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El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo

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HOMILÍA

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Ciclo C

Sab 9, 13-19; Fil 9-10. 12-17; Lc 14, 25-33.

 

“El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 27).

 

 

                Ki’óolal lake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Bejla’e’, Jesús ku yalikto’on wa a k’aat a mentabá juntuul ajkambalo’ob yeetel tu láakal a wool, wa a k’aat a mentaba juntuul máak ichil le yaabach máako’ob chen ku p’aata u chanto’ob.

 

 

                Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor. Si este día 8 hubiera caído entre semana, hubiéramos celebrado la fiesta de la Natividad de María, pero el domingo, día del Señor, prevalece con su liturgia.

 

                En el santo evangelio de hoy aparece una muchedumbre caminando con Jesús; sin embrago, él se dirige sólo a sus discípulos. La conclusión que desde ahora yo les propongo es la alternativa: ¿Quieres ser parte de la muchedumbre en torno a Jesús o quieres ser su discípulo? No hay término medio. Para responder y comprometernos, antes debemos escuchar a Jesús para saber qué tanto espera de sus discípulos.

 

                Se espera que identifiquemos a Jesús, no con un gran pensador, no como un gran hombre ni un gran profeta, sino como el HOMBRE, el nuevo Adán, el Hijo de Dios, el engendrado antes de todos los siglos, el Dios por quien todo fue hecho, el que es uno con el Padre y el Espíritu Santo. Se espera pues que en consecuencia, amemos a Jesús como dice el primer mandamiento, por encima de cualquier gran amor humano: preferir a Jesús por encima del padre, madre, esposa e hijos, hermanos, hermanas, preferirlo más que a mí mismo.

 

                Claro que preferir a Jesús no elimina el amor a nuestros seres queridos, sino que más bien perfecciona ese amor, lo purifica y lo conserva. Sin embargo, preferir a Jesús me llevará en ocasiones a no estar de acuerdo con mis familiares; así como otras veces me llevará a perder su compañía, sea porque se alejen de mí o porque yo me tenga que alejar de ellos. Es en verdad una gran renuncia que no se da en un sólo momento definitivo, sino que me hace como auténtico discípulo, renovar la renuncia que cada día se me puede proponer.

 

                Luego dice Jesús: “El que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 27). Renunciar a los seres queridos y a todos los bienes es apenas la liberación para poder cargar la cruz, ¿cual cruz?, la que vaya saliendo a mi paso, la que vaya descubriendo, sin tener que buscarla, pues será siempre un llamado inesperado y no imaginado, siempre para edificar el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, siempre para dar testimonio del amor y la fidelidad a Cristo.

 

                La primera lectura, tomada del Libro de la Sabiduría, inicia hoy con una pregunta: “¿Quién es el hombre que puede conocer los designios de Dios?” (Sab 9, 13). Nadie puede salir de la muchedumbre para entrar en el grupo de los discípulos si no se abre a recibir la sabiduría, que viene de lo alto. Con los criterios humanos, es decir, el modo de pensar mundano, nunca nadie podrá entender las exigencias del discipulado. Dice el texto: “Sólo con esa sabiduría lograron los hombres enderezar sus caminos y conocer lo que te agrada” (Sab 9, 18).

 

                Debe quedar bien claro que el llamado a ser discípulos de Jesús es para todos los bautizados, pues no se trata de identificar o reducir el discipulado a las vocaciones sacerdotales, diaconales o a la vida consagrada, sino que toda vida cristiana auténtica supone aceptar las exigencias de quien quiere ser y acepta ser llamado discípulo de Jesús. Cada bautizado recibe el Espíritu Santo en la pila bautismal; y se supone que lo recibe más conscientemente en el sacramento de la Confirmación. Si el confirmado se abre a la acción del Espíritu, cuando pida el don de la sabiduría lo recibirá, junto con todos los demás dones que nos vienen de lo alto.

 

                La segunda lectura nos presenta una gran parte de la Carta de san Pablo a Filemón, pues es una carta muy cortita. Cabe aclarar que en aquel tiempo, la esclavitud era socialmente aceptada, que incluso había cristianos que tenían esclavos, y esclavos que recibían el bautismo. De hecho en su carta a los Efesios, san Pablo después de explicar cuál debe ser la forma de tratarse entre los esposos cristianos, entre los padres e hijos de familia cristiana, también explica cómo deben tratarse los patrones y los esclavos. Dice san Pablo: “Esclavos, obedezcan a sus patrones con temor y respeto, sin ninguna doblez, como si sirvieran a Cristo; no con una obediencia fingida que trata de agradar a los hombres, sino como servidores de Cristo… Y ustedes, patrones, compórtense de la misma manera con sus servidores y dejen a un lado las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos, que lo es también de ustedes, está en el cielo, y no hace acepción de personas” (cfr. Ef 6, 5-9).

 

                Onésimo era un esclavo de Filemón, el cual escapó de su amo. Luego Onésimo cae en la misma prisión donde se encontraba preso el Apóstol Pablo. Con ayuda del Apóstol, Onésimo se convierte y recibe el bautismo, llegando a ser de una ayuda invaluable para san Pablo. Entonces el Apóstol queriendo cumplir con los derechos del patrón que era Filemón, manda a Onésimo para que vaya y regrese con él. Esta carta es una recomendación para que Filemón reciba como hermano a Onésimo, y si fuera posible, se lo regresara como su colaborador cercano.

 

                Dice san Pablo: “Tal vez él fue apartado de ti por un breve tiempo, a fin de que lo recuperaras para siempre, pero ya no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como hermano amadísimo” (Fil 15-16). Este ejemplo nos sirve para darnos cuenta de cómo un discípulo, desde su condición y por su fe, puede reinterpretar cada acontecimiento con criterios originales. También este ejemplo nos da a entender la fuerza de la fraternidad entre los discípulos de Jesús. Esta carta nos muestra como el cristianismo no cambia las estructuras sociales, pero las ilumina con la luz del Evangelio, de manera que las transforma de raíz, al menos en la comunidad eclesial.

 

 

                Los invito a seguir rezando con la oración del VII Congreso Eucarístico Nacional:

 

Jesús, Señor de la vida y de la historia, gracias por la oportunidad que das al pueblo mexicano de celebrar un nuevo Congreso Eucarístico Nacional.

 

Queremos responder a la voz del Padre que nos dice: “Pueblo de Dios, levántate y come, el camino es largo”.

Gracias por llamarnos a ser tu pueblo, sobre todo cuando nos reunimos en torno a ti en la Sagrada Eucaristía.

 

Gracias por el pan de tu Palabra que nos dice: “¡Levántate! mi pueblo no puede estar postrado”.

 

Gracias, porque con tu Cuerpo y tu Sangre nos alimentas para ser pueblo peregrino siempre en marcha.

 

Señor Jesús, el camino de México se hace largo, son muchos los retos que tenemos por delante: respetar y promover la vida desde el seno materno; fortalecer a nuestras familias, para que se vayan conformando de acuerdo al plan de Dios; trabajar por una sociedad más justa; cuidar la casa común.

 

Por eso te pedimos, los que creemos que realmente estás presente entre nosotros, sobre todo en la Eucaristía, que recibamos abundantes gracias para que cada bautizado madure en la fe, fortifique su esperanza, y con caridad fraterna participe activamente en la construcción de tu Reino en nuestra Patria.

 

Que en el VII Congreso Eucarístico Nacional, cada Iglesia Particular de México, responda a tu llamada que nos dice: “Pueblo de Dios, levántate y come, el camino es largo”. Santa María de Guadalupe, esperanza nuestra, salva nuestra Patria y conserva nuestra fe. Amén.

 

 

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

 

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán