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Tú eres Pedro… Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos

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HOMILÍA

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Ciclo A

Is 22, 19-23; Rom 11, 33-36; Mt 16, 13-20.

 

“Tú eres Pedro… Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos” (Mt 16, 19).

In láak’e’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. U T’aan Yuumtsil te Domingoa’ ku bisiko’on ka k-núuk jun p’éel k’áat chi’ ku beetik Jesús ti’ u aj kanbalo’ob: ti’ teeche’ máax Jesús? Kexi’e ka yalak ti’ tuláakal to’one’ u ojéelil Pedro k ti’al k’aajóoltik Jesús, je’el bix Leti’ u k’aajóolo’on.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este domingo vigésimo primero del Tiempo Ordinario.

 

Toda autoridad viene de Dios, así lo afirma san Pablo en su Carta a los Romanos diciendo: “Que todos se sometan a las autoridades constituidas, porque no hay autoridad que no provenga de Dios” (Rom 31, 1). Claro que san Pablo y todos los Apóstoles aprendieron esta enseñanza del mismo Cristo, que le dijo a Pilatos: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no se te hubiera dado de lo alto” (Jn 19, 11).  En realidad, Jesús y todos nosotros, al obedecer a las autoridades, obedecemos a la autoridad del Padre.

 

Mientras la autoridad no nos mande algo contrario a nuestra fe, a los mandamientos o a nuestros valores humanos y cristianos, siempre hemos de someternos a sus disposiciones. Cuando las autoridades judías les prohibían a los Apóstoles predicar en nombre de Cristo, ellos respondieron con valor: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5, 29; cfr. Hch 4, 19-20).

 

En algunos lugares del mundo no han faltado sacerdotes y fieles que han criticado al Papa y a los obispos por haber cerrado los templos durante la pandemia, en obediencia a nuestras autoridades, aplicándonos el versículo en el que los Apóstoles dicen que “es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”.

 

Sin embargo, deben entender ellos y todos, que nuestras autoridades no nos han mandado algo contrario a nuestra fe, a los mandamientos o a nuestros valores, sino que se trata de algo en favor de la vida. Por otra parte, nuestras autoridades nos han dado facilidades para las transmisiones de las Eucaristías y demás momentos de evangelización, así como nos han permitido sumarnos a la obra de visitar a los enfermos, tanto como atender a los necesitados de alimento, medicina y vestido durante esta pandemia. Dentro de poco nos darán en Yucatán la luz verde para abrir nuestros templos y recibir con la debida prudencia y sanitización a un porcentaje de los fieles que caben en ellos.

 

Más bien, hemos de reconocer el gran esfuerzo de los que nos gobiernan para atender a nuestra población en medio de la pandemia y de las tormentas. Hemos de orar mucho por todos ellos, como lo hemos venido haciendo, para que no les falten los dones de sabiduría y fortaleza que proceden del Espíritu Santo. Oremos como nos enseñaban los Apóstoles desde el origen de la Iglesia diciendo: “Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida pacífica y serena, del todo religiosa y digna. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador” (1Tim. 2, 1-3).

 

La primera lectura de este domingo, tomada del libro del profeta Isaías, nos narra la declaración de Dios, al querer destituir a Sebná como mayordomo del palacio del rey, y colocar en su lugar a Eleacín. En Israel había conciencia clara de que todos los gobernantes del pueblo eran elegidos por Dios y que eran constituidos como representantes de Él para el pueblo. Dios anuncia que Eleacín será como un padre para los habitantes de Jerusalén. Tal vez a nadie le gustaría escuchar a uno de nuestros gobernantes llamando “hijos” a los habitantes de su ciudad o de su estado, pero si un gobernante nos ve en su mente y en su corazón como hijos suyos, imagínense lo que sería capaz de realizar en favor nuestro.

 

Las palabras con las que anuncia Dios el poder que le dará a Eleacín fueron proféticas sobre el poder que Jesús otorgaría a Pedro. Dice el Señor en esta profecía: “Pondré la llave del palacio de David sobre su hombro. Lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá” (Is 22, 22). Si Dios está detrás de la autoridad de los gobernantes civiles, ¿cómo no lo va a estar detrás de las autoridades religiosas?

 

Pidamos al Señor sabiduría para poder discernir en medio de toda esta maraña de acusaciones hacia algunos de nuestros exgobernantes, y que podamos conservar el respeto a la investidura de quienes nos gobiernan, sin endiosar a nadie ni dejar de ver la autoridad venida de Dios sobre ellos.

 

En el santo evangelio de hoy, según san Mateo, Jesús interroga a sus discípulos lo que la gente dice sobre él. Ellos fueron de misión y pudieron escuchar todas las opiniones que se vertían sobre Jesús. Eso les sirvió para contestarle a Jesús que unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías y otros que era alguno de los profetas. Entonces viene la pregunta crucial dirigida a ellos, quienes han venido conviviendo con él, que lo han escuchado predicar, que lo han visto curar a los enfermos, multiplicar los panes, caminar sobre las aguas, calmar los vientos, a ver qué es lo que van a responder.

 

El liderazgo de Simón ya se impone favorablemente sobre sus compañeros, y él se adelanta a contestar diciéndole: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Pero la respuesta de Jesús es estremecedora, porque declara que lo que Simón ha dicho no viene de la enseñanza de ningún hombre, sino de la revelación del Padre; y ahí le cambia el nombre a Simón para darle una nueva misión: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18).

 

Y aquí estamos en nuestra Iglesia, la Iglesia que Cristo fundó. Muchos han querido y quieren acabar con ella, pero no han podido, ni podrán, tal como Cristo lo anuncio. Nosotros con nuestros pecados, no la hemos acabado, porque el poder y la misericordia de Cristo son más grandes que nuestras ofensas. Muchos grupos se han separado de la Iglesia a lo largo de la historia, y nosotros a todos ellos los seguimos llamando “hermanos”, si ellos siguen adheridos a Cristo. Por nuestra parte, sabemos que el sucesor de Pedro está en medio de nosotros; es el Papa Francisco.

 

Toda la autoridad que Jesús le dejó a Pedro fue en favor de la Iglesia y de la humanidad, no para que se acabara con la persona de Simón, sino para que continuara en sus sucesores. Jesús le dijo a Pedro en aquel momento, y se lo continúa diciendo en la actualidad: “Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt 16, 19). Sólo que, como Jesús ya murió y resucitó, también ya nos envió al Espíritu Santo, entonces las palabras no son “yo te daré”, sino “yo te doy”. Así es como se lo dice al Papa Francisco, quien hoy conduce la Iglesia.

 

Claro que después, en otro momento, Jesús también da a los otros discípulos el poder de atar y desatar, cuando les dice en el capítulo 18, versículo 18 de san Mateo: “Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo”. Tanto el poder de Pedro, como el de los demás Apóstoles, Jesús lo dio en favor de todos sus discípulos, lo mismo que el poder que el Señor otorga hoy a nuestro Papa Francisco y a todos los ministros de la Iglesia; éste es para servir a todos nuestros hermanos.

 

Quien abuse de su poder, sea el civil, sea el religioso o de cualquier tipo, tendrá un gran castigo de parte de Señor. Porque hay quien, con un pequeño cargo de autoridad, se pervierte y se aprovecha de sus subalternos en cualquier campo: familiar, social, académico, deportivo, cultural, religioso o político. Intercedamos pues, por nuestras autoridades ante el Señor.

 

Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán