Es cierto que México tiene una
historia muy personal con el Papa antecesor, Juan Pablo II. Un Papa
que contrasta con la parquedad y la solemnidad de Benedicto XVI.
Aunque la comparación resulta ociosa, siempre se ha dicho que el
primer viaje de un Papa a México, como fue el caso de Juan Pablo II,
le marcó en vida pontifical de tal manera que entre los mexicanos y
Juan Pablo II existió una relación más que cercana, hasta el grado
que la frase “Siempre fieles” que enunciará el Sumo Pontífice
sólo la dijo en ocasiones de sus visitas a México y a Polonia, su
país natal.
Había sin duda expectación por la
llegada de Benedicto XVI. La crítica y las lecturas políticas por
la evidente vinculación que se le podría dar a la llegada de un
Papa en pleno periodo electoral del país, no se hicieron esperar. La
selección del Estado, Guanajuato, no sólo obedecía a una necesidad
logística y por salud de Benedicto, sino también tiene un
significado especial al ser la entidad significativa en la lucha de
las fuerzas católicas y cristeras en contra del Estado laico, y que
ahora, ha sido incipiente en la lucha política del actual régimen
político.
En el contexto, la situación tampoco
estaba sencilla. La complejidad de la lucha contra la delincuencia,
el aumento de la pobreza extrema, el debilitamiento y falta de
confianza en las instituciones marcan un estado de zozobra en los
mexicanos que sienten que es necesario un cambio de dirección.
Complicada la anterior situación por la insensibilidad y lejanía de
un sistema político que no ha comprendido el reclamo social.
El Papa llegó y desde principio se
mostró muy consciente de la situación que vivimos en México.
Dentro de su ámbito pidió oración por las miles de víctimas de la
delincuencia y de la injusticia.
El Papa entendió la sensibilidad, la
paz y la armonía que nos identifica a los mexicanos. Aún con todo
la gente que llegó hasta ese lugar no hay reportes de situaciones
graves ni accidentes, mucho menos, actos de delincuencia que han
marcado la noticia roja en México.
Es por ello, que no se cayó y nos
exhortó a nos dejarnos amedrentar por el mal, a luchar por la
justicia, a proteger a la niñez futuro del mundo.
México transformó al Papa. Lo hizo
más humano, sin ninguna duda. El Sumo Pontífice fue rebasado por la
hospitalidad, atenciones, orden y cariño de miles de mexicanos. Tuvo
que ser Papa y sentirlo a calor de piel para entender esa relación
personal que México tuvo con Juan Pablo II. Así lo reconoció en la
última noche, después de tres días de intensa actividad religiosa
y fervorosa.
Fue un peregrino de la paz y de la
esperanza. No pudo andar en todo el país, pero sus palabras si
fueron escuchadas en toda la nación.
Si me preguntan con que me quedo de
esta visita, la respuesta es muy fácil, aunque no por ello sencilla:
Si hemos capaces como Nación cambiar el rostro emocional de un Papa
… ¿qué nos está faltando para realmente cambiar al País hacia
un camino orientado a la justicia, la paz y la armonía social?