60-63).

La gente maravillada se preguntaba “¿qué va a ser de este niño?”, porque se daban cuenta de que la mano de Dios estaba con él. Ahora podemos preguntarnos: ¿qué va a ser de esos niños migrantes separados de sus familias?; ¿qué va a ser de los niños que nacen y viven en medio de las guerras?; ¿qué va a ser de los niños que nacen en los lugares de violencia, crimen e inseguridad de los muchos que hay en nuestra Patria?; ¿qué va a ser de los niños que nacen y viven en Venezuela o Nicaragua?; ¿qué va a ser de todos los niños del mañana que nacerán en un mundo cada vez más contaminado?; ¿qué va a ser de los niños de las familias desintegradas?

Todas las preguntas anteriores implican para nosotros retos que no podemos ignorar. A cada padre de familia le toca responder por lo que va a ser cada uno de sus hijos, aunque sólo hasta cierto punto, porque al crecer cada uno de ellos será libre y responsable de forjar su destino. Cada maestro debería interesarse por lo que va a ser de cada niño que pasa por sus aulas. Cada sacerdote, cada catequista, deben comprometerse por lo que será de cada niño que se acerque al catecismo o que se integre como monaguillo a la comunidad. Por supuesto también que cada gobernante debe ocuparse por lo que será de los niños de la comisaría, del municipio, del estado y del país. Todos debemos interesarnos y sentirnos responsables por hacer algo para que los niños que no han nacido sean bienvenidos a este mundo, y para que los que ya están aquí tengan todas las condiciones necesarias para crecer sanos y  fuertes en su cuerpo, en su mente y en su espíritu.

Hoy terminan las campañas electorales; más de uno de nosotros debe estar cansado del bombardeo de lo mensajes recibidos durante estos últimos meses. Dispongámonos a emitir nuestro voto el próximo domingo primero de julio. Hagamos oración por quienes van a resultar electos, a quienes el Señor ya conoce. Hagamos oración para que se acabe la violencia electoral en los días que restan, para que luego del día primero, sin resentimientos, continúen las familias unidas y las amistades fuertes. Oremos por nuestro México, por Yucatán y por cada municipio, para que tengamos todos un futuro de paz, de justicia y de progreso, como Dios lo quiere en verdad.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán