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Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?

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23 de junio de 2019
 
HOMILÍA
XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C 
Zac 12, 10-11; 13, 1; Gal 3, 26-29; Lc 9, 18-24.

“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” (Lc 9, 20).

Ki’óolal lake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Te’ domingoa’ Jesús ku káatik ti’ u aj kanbalo’ob yéetel ku káatik ti’ to’on máax Leti’ u ti’al to’on.

    Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este domingo decimosegundo del Tiempo Ordinario. Espero hayan tenido en su parroquia o rectoría una hermosa celebración de su “Congreso Eucarístico Parroquial”, así como también los decanatos que hayan tenido estos días su “Congreso Eucarístico Decanatal”, lo hayan celebrado con mucho provecho y alegría.

Estamos de nuevo de lleno en el Tiempo Ordinario de la liturgia, por eso hemos retomado los textos del Antiguo Testamento en la primera lectura,  por eso además hoy ustedes ven al sacerdote con su estola y casulla color verde, propia de este tiempo, pues este color significa esperanza, y los cristianos caminamos la vida ordinaria en la virtud de la esperanza.

En el texto evangélico de hoy, tomado del evangelio según san Lucas, se nos presenta el diálogo privado de Jesús con sus Apóstoles, donde les pregunta lo que la gente dice acerca de él. Ellos le responden que, unos dicen que es Juan el Bautista, tal vez porque muchos no se habían enterado de su muerte, porque creían que había vuelto a la vida o porque no aceptaban que hubiese muerto; así como muchos no aceptan la muerte de alguien famoso, tal como pasó con Pedro Infante, con Elvis Presley o como ahora pasa con Juan Gabriel.

También le dicen que otros piensan que es Elías, aquel gran profeta que como describe la Escritura, fue arrebatado al cielo en un carro de fuego, de quien los judíos esperan su regreso, especialmente en cada cena pascual, dejando un lugar vacío y una copa de vino servida para él. De igual modo le dicen que otros creen que Jesús es cualquiera de los antiguos profetas.

    Si hoy hiciéramos el experimento de preguntarle a la gente en el Facebook: ¿quién es Jesús?, nos sorprenderíamos de la inmensa y variada cantidad de respuestas, algunas llenas de odio, algunas llenas de indiferencia y otras tantas respuestas positivas, aún así muy variadas; unas reflejando diferentes grados de evangelización, o por el contrario, diferentes grados de ignorancia. Quizá las sorpresas más grandes te la podrías llevar con tus hijos u otros familiares y amigos, pero antes que pensar en otros, hemos de aceptar el cuestionamiento personal y responder quién es Jesús para cada uno de nosotros.

    Luego Jesús hace la gran pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” (Lc 9, 20). La cuestión pudiera parecer ociosa, porque los Apóstoles creían tanto en Jesús, que habían dejado todo para seguirlo, así como otros habían hecho algo semejante con Juan el Bautista o con diversos predicadores. Ahora por primera vez Jesús les cuestiona a sus discípulos sobre lo que piensan de él. Ellos habían dejado su familia, su trabajo, sus bienes. Tú y yo, ¿qué cosa hemos dejado por seguir a Jesús, si es que en verdad lo seguimos?

    La respuesta de los Apóstoles se expresa en las palabras de Simón, Pedro: “El Mesías de Dios” (Lc 9, 20). Esta respuesta es lo mismo que afirmar que Jesús es el “Cristo”, es decir, el “Ungido” de Dios, sólo que la palabra “Mesías” viene del hebreo, mientras que la palabra “Cristo” viene del griego.

    Seguramente nos extrañará que Jesús les ordene severamente que no lo digan a nadie. Lo hace porque conviene que cada persona reconozca al Mesías luego de un encuentro con él y de un proceso de conocimiento y conversión. Por otra parte, Jesús quiere que su mesianismo se predique hasta que haya realizado la redención por su muerte y resurrección.

    De hecho, les anuncia después y por vez primera su pasión, muerte y resurrección. Estaba anunciado en varios pasajes de la Escritura que el Mesías padecería. Hoy en la primera lectura, tomada del Libro del Profeta Zacarías, se anuncia la pasión con palabras tan claras cómo estás: “Ellos volverán sus ojos hacia mí, a quien traspasaron con la lanza” (Zac 12, 10). Más adelante habla en forma retórica del efecto redentor permanente de esa lanzada, cuando dice: “En aquel día brotará una fuente… que los purificará de sus pecados e inmundicias” (Zac 13, 1). Esa fuente es el costado abierto de nuestro Señor Jesucristo que mana hasta nuestros días y nos purifica también a nosotros.

    La pasión fue auténtica, no fingida, lo cual se expresa en las palabras de Jesús: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho” (Lc 9, 22). Él fue rechazado por quienes debían ser los primeros en reconocerlo y seguirlo, los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas. No nos extrañe que los sencillos, los niños, los pobres e ignorantes muchas veces se nos adelanten en las cosas de Dios.

Luego Jesús se dirige a la multitud reunida, la cual nos representaba a todos nosotros, para decirles y decirnos cuáles son las condiciones para seguirlo:
– Lo primero es no buscarnos a nosotros mismos, sino buscar la voluntad de Dios y el bien de quienes nos rodean.
– Lo segundo es tomar la cruz de cada día, una cruz que no tenemos que inventar, sino que se nos presenta a diario en las cosas más pequeñas, de las que podemos renegar o aventarlas a otros, aunque también podemos cargarlas con alegría en nombre del Señor.
– Lo tercero y principal es seguirlo con las primeras condiciones, perdiendo la vida por él, pues sin seguir a Jesús, lo anterior se vuelve amargura. Los mártires han entendido y aceptado éste último mensaje de Jesús, porque aceptaron perder su vida por él y por su causa. Tú, aún sin llegar al martirio, ¿eres capaz dar tu vida por Cristo y por su causa, en el día a día?

    La segunda lectura nos presenta un pequeño texto de la Carta de san Pablo a los Gálatas, en el que se afirma que nuestra incorporación a Cristo por el Bautismo hace desaparecer todas las “diferencias entre judíos y no judíos, entre esclavos y libres, entre varón y mujer” (Gal 3, 28). Hoy en día es vital tener presente esta realidad bautismal, para respetarnos y aceptarnos todos a todos por igual, más aún, reconociendo la dignidad de toda persona, aunque ésta fuera atea.

    Un saludo especial y mi felicitación a todos los jóvenes estudiantes que ya han terminado sus exámenes semestrales; mi oración por todos aquellos que todavía tienen que presentarlos.
 

    Los invito a seguir rezando con la oración del VII Congreso Eucarístico Nacional:

Jesús, Señor de la vida y de la historia, gracias por la oportunidad que das al pueblo mexicano de celebrar un nuevo Congreso Eucarístico Nacional.

Queremos responder a la voz del Padre que nos dice: “Pueblo de Dios, levántate y come, el camino es largo”.
 
Gracias por llamarnos a ser tu pueblo, sobre todo cuando nos reunimos en torno a ti en la Sagrada Eucaristía.

Gracias por el pan de tu Palabra que nos dice: “¡Levántate! mi pueblo no puede estar postrado”.

Gracias, porque con tu Cuerpo y tu Sangre nos alimentas para ser pueblo peregrino siempre en marcha.

Señor Jesús, el camino de México se hace largo, son muchos los retos que tenemos por delante: respetar y promover la vida desde el seno materno; fortalecer a nuestras familias, para que se vayan conformando de acuerdo al plan de Dios; trabajar por una sociedad más justa; cuidar la casa común.

Por eso te pedimos, los que creemos que realmente estás presente entre nosotros, sobre todo en la Eucaristía, que recibamos abundantes gracias para que cada bautizado madure en la fe, fortifique su esperanza, y con caridad fraterna participe activamente en la construcción de tu Reino en nuestra Patria.

Que en el VII Congreso Eucarístico Nacional, cada Iglesia Particular de México, responda a tu llamada que nos dice: “Pueblo de Dios, levántate y come, el camino es largo”. Santa María de Guadalupe, esperanza nuestra, salva nuestra Patria y conserva nuestra fe. Amén.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán