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El apego de los animales a su territorio, a prueba de volcán

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Santa Cruz de Tenerife (España), 19 nov (EFE).- Por mucho que suba la temperatura, tiemble la tierra, el aire se haga irrespirable, la ceniza cubra la tierra y la vegetación prácticamente desaparezca la fauna silvestre aguanta y se resiste a abandonar su hábitat, su territorio, aunque éste lo haya transformado radicalmente un volcán.

Esto lo ha podido comprobar sobre el terreno el biólogo del Instituto de Productos Naturales y Agrobiología (IPNA) Manuel Nogales, quien viene realizando un seguimiento del impacto en la biodiversidad de la erupción volcánica en Cumbre Vieja, en la isla española de La Palma, y que “día a día”, confiesa a Efe, se lleva “sorpresas de lo más interesantes”.

Pero lo que más le sorprende es la “tremenda capacidad de resistencia” de los animales.

“Llevamos casi dos meses de erupción y aún siguen allí. Cuando ves el panorama, con pinos que solo conservan la madera de tea, porque el resto ha quedado arrasado, incluso la corteza… parece un cementerio de pinos, pero los animales siguen allí: cernícalos, cuervos, palomas…”

“¿Qué tiene que pasar para que desaparezcan? Solo se me ocurre bomba nuclear”, especula Nogales.

Hace hincapié en que, sobre todo, las aves no se han movido de su territorio hasta que no les ha quedado más remedio, prácticamente cuando “les estaban cayendo encima las primeras piedras del avance de las coladas”.

“Es increíble lo fieles que son a su territorio”, abunda Nogales, aunque “si lo piensas fríamente” hay explicación: “tienen localizadas sus fuentes de alimentación, dónde pueden reproducirse, dónde refugiarse, cuáles son sus congéneres, sus vecinos…”

Aún hoy hay aves de gran tamaño que siguen volando muy cerca del cono, o incluso lo sobrevuelan cuando el tiro no es muy fuerte, pese a la gran cantidad de piroclastos y ceniza que les cae encima, y “no sabemos realmente para qué. No hay nada que les alimente ni les pueda interesar”, indica Nogales.

Quizá lo hagan, añade, para aprovechar las corrientes térmicas y ahorrar energía para subir a cotas altas desde donde divisar el territorio en busca de posibles presas.

Además de la observación directa, los biólogos saben de la presencia de animales cerca del volcán por las huellas que dejan sobre la ceniza.

Han identificado gracias a un trabajo “un poco detectivesco” huellas de insectos, lagartos, conejos, gatos, cuervos, aves de pequeño tamaño y hasta garzas reales.

El biólogo del IPNA, entidad dependiente del Centro Superior de Investigaciones Científicas de España (CSIC), señala que la incidencia de la erupción está siendo dispar en función de los diferentes grupos zoológicos.

La comunidad de insectos “se ha reducido bastante” porque la vegetación de la que depende también ha sufrido notablemente y eso acaba repercutiendo en los animales que se alimentan de ellos: lagartos, aves insectívoras y también omnívoras. Afecta a toda la red trófica.

Entre los animales vertebrados, los lagartos son los peor parados.

Sin tener datos cerrados, Nogales indica que si, por ejemplo, en una hectárea antes de la erupción había cien ejemplares, ahora puede haber cinco o seis. Y los que hay están “muy afectados”.

De hecho, los biólogos que trabajan en el terreno han llegado a coger ejemplares con la mano, lo que en condiciones normales es “dificilísimo”.

Las aves “han escapado mejor” porque tienen más capacidad de movimiento.

Por ejemplo, los biólogos han constatado que una pareja de currucas tomilleras que vivían cerca de la primera fajana se desplazaron unos 200 metros y luego se tuvieron que volver a mover con la nueva llegada de lava al mar.

“Eso es lo que tiene este volcán, que cada día cambia, es muy variable. Te acuestas con un volcán en la cabeza y al día siguiente te encuentras otro: la estructura del cráter, el delta, por donde discurre la lava…”, y eso acaba afectando en la biodiversidad, subraya Nogales.

Aunque también entre la comunidad animal hay quien encuentra oportunidades en una situación crisis, como las gaviotas amarillas que grabó días atrás alimentándose a escasos metros de la nueva fajana de los peces y crustáceos muertos por la entrada de la lava al mar y por las cenizas.

Al poco de comenzar la erupción en Cumbre Vieja, un equipo del IPNA estableció 32 estaciones de muestreo en las inmediaciones del volcán.

Hoy solo quedan seis, aquellas que no han arrasado las coladas.

Los datos de flora y fauna recabados de las estaciones restantes “ya son históricos”, y estos permitirán predecir, al contrastarlos con los de las coladas de erupciones anteriores en la misma dorsal de Cumbre Vieja, “cuántos años pueden pasar hasta que las primeras plantas y aves colonicen la zona afectada y la biodiversidad vuelva a ser como antes de la erupción”.

Manuel Nogales indica que esta zona del Valle de Aridane no es un lugar “tremendamente biodiverso”, pues en general todo el sur de La Palma es un territorio “muy sometido” a erupciones volcánicas.

“La biodiversidad que va asentando es reseteada continuamente”, en contraste a lo que sucede en el norte de La Palma, en donde “la neocivilización, que lleva cientos, a veces miles de años”, está más madura.

¿Qué especies volverán antes a las zonas arrasadas por las coladas?

Manuel Nogales cree que primero serán microorganismos y luego estructuras de líquenes.

Tiene la impresión de que en las coladas del lado sur, donde hay una mayor acumulación de cenizas, son a priori zonas que pueden ser colonizadas en un periodo de tiempo “relativamente corto” por vinagreras, verodes o tabaibas.

En este punto advierte de que habrá que prestar “especial atención” y “tener a raya” a especies invasoras como el rabo de gato, especialmente “agresiva” en terrenos removidos.

En cuanto a la vegetación que ha sobrevivido al volcán, indica que el pinar es el que más ha sufrido, con un amarillamiento de las acículas (hoja de las coníferas) e incluso algún episodio de lluvia ácida “muy local”, en el que las hojas adquieren un color rojizo intenso mientras la base se mantiene verde.

Otras especies vegetales también han sufrido, como las tabaibas, cuyas hojas han quedado “taladradas” por piroclastos que caen desde alturas de miles de metros