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Hacia el conocimiento del siglo XXI

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Por: Nahum Chuil López

En las siguientes líneas deseo plantear que la multidimensionalidad que requiere el conocimiento del siglo XXI sólo será posible si los docentes superamos en nuestras pedagogías el sesgo de la especialización y transitamos el camino hacia una auténtica transversalidad de contenidos.

Cuando uno lee biografías de personajes ilustres como Aristóteles, Leonardo da Vinci, o los filósofos de la Ilustración, de inmediato percibe que eran seres humanos cuyos intereses intelectuales distaban mucho de estar anclados en una sola disciplina.

Aristóteles, por ejemplo, estudió la literatura de su época, creó un sistema de lógica que aún hoy influye en muchos campos del saber; estableció los principios de la física (de hecho se le considera padre de esa ciencia); analizó los diversos sistemas políticos de las naciones vecinas a Grecia; sentó las bases del empirismo como doctrina filosófica, entre otros aportes.

No obstante, cuando percibimos el entorno del conocimiento contemporáneo, pareciera que hay una manía del ser humano por hacerlo cada vez más especializado, más fragmentado, con las evidentes consecuencias que ello trae consigo. Aunque la realidad es una e indivisible, el impulso de las ciencias por diseccionarla para su mejor estudio ha producido que se especialicen tanto que pierdan de vista que ese objeto de análisis no es una realidad en sí misma, sino que mantiene vínculos con las otras esferas que integran la realidad como totalidad.

Adornado del discurso positivista de supremacía de la ciencia, el paradigma de la especialización del conocimiento aterrizó a la educación, promoviendo esa misma visión distorsionada de la realidad: cada materia, representante de una ciencia dentro del aula, se esforzaba por depositar en los estudiantes un cúmulo de datos que, dentro de su narrativa, son perfectamente coherentes, pero que, al no importarle el contexto de la realidad de los estudiantes, terminaba por ser poco o nada trascendente para ellos, convirtiendo a la educación en una pérdida de tiempo, o por lo menos así lo conceptuaba Coombs al desarrollar su idea de la crisis mundial de la educación.

Hoy, ante un mundo cuya velocidad de transformación es vertiginosa, pretender que la segmentación de la realidad para su mejor comprensión es una estrategia adecuada, resulta ingenuo, pues todos los días la vida cotidiana nos muestra lo intrincados que pueden estar campos aparentemente tan alejados entre sí como la medicina, las ciencias sociales y las matemáticas, y esto lo ha dejado muy claro la situación de contingencia por la cual atravesamos en nuestro país.

Como conclusión, se puede afirmar que estas consideraciones suponen un reto para los profesores de educación media superior, nivel en el que me desempeño, pues muchos provenimos de una formación especializada en nuestras respectivas áreas, pero que debemos nutrir todos los días a través de la lectura y la actualización de conocimientos, en especial aquellos que vinculan nuestras asignaturas con otras, es decir, la transversalidad.

Para generar el conocimiento del siglo XXI es fundamental que los docentes seamos capaces de transgredir las fronteras de la especialización científica para observar cómo nuestras asignaturas se relacionan esencialmente con otras; en otras palabras, es necesario rearmar el rompecabezas en que ha sido reducida la realidad para comprender que todos y cada uno de los aspectos del ser humano, como individuo y ser social, se encuentran indisolublemente ligados.