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Éstos son mi madre y mis hermanos

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HOMILÍA

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Ciclo B

Gn 3, 9-15; 2 Cor 4, 13-5, 1; Mc 3, 20-35.

 

“Éstos son mi madre y mis hermanos” (Mc 3, 34).

 

In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ u k’iinil u yéeyaj u jalachilo’ob u kaajo’ob. Ma’ k-túubute’ex le oksaj óol’ ku k’áatik to’on kak núup’ óolt le ba’axo’ob k’áabet ti’olal k lu’umkaajo’ob, je’el bix k’áabet jo’oko yeeyik jalacho’ob. Ko’one’ex jo’oko utial yéeyik le máax yaan u meyajo’ob utial u kalamto’ob máako’ob, yáax táanil ti’olal kuxtal, takxan u yáantaj ti’olal le óotsililo’ob yéetel ti’olal u kalantik le u naaj tuláaklo’ono’.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este décimo domingo del Tiempo Ordinario, día de las elecciones intermedias.

 

Antes de Cristo y antes de la revelación del Antiguo Testamento, los hombres creían que, así como había un Dios del bien, había otro dios del mal. En algunos pueblos se creía en la existencia de dioses buenos, malos o cambiantes entre el bien y el mal como los seres humanos, pero a Israel se le revela que sólo Dios es Dios, y que satanás es tan sólo una creatura desobediente que promueve la desobediencia. La presencia de Dios destruye el mal. Cada uno es responsable de asemejarse a Dios y no al maligno. Dios es la bondad infinita.

 

La primera lectura nos narra la situación de nuestros primeros padres, luego que comieron del fruto del árbol prohibido. El hombre y la mujer se esconden de Dios, porque se han dado cuenta de su desnudez y esto les avergüenza. La desnudez aquí es símbolo de la gracia de Dios que se ha perdido, pues antes de pecar, se hallaban vestidos de la gracia del Señor. Esta desnudez por el pecado hace al ser humano sentirse indigno de Dios, avergonzado de presentarse ante Él por haber perdido la inocencia, al perder la amistad de Dios.

 

Cuando Dios pregunta al hombre por qué comió del árbol prohibido, él atribuyó el hecho a la mujer, quien le ofreció comer; y luego la mujer explica su pecado diciendo que la serpiente la engañó. Ninguno de los dos acepta su responsabilidad. Dios condena más bien a la serpiente astuta, y anuncia la enemistad que pondrá entre ésta y la Mujer, entre su descendencia y la descendencia de la Mujer. El primer paso para vencer el mal es aceptar nuestra culpabilidad.

 

Este pasaje es conocido desde la antigüedad como el “Proto evangelio” (primer evangelio); pues de acuerdo a los Santos Padres de la Iglesia, esa mujer anunciada, vencedora de la serpiente, es María Inmaculada; y su descendencia es Cristo junto con todos los que son de Cristo. La Mujer y su Descendencia aplastan la cabeza de la serpiente, que representa a Satanás por la astucia de este animal; por eso vemos imágenes de la Virgen María aplastando a la serpiente con su planta. María, nueva Eva, junto a su Hijo, el nuevo Adán, son el principio de una nueva humanidad restaurada.

 

En el santo evangelio según San Marcos, Jesús se presenta como vencedor del demonio, al expulsarlo de los hombres poseídos por él. Los escribas que vienen de Jerusalén no aceptan la buena obra de Jesús, sino que afirman que estaba poseído por Satanás, y que por esto tenía poder para expulsar a los demonios. Este argumento no tiene ninguna lógica, pues todo reino dividido no puede subsistir; ni tampoco una familia dividida puede perdurar. Esto significaría que Satanás se hiciera la guerra contra sí mismo.

 

México dividido tampoco puede subsistir. Ojalá que al pasar estas elecciones todo transcurra en santa paz, y que nadie quiera tomar venganza de nadie. Basta ya de polarizaciones, busquemos la unidad en Dios nuestro Señor. Cubramos la desnudez de nuestra soberbia y de todo resentimiento, para poder reconstruir la unidad de la familia mexicana y de cada familia en México.

