Inicio Análisis político Alejandro López Munguía En la política yucateca hay mucho fanfarrón.

En la política yucateca hay mucho fanfarrón.

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En la política yucateca hay mucho fanfarrón.

Sobre todo en estos tiempos, abundan los fanfarrones. En Yucatán, existen los que venden ilusiones, desde espejitos hasta grandes embarcaciones. Aseguran que poseen estructuras enormes y que el territorio lo llevan en la bolsa. Son los clásicos “apantalla – pendejos”.

Y también hay los que lo saben todo. Los que se enteran de todo, los que tienen el control de todo y para todo responden “¡claro, por supuesto!, ¿no sabías?”.

Son los que lo tienen todo al alcance, los que han logrado que otros sean lo que son; que hayan llegado hasta donde llegaron. Son los que presumen ser “couch” de tal gobernador, de tal senador, de tal diputado, de tal presidente.

No se miden. Y lo peor es que hay cada personaje que les compra todo. Eso sí, venden sus “espejitos” a precio de oro. Dicen valer más que el dólar en los tiempos de la 4T.

La proliferación de estos merolicos se da gracias a la falta de oficio político en gran parte de la elite política.

No es culpa de nadie, nada más que de la gran ausencia de quien carece de olfato para desnudar las verdadera intenciones de estos vividores.

La clave para distinguir a un estafador político, es pedir evidencias. Revisar la hoja de vida de quien se ostenta como un baluarte de algo irreal es fundamental. ¿Cuáles son sus logros?, ¿cuáles sus éxitos?, ¿cuáles sus aportaciones?. Cruza sus dichos, que te muestre su músculo político.

El fanfarrón ve oportunidad donde distingue debilidades. Y las elecciones lo son. Los farsantes todo lo basan en dinero, sin él, no funcionan. Un ejemplo fueron las asambleas para constituir diversos partidos políticos en Yucatán. Cierto que no todos recurrieron a esos defraudadores, la verdad es que la mayoría lo dejó todo en sus manos. Sucias manos.

La política en Yucatán ha evolucionado, pero sigue teniendo patrones que la distinguen a nivel nacional. El político decente se conduce con valores, se muestra con aplomo y demuestra su sabiduría con oficio. Ciertamente se ido devaluando la formación de cuadros políticos por la ambición desmedida de gobiernos insensibles que se acentuaron en el poder para corromper y corromperse. Los partidos políticos dejaron de ser formadores de políticos y reciclaron, creyendo que la apariencia lo era todo.

El fenómeno Peña Nieto le hizo daño a la política. Se llegó a creer que ser de buena presencia y de buen físico, con altos grados académicos sería suficiente para darle al pueblo buenos gobiernos. También se llegó a pensar que optar por un anciano y por gente sin experiencia, pero con buenas intenciones sería suficiente, pero eso tampoco funciona.

La fórmula es el oficio político. Ese que solo la trayectoria de vida te da y que se forja con los años, con los valores de vida que se pueden palpar con hechos. Un político con oficio no tiene necesidad de fanfarronear, ni de andar confrontando a nadie, ni de andar presumiendo nada, lo que sabe lo demuestra. No se anda con lujos, ni con extremos, es cordial, es generoso, sabe dialogar, sabe reconocer errores, no es autoritario, no es extremista, no es absolutista, no es cacique, pero tampoco es débil, analiza, piensa, debate pero no provoca, no ofende, no abusa del poder, no amenaza, no se corrompe, no incurre en incongruencias, no se da “disparos en el pie”.

Un político con oficio no se vende, pero sabe acordar, sabe negociar, no usa el doble discurso para vender realidades a modo. No manipula, no maniobra, no traiciona sus principios, no se muestra uno cuando es candidato y otro cuando es gobernante.

Un político con oficio no es un peleador callejero. Se prepara, lee, razona y da su punto de vista, en ese orden.

Y siempre tiene la mano extendida, incluso a sus enemigos.

Porque el país no merece fanfarrones. Porque nada le hace más daño al país, que un fanfarrón y menos si llega a ostentar el poder.