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La estrategia pandémica de Johnson lleva a Reino Unido a territorio inexplorado

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LONDRES, 4 nov (Reuters) – Dentro del hospital británico que salvó al primer ministro Boris Johnson de la COVID-19, el enfermero de cuidados intensivos Dave Carr solo quiere dejarlo.

“Estamos muertos físicamente. Estamos muertos mentalmente”, dijo. “No sé cómo salir de este lío. No puedo irme por el sentimiento de culpa de abandonar a mis compañeros”.

Reino Unido, sus hospitales y su estrategia COVID-19 están bajo lupa, ya que el país se adentra en el peligroso periodo invernal y es responsable de casi una décima parte de las nuevas infecciones registradas en el mundo

Johnson se adelantó a muchos Gobiernos al levantar de un plumazo las restricciones de la pandemia en Inglaterra en julio, apostando a que el Servicio Nacional de Salud sería capaz de soportar la tensión tras una exitosa campaña de vacunación. Algunos responsables de salud, virólogos y especialistas en modelización de pandemias no están seguros.

Aunque las hospitalizaciones por COVID-19 son muy inferiores a las de hace un año, los expertos afirman que las presiones se verán agravadas por otros virus invernales previamente contenidos por los confinamientos, así como por el desvanecimiento de la inmunidad a las vacunas y la acumulación de tratamientos para otras afecciones.

“Yo no me tomaría esas advertencias del personal del NHS (servicio de salud público) a la ligera en absoluto”, dijo Pablo Pérez Guzmán, del Imperial College de Londres, que trabaja en uno de los tres modelos utilizados para asesorar al Gobierno.

“Es una cantidad de presión que el sistema sanitario podría tener dificultades para afrontar. Sin duda”.

Aunque los nuevos casos en Reino Unido se han mantenido por encima de los 30.000 diarios desde principios de septiembre, las vacunas han reducido las muertes por COVID-19 en cerca de un 90% respecto a los niveles de enero.

Sin embargo, si las preocupaciones de Pérez Guzmán y de otros ocho especialistas entrevistados por Reuters resultan fundadas, Johnson podría verse obligado a poner en marcha su “Plan B” destinado a proteger el NHS de una “presión insostenible”, que incluye la obligación de llevar mascarilla en algunos espacios, pases de vacunas y órdenes de trabajar desde casa. Los científicos afirman que no se descartan restricciones económicamente más perjudiciales.

El Gobierno dijo que está centrado en la administración de vacunas de refuerzo y en la inoculación de niños de 12 a 15 años. Dijo que los datos no mostraban todavía que el Plan B fuera necesario, aunque la contingencia se mantenía a punto.

Stephen Griffin, virólogo de la Universidad de Leeds, predijo que el NHS, financiado por el Estado, se vería “desbordado de nuevo”.

“Aunque el COVID no es responsable de tantas plazas en la UCI como en el pasado, sigue siendo alrededor de un tercio de las camas, y va en aumento”, dijo a Reuters. “No sé cómo esperan que el personal del NHS lo afronte, mental y físicamente”.

Otros dirigentes que están considerando sus propias tácticas están observando de cerca el caso británico, que puede servir de prueba mundial sobre si la vacunación es suficiente para convivir con la variante delta del virus, más transmisible.

El primer ministro italiano, Mario Draghi, dijo el mes pasado que creía que Reino Unido se había equivocado al abrir el 19 de julio, una lección de que el mundo no podía salir de la crisis “en un instante”.

“El Reino Unido, que fue uno de los países que llevó a cabo la campaña de vacunación con gran rapidez, abandonó toda precaución y se enfrenta ahora a unos 50.000 contagios diarios y a 200 muertes ayer”, dijo a los parlamentarios.

“También en la salida será necesario ir gradualmente”.

LAS MASCARILLAS MARCAN LA DIFERENCIA

La estrategia de desescalada preocupa a la enfermera de cuidados intensivos Carr, que había decidido retirarse el 19 de abril del año pasado antes de enterarse de que Reino Unido se enfrentaba a la peor pandemia en un siglo.

Ahora, este hombre de 58 años dice que el personal está sobrecargado de trabajo, estresado y agotado, ante el ritmo de afluencia de pacientes en el Hospital St Thomas de Londres, donde el primer ministro dijo que los trabajadores de primera línea le salvaron la vida el pasado abril.

“Detesto absolutamente caminar hacia el hospital cuando voy a trabajar”, dijo Carr. “Lo cierto es que no sé cómo salir”.