 

Una vez que un equipo ha alcanzado la copa del triunfo, aplaudamos al equipo ganador y dejemos de combatir unos contra otros. Lo mismo hagamos con los resultados de las elecciones. Donde permanece la desunión, por ahí anda todavía la serpiente. Junto a Jesús y María aplastemos la cabeza de la serpiente, y tiene que ser la cabeza, pues de otro modo puede revirar y mordernos. Esto es, acabemos con el espíritu del mal y la desunión de manera decidida.

 

El pecado de los escribas es un pecado que no tiene perdón, pues es una falta contra el Espíritu Santo, un pecado que consiste en no reconocer la obra de Dios, considerando como algo del demonio, lo que en realidad viene del Señor. No nos cerremos a la buena obra de Dios, realizada en cualquier persona. Sin embargo, ese pecado también tiene perdón si se reconoce como tal y nos proponemos un verdadero cambio de vida y de perspectiva, buscando el camino de la salvación, no perseverando en ese pecado cerrándose a la gracia.

 

El perdón siempre es posible, si con humildad y convicción nos acercamos al Señor, con palabras parecidas a las del Salmo 129 del día de hoy, con el que decimos: “Desde el abismo de mis pecados clamo a ti, Señor. Perdónanos, Señor y viviremos”.

 

Jesús con sus discípulos había entrado en una casa, siendo tantos los que le buscaban, que no les dejaban tiempo ni para comer. Los parientes de Jesús lo buscan pues creen que se ha vuelto loco. Esta actitud de los parientes de Jesús nos hace pensar en que él, antes de su ministerio público, su vida en lo privado era totalmente normal, al grado de que ellos no lo aceptan como un hombre extraordinario. Estemos atentos a los que nos rodean, familiares, amigos o vecinos porque pueden darnos sorpresas para bien o para mal; pero no nos cerremos en los juicios condenatorios con tanta facilidad, no nos vaya a pasar lo que a los parientes de Jesús, pues todos tenemos la posibilidad de cambiar. Aún los cónyuges se pueden proporcionar grandes sorpresas de cambio.

 

Cuando le avisan a Jesús que su madre y sus hermanos están afuera y lo andan buscando, ya sabemos que esos hermanos son los parientes de Jesús.  Él aprovecha entonces para decir que su madre y sus hermanos son los que cumplen la voluntad de Dios, lo cual no significa negar su relación con ellos, mucho menos con María, su madre, sino que significa que él está abierto a una relación de familia con todos los que se someten al Padre, al igual que él. Recordemos que María estaba totalmente sometida a la voluntad de Dios, sometimiento reflejado en su respuesta al ángel Gabriel: “Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Tú y yo pertenecemos a la gran familia de los hijos de Dios en la medida que cumplamos su voluntad.

 

La segunda lectura de hoy, está tomada de la Segunda Carta de san Pablo a los Corintios, y el pasaje nos presenta una perspectiva de trascendencia, puesto que creemos en la resurrección de Cristo y esperamos nuestra propia resurrección. Esto nos hace relativizar las experiencias que vamos viviendo, por más negativas que puedan ser, como las vividas a causa de esta pandemia, pues, como dice san Pablo: “Nuestros sufrimientos momentáneos y ligeros nos producen una riqueza eterna, una gloria que los sobrepasa con exceso” (2 Cor 4, 17).

 

El verdadero éxito no es el que se consigue en este mundo, sino el que nos hace alcanzar a Dios; por eso, como dice el dicho, “hay que echar un ojo al gato y otro al garabato”, es decir, que mientras aparentemente miramos a los objetivos que aquí nos proponemos, tengamos en la mira los bienes superiores, como dice el Apóstol: “Nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno” (2 Cor 4, 18).

 

Impulsados por nuestra fe, cumplamos nuestro derecho-deber de asistir a votar, y juzguemos con los criterios de Dios para elegir a quienes ofrezcan más garantía de respetar la dignidad humana, comenzando por el derecho a la vida de los no nacidos, el compromiso auténtico con los más pobres, y el compromiso del cuidado de nuestra Casa Común, en favor de todos, incluso de las futuras generaciones, así como el desarrollo integral de toda la persona y de todas las personas.

 

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán