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Una opinión publicada en el extranjero

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 "Fuimos a un centro comercial, con unas
amigas. A pasar el domingo, como solemos hacer. Cuando llegué a mi
casa, me sorprendieron. Tres o cuatro tipos. Me llevaron. Varios días
secuestrada. Lo de menos, me vejaron. Lo demás, me quitaron todo. Y ya,
no queda de otra." La narración acompañada de dolor resignado; perder
el horizonte, así, es indescriptible.

No es México el lugar
que inaugura la retórica del hartazgo social ante la delincuencia y la
injusticia; ni tampoco donde se articula por primera vez la solución
inmediata de la justicia a mano propia. Cuando el alcalde norteño habla
de la acción de "escuadrones de limpieza", sabe, me imagino, que toca
la sensibilidad de quienes ya no desean esperar más, como ha sucedido
siempre y en todos lados. En un estudio reciente, Consulta Mitofsky
revela que 96,6% de los mexicanos encuestados está de acuerdo con
aumentar los castigos contra el crimen; 76,6% acepta imponer la pena de
muerte en delitos graves; y, de un 26,3% en 2007, ahora son 45% quienes
aceptan que los ciudadanos se hagan justicia por mano propia. El tiempo
parece agotarse. Si las autoridades no responden, que alguien más, con
la virilidad probada, se haga cargo. Y si hay que aportar, se hace.

"Todo
México necesita alcaldes como el de San Pedro, de Nuevo León, entrones
y con ganas de sacar a este país adelante, no alcaldes cobardes
como…" "Bien hecho, Sr. Fernández! Atender a las necesidades de los
ciudadanos y cumplir las promesas hechas es de caballeros, y un
caballero como usted es el tipo de políticos que necesitamos en TODO el
país…" "Apoyo las actuaciones del presidente municipal, ¡muerte a los
delincuentes!" "Bravo mi alcalde, ¡haga historia y quite a estas
basuras de nuestro camino, estamos con usted digan lo que digan!" La
narración acompañada de la víscera de la ciudadanía, para eso sirven
también las redes sociales, el Internet. Perder la perspectiva, así, es
simplemente peligroso.

Me toca organizar una conferencia
internacional, vendrán personas de diferentes lugares. Recibo de pronto
una llamada alterada: "preguntan, dice la voz, si es cierto que en
México cortan cabezas. ¿Estamos seguros si vamos para allá?" Cómo
explicarle que a diario circulo por la Ciudad de México, y mi cabeza
está intacta. Cómo debatirle a las imágenes que llegan a través de los
medios de comunicación. Cómo contrarrestar el vacío informativo de
tomadores de decisión que sin duda están ganando batallas, pero que no
han podido comunicarlo ni a propios ni a extraños. Llevo años viviendo
en la capital de México, y nunca me ha pasado nada. Pero la narrativa
que impera es otra. Comenzamos a vivir impregnados de historias de
venganza.

"¡Qué bueno que este alcalde le está poniendo en su
m… a las alimañas. Está en nuestras oraciones. No se deje
amedrentar." "Enhorabuena, Sr. Fernández. Le deseo mucho éxito en su
política de cero tolerancia." "Que se venga a trabajar al D.F.". Las
comunicaciones se multiplican y las cadenas electrónicas dan voz a la
inquietud ciudadana. La narración acompañada de su poder de
multiplicación; reconocer la capacidad de sumar voluntades, así, es
excitante.

No son, por supuesto, todas, las voces que se
suman al aplauso. La mesura prevalece y hay quienes desde las tribunas
más diversas recuerdan la ley y reclaman sosiego. Pero, insisto, el
problema no es la razón, sino la pasión del agraviado. México pasa hoy
por un momento crucial en su definición ciudadana: el reconocimiento de
los límites del pulso y los espacios del discernimiento. El bravucón
alcalde norteño sólo recoge una de las facetas de la historia. La otra,
nos toca remarcarla a quienes aún creemos que es sólo a partir de la
legalidad que se consolida la convivencia democrática. El problema
sigue siendo el vacío: mientras las autoridades no convenzan con su
narrativa, nos veremos obligados a inventar historias. Y entonces
entran a cuadro los justicieros; y entonces el Estado se convierte en
un bando más, no en el definidor de la agenda. A balazos nunca se ha
entendido nadie. Sólo se mitiga el miedo. Pero, me consta, este país se
merece más. Y no, si vienen a México no les cortan la cabeza.

Gabriela
Warkentin es directora del Departamento de Comunicación de la
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México; Defensora del Televidente
de Canal 22; conductora de radio y TV; articulista.