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El Espíritu Santo, les enseñará todas las cosas

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HOMILÍA

VI DOMINGO DE PASCUA

Ciclo C

Hch 15, 1-2. 22-29; Ap 21, 10-14. 22-23; Jn 14, 23-29.

 

“El Espíritu Santo, les enseñará todas las cosas” (Jn 14, 26).

 

In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Le Iglesia tu’ux yano’onaj leti’e tu p’aataj Jesús. Ka’a ts’o’ok u ka’ansik ya’ab ba’alo’ob ti u apóstoles, Jesús ku ya’alik ti’ob yaan u taj Espíritu Santo u ti’al u kambalo’ob yéetel u k’a’asik u T’aanil. Bey xan tak walkilaj u Pixane’ ku ye’esik u kamsaj Jesús. Jesús ku p’aatik ti’ to’on u Jéets’ óolal, chen ba’ale’ to’one’ k’aabet p’aataj ti to’on Yeetel yaan bisik u Jéets’ óolal ti láakal tu’ux yaano’on.

 

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor resucitado, en este sexto domingo de Pascua.

 

Así como nuestro cuerpo va cambiando a través de los años de bebé a niño, de niño a adolescente, de adolescente a adulto y de adulto a anciano; sin embargo, toda la vida somos la misma persona. Lo mismo sucede con la Iglesia, que siempre va creciendo y sufre algunas transformaciones a través de los siglos, pero en esencia es la misma Iglesia fundada por Jesús.

 

Lo permanente en cada ser humano es su espíritu, aunque el cuerpo experimente mil cambios; y lo permanente en la vida de la Iglesia es el Espíritu Santo que la guía y alimenta para permanecer en la misma fe, esperanza y caridad de siempre. El Espíritu también nos acompaña en lo cambiante de la vida de la Iglesia, que es el número de los cristianos y en el repensar las normas que van rigiendo su convivencia, así como en su crecimiento de la comprensión del misterio cristiano.

 

Hoy Jesús en el evangelio, según san Juan, al terminar las grandes enseñanzas que dejaba a sus discípulos durante la Última Cena, abre la cátedra de lo que será una enseñanza permanente y un recordatorio igualmente imborrable. Se trata de la cátedra del Espíritu Santo que el Padre enviará en nombre de Jesús el día de Pentecostés.

 

Dice Jesús que el Espíritu enseñará todas las cosas, porque era imposible que los apóstoles recibieran y entendieran toda la sabiduría que viene de lo alto. Por eso su enseñanza es gradual, y en cada nueva circunstancia el Espíritu irá recordando todo lo dicho por Jesús para señalar la aplicación de esas Palabras a cada circunstancia concreta.

 

En la primera lectura de hoy, vemos el ejemplo de una gran nueva enseñanza que el Espíritu Santo daba a los apóstoles luego de que fueron bautizados los primeros paganos, pues ellos sólo sabían tratar a los judeocristianos, pero desconocían qué exigencias de la ley antigua debían guardar estos nuevos cristianos que no eran judíos de raza.

 

Por eso, la conclusión final de aquel primer Concilio de Jerusalén, queda muy bien expresada en las palabras de los apóstoles y presbíteros de Jerusalén, que dicen: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias” (Hch 15, 28). Con aquella enseñanza del Espíritu, la Iglesia pudo exclamar con más sentido lo que hoy cantamos en el Salmo 66: “Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya”.

 

Así la Iglesia ha ido avanzando en el tiempo, tomando nuevas decisiones, y profundizando en el conocimiento de su propia doctrina. Todo el tiempo, en cada nuevo sínodo o concilio, en cada nueva determinación del Papa y los obispos en comunión, está presente la realidad de aquellas palabras: “El Espíritu Santo y nosotros”.  

 

Durante los primeros siglos de la Iglesia, los pontífices y obispos tuvieron que dar cauce a la reflexión teológica sobre algunos puntos doctrinales, como, por ejemplo, la Santísima Trinidad, la Encarnación del Hijo de Dios, la Maternidad y Virginidad de María, etc., para poder entender mejor y transmitirlo así a todos los cristianos.

