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Una causa justa que defender y la esperanza de seguir adelante

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Franklin D. Roosevelt, del Partido Demócrata, venció en buena medida
ayudado por la crisis, como Obama en la crisis actual. Siguiendo la
teoría de Keynes, aquel inyectó dinero en la circulación, construyó
obras públicas como carreteras, presas y otras de incuestionable
beneficio, lo que incrementó el gasto, la demanda de productos, el
empleo y el PIB durante años, pero no obtuvo los fondos imprimiendo
billetes. Los obtenía con impuestos y con parte del dinero depositado
en los bancos. Vendía bonos de Estados Unidos con interés garantizado,
que los hacían atractivos para los compradores.

El oro, cuyo precio en 1929 estaba a 20 dólares la onza troy,
Roosevelt lo elevó a 35 como garantía interna de los billetes de
Estados Unidos.

Sobre la base de esa garantía en oro físico, surgió el Acuerdo de
Bretton Woods en julio de 1944, que otorgó al poderoso país el
privilegio de imprimir divisas convertibles cuando el resto del mundo
estaba arruinado. Estados Unidos poseía más del 80% del oro del mundo.

No necesito recordar lo que vino después, desde las bombas atómicas
lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, ?acaban de cumplirse 64 años del
genocidio-, hasta el golpe de Estado en Honduras y las siete bases
militares que el gobierno de Estados Unidos se propone instalar en
Colombia. Lo real es que en 1971, bajo la administración de Nixon, el
patrón oro fue suprimido y la impresión ilimitada de dólares se
convirtió en la más grande estafa a la humanidad. En virtud del
privilegio de Bretton Woods, Estados Unidos, al suprimir
unilateralmente la convertibilidad, paga con papeles los bienes y
servicios que adquiere en el mundo. Es cierto que a cambio de dólares
también ofrece bienes y servicios, pero también lo es que desde la
supresión del patrón oro, el billete de ese país, que se cotizaba a 35
dólares la onza troy, ha perdido casi 30 veces su valor y 48 veces el
que tenía en 1929. El resto del mundo ha sufrido las pérdidas, sus
recursos naturales y su dinero han costeado el rearme y sufragado en
gran parte las guerras del imperio. Baste señalar que la cantidad de
bonos suministrados a otros países, según cálculos conservadores,
supera la cifra de 3 millones de millones de dólares, y la deuda
pública, que sigue creciendo, sobrepasa la cifra de 11 millones de
millones.

El imperio y sus aliados capitalistas, a la vez que compiten entre
sí, han hecho creer que las medidas anti crisis constituyen las
fórmulas salvadoras. Pero Europa, Rusia, Japón, Corea, China e India no
recaudan fondos vendiendo bonos de la Tesorería ni imprimiendo
billetes, sino aplicando otras fórmulas para defender sus monedas y sus
mercados, a veces con gran austeridad de su población. La inmensa
mayoría de los países en desarrollo de Asia, África y América Latina es
la que paga los platos rotos, suministrando recursos naturales no
renovables, sudor y vidas.

El
TLCAN es el más claro ejemplo de lo que puede ocurrir con un país en
desarrollo en las fauces del lobo: ni soluciones para los inmigrantes
en Estados Unidos, ni permiso para viajar sin visa a Canadá pudo
obtener México en la última Cumbre.

Adquiere, sin embargo, plena vigencia bajo la crisis el más grande
TLC a nivel mundial: la Organización Mundial de Comercio, que creció
bajo las notas triunfantes del neoliberalismo, en pleno apogeo de las
finanzas mundiales y los sueños idílicos.

Por otro lado, la BBC Mundo informó ayer, 11 de agosto, que mil
funcionarios de Naciones Unidas, reunidos en Bonn, Alemania, declararon
que buscan el camino para un acuerdo sobre el cambio climático en
diciembre de este año, pero que el tiempo se estaba acabando.

Ivo de Boer, el funcionario de mayor rango de Naciones Unidas sobre
el Cambio Climático, dijo que solo faltaban 119 días para la Cumbre y
tenemos “una enorme cantidad de intereses divergentes, escaso tiempo de
discusión, un documento complicado sobre la mesa (doscientas páginas) y
problemas de financiación…”

Las naciones en desarrollo insisten en que la mayor parte de los
gases que producen el efecto invernadero provienen del mundo
industrializado.

El mundo en desarrollo alega la necesidad de ayuda financiera para lidiar con los efectos climáticos.

Ban Ki-moon, secretario general de Naciones Unidas, declaró que: Si
no se toman medidas urgentes para combatir los cambios climáticos
pueden llevar a la violencia y a disturbios en masa a todo el planeta.

El cambio climático intensificará las sequías, inundaciones y otros desastres naturales.

La escasez de agua afectará a cientos de millones de personas. La
malnutrición va a arrasar con gran parte de los países en desarrollo.

En un artículo del The New York Times el pasado 9 de agosto se explicaba que: Los analistas ven en el cambio climático una amenaza para la seguridad nacional.

Semejantes crisis -continúa el artículo- provocadas por el clima
pudieran derrocar gobiernos, estimular movimientos terroristas o
desestabilizar regiones completas, afirman analistas del Pentágono y de
agencias de inteligencia que por primera vez están estudiando las
implicaciones del cambio climático en la seguridad nacional.

“‘Se vuelve muy complicado muy rápidamente’, dijo Amanda J. Dory,
Secretaria de Defensa Adjunta para Estrategia, que trabaja con un grupo
del Pentágono asignado a incorporar el cambio climático a la
planificación de la estrategia nacional de seguridad.”

Del artículo de The New York Times se deduce que todavía en el
Senado no todos están convencidos de que se trata de un problema real,
ignorado totalmente hasta ahora por el gobierno de Estados Unidos desde
que se aprobó hace 10 años en Kyoto.

Algunos hablan de que la crisis económica es el fin del
imperialismo; quizás habría que plantearse si no significa algo peor
para nuestra especie.

A mi juicio, lo mejor siempre será tener una causa justa que defender y la esperanza de seguir adelante.

Agosto 12 de 2009

9 y 12 p.m.