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Un legado de lealtad y compromiso.

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Por Jessica Saidén Quiroz.

De mirada seria y rostro inmutable; observo en el iris de tus ojos miles de historias, aquellas que resultan de la experiencia y las vivencias. Tu figura evoca la fortaleza de un roble que no lo mueve ni el viento más fuerte.

Verte elegantemente en uniforme, me sobrepasa de orgullo, pero al observarte jugar con tus nietos y nietas. me enorgullece aún más. Todas las personas tenemos facetas, pero la humanidad trasciende el espíritu.

Hablar de la trayectoria que has tenido en el servicio público sería escribir un libro con capítulos y capítulos de heroísmo; ser policía en este país, significa ser objeto de una crítica mordaz e inmerecida por algunos.

Empezaste desde muy abajo en la ciudad de México, con incomodidades como cualquier oficial que algún día esperanza llegar a la cúspide. Te imagino en aquellas noches citadinas de la capital leyendo algún manual o limpiando el arma de cargo que tenías para defender a la población de los malos mexicanos.

El esfuerzo y la perseverancia te llevaron a seguir escalando áreas de oportunidad: fuiste teniente, comandante, primero motociclista y después, te dieron tu primera patrulla.

Muy pocos saben de aquel asalto en la ciudad de México, en donde, al ir a ver a mi madre a un establecimiento, amagaste al ladrón con tus propias manos y salvaste la vida de muchas personas; o cuando rescataste a una joven en Río Churubusco.

Ya tenías estrellas y galones bordados a unos metros del corazón; sé de tu satisfacción de saberte responsable de las familias, quienes no te conocían, pero confiaban en tus directrices para preservar su tranquilidad.

Me consta tu amor por Yucatán, de lo yucateco que eres, donde has cimentado tus mejores momentos.  Nuestro Estado, tierra de oportunidades y de gente sincera, con valores y sueños honestos.

Después de acumular actos de heroísmo y constatar tu vocación por la seguridad, Don Víctor Cervera Pacheco te invitó a dirigir a la entonces Secretaría de Protección y Vialidad. Esas noches “acuartelados” en Palacio de Gobierno trazando estrategias para cerrarle el paso a la delincuencia, seguramente fueron una costumbre y un hábito.

Esos buenos hábitos que llevados a la práctica, nos han asegurado que hoy día seamos el Estado más seguro del país, envidia de muchos, añoranza de los demás.

El honor que exhalas en cada respiración, en cada salvamento automovilístico, donde los segundos son esenciales, donde los latidos están en cuenta regresiva.

Muchos pretenden cambiar la historia, pero sé que lo has hecho desde el velo del anonimato.

No eres perfecto – nadie lo es- pero pocos te conocen como yo. La seguridad es fortaleza y tomar decisiones difíciles, no populares ante la vista pública.

Deseo que nadie te juzgue, pero no lo puedo evitar y acepto tu decisión de vida, el cual llevarás hasta los últimos instantes de la existencia corpórea.

Un día me preguntaste cuál era mi destino.

Dudé un instante y te prometí dedicarme a servir a los demás, a dirigir el gran destino que como Yucatán estamos a ser llamados, administrar con la misma pasión que tú lo haces en la calle, ser Gobernadora del Estado; erigir un monumento en tu nombre será un honor no solamente para mí, sino para miles de yucatecos.

Te disfruté poco porque me consta las miles de horas de tu encargo, que no existe el descanso, que tenías que salir a atender una emergencia. Sin embargo, atesoré y aprecio esa otra faceta, la del cariñoso padre que eres.

Ese procurar por la salud de tus hijos, de tu familia, esas caminatas, donde me enseñaste que el mundo es complicado y los vicios sacan lo peor de la humanidad. Dicen por ahí que nuestro libro de vida ya está escrito, solamente podemos irle agregando algunas notas al margen.

El legado en vida que nos dejas no será en balde, vivirá en nosotros y esto será nuestro mejor bagaje para las generaciones futuras.