La Guy’s and St Thomas’ NHS Foundation Trust —una fundación del NHS— dijo que era consciente de la presión sobre el personal por la demanda actual, y que estaba contratando más enfermeras y proporcionando apoyo. La fundación añadió que sus índices de supervivencia en cuidados críticos estaban entre los mejores del país.

Los datos de los hospitales de Inglaterra —donde vive más del 80% de la población del Reino Unido— muestran que las presiones acumuladas ya están poniendo a prueba el sistema, aunque los 1.000 nuevos ingresos diarios por COVID-19 son inferiores a los 1.500 de hace un año y a los 4.000 de enero. En cualquier caso, el invierno aún está por llegar.

Los servicios de urgencias hospitalarias atendieron a 1,39 millones de pacientes en septiembre, la cifra más alta registrada en un mes. Aproximadamente una cuarta parte esperó más de cuatro horas para ser atendidos, la proporción más alta desde al menos 2010.

Aunque Reino Unido no es el único país que se enfrenta a los retos del COVID-19 mientras remodela su sistema sanitario, ya estaba al límite mucho antes de la pandemia, con una de las tasas más bajas de camas hospitalarias per cápita de Europa. Ha sido el país más afectado de la región por la enfermedad, con 140.000 muertes.

La estrategia de salida de Johnson difiere de la de muchas otras grandes economías, como Alemania, Francia, Italia e Israel, que han mantenido algunas medidas básicas contra el COVID-19, como la obligación de utilizar mascarillas, o las han reintroducido en respuesta al aumento de los casos.

En Inglaterra se siguen pidiendo las mascarillas en determinados entornos, como en el transporte público y en las reuniones con contactos poco frecuentes en espacios cerrados, pero no existe ninguna obligación legal. Como resultado, el uso de las mascarillas ha disminuido significativamente, según afirmaron los asesores científicos del Gobierno en octubre.

“No entendemos por qué el Gobierno ha eliminado la obligatoriedad del uso de mascarillas en el transporte y en lugares cerrados, como las tiendas, porque en realidad eso no impide el funcionamiento de la economía, sino que reduciría la infección”, dijo a Reuters Chaand Nagpaul, presidente del consejo de la Asociación Médica Británica (BMA).

“Está claro que el Gobierno cree que estas sencillas medidas marcan la diferencia, pero no actúa al no convertirlas en un requisito. En ausencia de otras medidas preventivas, los retos que se nos avecinan podrían pasar de ser alcanzables a totalmente insuperables”.

“TRAYECTORIAS EPIDÉMICAS”

En Reino Unido se registran unos 40.000 casos diarios de COVID-19, según la media móvil de los últimos siete días. Se trata de un total solo superado por los aproximadamente 74.000 diarios de Estados Unidos, que tiene cinco veces más habitantes.

No obstante, la situación es mejor de lo que algunos preveían cuando Johnson puso fin a las restricciones del COVID-19 en Inglaterra.

En aquel momento, el secretario de Sanidad, Sajid Javid, advirtió que los casos podrían alcanzar los 100.000 al día a finales del verano. Sin embargo, alcanzaron un pico justo por debajo de los 55.000 casos diarios dos días antes de que se levantaran las restricciones, cayendo con el final de la Eurocopa 2020 de fútbol y el comienzo de las vacaciones de verano.

No obstante, el número de casos diarios nunca bajó de 20.000 al día, y hay más de 9.000 pacientes hospitalizados, pese a que quedan por delante los meses más fríos del invierno, que tradicionalmente aumentan la presión sobre el sistema sanitario.

Javid dijo el mes pasado que las infecciones podrían llegar a 100.000 al día durante el invierno.

Aunque Reino Unido destacó por su rápido arranque de la campaña de vacunación, los programas de refuerzo y de vacunación de los niños han sido más lentos, justo cuando la inmunidad de los primeros vacunados empieza a disminuir.

Solo una cuarta parte de los niños de 12 a 15 años en Inglaterra ha recibido una inyección, a pesar de que el Gobierno esperaba haber dado a todos ellos acceso a las vacunas para la semana pasada.

“Independientemente del éxito de la campaña de vacunación de refuerzo, y de otras variables potencialmente consideradas, el NHS podría verse sometido a presiones muy elevadas”, dijo Pérez Guzmán, del Imperial College de Londres.

“Hemos visto lo sensible que es el tiempo de introducción de las medidas, y cuando la introducción de las intervenciones de salud pública se retrasa incluso unos días o una semana, el efecto… en las posibles trayectorias de la epidemia puede ser bastante grave”.

(Información adicional de Angelo Amante y Emilio Parodi; edición de Guy Faulconbridge y Pravin Char; traducido por Tomás Cobos)

 

 

 

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