 

Esos temas fueron abordados en los primeros Concilios de la Iglesia. Del mismo modo, la Iglesia continúa siempre asistida por el Espíritu Santo, y lo que va decidiendo siempre es y será “con Pedro y bajo Pedro”. Esta es la norma que garantiza la unidad y continuidad de la vida de la Iglesia: mantenernos en comunión con el sucesor de Pedro.

 

Lo que pasa en la vida eclesial también debe ocurrir en la vida de cada cristiano, si éste se deja enseñar por el Maestro interior, que es el Santo Espíritu, recordando las enseñanzas de Jesús, sin manipularlas a conveniencia. Entonces cada cristiano puede así ir creciendo y madurando espiritualmente en verdadera santidad de vida.

 

Dice también Jesús en el evangelio de hoy: “El que me ama cumplirá mi palabra” (Jn 14, 23). No se trata, pues, de un amor sentimental o solamente apalabrado, sino de un amor comprometido en el cumplimiento de la palabra de Jesús. Con esta regla podemos medir y valorar nuestro amor al Señor.

 

Además, en este pasaje Jesús otorga a sus apóstoles la paz, y por medio de ellos la regala a toda su Iglesia. Lo hace con estas palabras: “La paz les dejo, mi paz les doy” (Jn 14, 27). Estas palabras las repite el sacerdote en cada Eucaristía antes del saludo de la paz.

 

Pero si Cristo nos dio la paz, ¿por qué hay guerra en Ucrania?, ¿por qué hay tanta violencia en México y en el mundo entero? Cristo no da su paz como la da el mundo. El mundo impone la paz a través de la guerra, con las armas y condiciones de injusticia. Por eso dice Cristo: “No se la doy como la da el mundo” (Jn 14, 27).

 

La paz de Cristo es un regalo para cuantos creemos y confiamos en él. En nosotros está el conservar esa paz y difundirla construyéndola. Por eso añade: “No pierdan la paz ni se acobarden” (Jn 14, 27). Teniendo la paz de Cristo en cada uno de nosotros y en cada una de las familias, tenemos todavía la tarea de construir la paz en la sociedad y en los pueblos.

 

Evangelizar es sembrar la paz de Cristo, y el Señor llama “hijos de Dios” a quienes trabajan por la paz (Cf. Mt 5, 9). La paz que necesitan los pueblos y todas las comunidades humanas se construye a base de diálogo y de fortalecimiento del tejido social. La paz se construye desde la justicia, pues ésta es fruto de la justicia misma (Cf. Is 32, 17).

 

El Papa Pío XII, en los años 40, decía que la paz es fruto de la justicia; san Pablo VI, en los años 60, añadía que la paz es fruto del desarrollo armónico de todos los pueblos y de cada ser humano; y san Juan Pablo II añadía en los años 80, que la paz es fruto de la solidaridad entre los pueblos y las personas. Con el Papa Francisco hoy hemos escuchado que la paz es trabajo de todos, pues todos somos hermanos (Fratelli tutti).

 

La segunda lectura de hoy nos habla de la revelación de “la nueva Jerusalén, la Ciudad Santa”. Dice san Juan que “La muralla descansaba sobre doce cimientos, en los que estaban escritos los doce nombres de los apóstoles del Cordero” (Ap 21, 14).

 

En esta imagen hemos tenido la revelación de que la Iglesia descansa sobre el cimiento de los apóstoles, no sólo porque nos mantenemos firmes en la misma fe que ellos nos transmitieron, sino porque los apóstoles continúan vivos en la Iglesia, en la persona del Papa y los obispos, sus sucesores.

 

Cualquier acción y decisión que se realicen en la Iglesia con Pedro y bajo Pedro, es decir, en comunión con el Papa, la podemos considerar como la guía actual y permanente del Espíritu Santo, que nos sigue enseñando todo y recordando las palabras de Jesús.

 

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo resucitado!

 

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán