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Un joven con alma de viejo: ese soy yo. por José M Rosado

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Un joven con alma de viejo: ese soy yo

Algunos dicen que soy un viejo encerrado en el cuerpo de un joven otros, aseguran que soy un joven con alma de viejo.
Me llaman viejo, sí. Tal vez porque escucho discos de don Agustín Lara tocando su piano acompañado de ese violín de agudo sonar, cantando mi canción favorita: Amor de mis amores o a Luis Arcaraz y su orquesta reviviendo la inspiración del poeta José Antonio Zorrilla “Monís” a través de Bonita. Empero, me quedo con la descripción de mi muy querido amigo José Castillo: “romántico a lo siglo XIX, admirador de la trova yucateca. . .” Y sí, efectivamente, todo eso es la pura verdad. ¿Por qué dicen que soy un joven con alma de viejo? He preguntado a muchos de los que así me han catalogado, y vaya que me he llevado sorpresas cuando me responden cosas como “por tus modales”, “por tu manera de hablar”, “por tus gustos”, “por tu forma de vestir”, “por la manera en que te comportas”.
No me considero especial, mucho menos ejemplo del “deber ser”, pues tengo muchos errores y los vicios necesarios para disfrutar de esta vida como la mayoría, si no es que todos, los seres humanos, pero planteo la siguiente cuestión desde la perspectiva de quienes ven en mí esa imagen.
¿Acaso será exclusivo de las personas de sienes plateadas el buen gusto, la cortesía, la formalidad o el romanticismo? ¿O es que gravitamos en una sociedad llevada a la inmediatez, alienada, tan distante de la reflexión que ya percibe con extrañeza ciertos comportamientos que, vistos en nuestros abuelos, los relacionamos con el pasado?

No soy sociólogo ni antropólogo pero si un atento observador. Y es que todo el tiempo leemos y escuchamos en los medios de comunicación que nuestra juventud ha perdido valores y, de cómo, la mercantilización y el utilitarismo extremo han logrado erigirse como los ejes rectores de su vida cotidiana y, en mucho, tienen razón. ¿En quién recae la culpa? No. No se trata de buscar culpables, por el contrario, pienso debiera tratarse de conocer las razones específicas que originan esa pérdida de valores.

Valores, cuya lenta extinción se refleja en comportamientos tan usuales que hoy ya ni lo son ni lo parecen pues los propios conceptos de aquellos han evolucionado; no era el mismo concepto de respeto entre una pareja de novios de principios del siglo XX al que hoy, entienden las nuevas parejas. Para los “antiguos” el respeto, era no tener intimidad sino hasta formalizar el “compromiso” mediante el matrimonio, lo que hoy día, ese mismo valor podría reducirse a que en la intimidad, ambos, procuren el cuidado y protección adecuados. Pero no mal interpreten mis palabras que no defiendo ni defenderé nunca la relatividad de los valores, solamente señalo cómo las sociedades distorsionan y amoldan, muchas veces, el significado y la propia trascendencia de los valores a los convencionalismos sociales.
Se preguntarán, ¿qué relación tiene que me llamen viejo con el tema de los valores y su posible pérdida entre los jóvenes de hoy? Simple. Resulta, a mí parecer, sumamente peligroso que actitudes y formas de actuar que aportan elementos para una mejor convivencia y, que como mencioné, son el reflejo de valores más profundos, sean vistos como “extrañezas” de la forma de ser de ciertos individuos.

Eso nos lleva a pensar que son entonces la grosería, la rudeza, la desconsideración, la desatención y el simplismo las actitudes que se encuentran dentro de la curva de la “normalidad”, ¿peligroso no creen? Sin embargo, lo único que no podemos hacer, aunque el morenito caiga ante el güerito (peso-dólar), el país viva cierto grado de caos, la economía de las familias mexicanas permita subsistir más que vivir es, perder la esperanza.
Es por eso que, seguiré escuchando y cantando lo más romántico que exista; seguiré leyendo poesía rimada; seguiré admirando la canción yucateca y usando pañuelo con la doble intención de prestarlo a la dama que lo requiera: difícil negarse.

Espero me sigan llamando viejo, para nunca perder la esperanza de que todavía la cortesía, el romanticismo y la formalidad son cosas del presente y no, cosa exclusiva, del pasado y de nuestros abuelos.

José Miguel Rosado Pat