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La historia, el mejor juez.

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En política, los acuerdos y compromisos se respetan, la palabra lo es todo; utópico, mas no imposible, así debería ser, el ser humano es un ser político en génesis y por su propia naturaleza, permanente y evolutiva.

La historia es el mejor juez de los políticos, coloca a cada quien en su lugar, porque hacer proposiciones de valor inmediatos resultaría un ejercicio ocioso y fútil, está demasiado polarizado el panorama, los enconos surgen cuando no se tiene la perspectiva adecuada.

En su libro Cuarto, capítulo Tercero, del tratado acerca de Política, el filósofo Aristóteles señalaba “más podría decirse, partiendo de estos mismos principios: un poder absoluto es el mayor de los bienes, puesto que capacita para multiplicar cuanto se quiera las buenas acciones. Así siempre que pueda uno hacerse dueño del poder, es necesario que no lo deje ir a otras manos, y en caso necesario es preciso arrancarlo de ellas”.

Durante la reunión mundial del G-20 vimos un último gran acto de Estado del ya ex presidente Enrique Peña Nieto, la firma del T-MEC o USMCA, acuerdo comercial entre México, Estados Unidos y Canadá.

Nuevas reglas, nuevas formas de operar el intercambio entre las tres naciones, indispensable para dar certeza a un negocio de miles de millones de dólares; habrá que estudiarlo a detalle para saber de sus alcances.

También, Enrique Peña Nieto otorgó, de manera polémica, la Orden del Águila Azteca, máxima condecoración nacional a Jared Kushner, yerno del presidente Trump, figura clave en la negociación del nuevo Tratado de Libre Comercio.

El político mexiquense entregó el poder en medio de la polémica, de la controversia y con números históricamente muy bajos de aceptación entre los mexicanos, alrededor de un 25%. Fue blanco de críticas a sus políticas públicas y acciones de gobierno, muchas de ellas resultado de funcionarios ineficientes.

Sin embargo, como máximo representante del Poder Ejecutivo tenía la responsabilidad de elegir a sus mejores hombres y a sus mejores mujeres. Es cierto, ningún Presidente podría resolver cada una de las situaciones en un país de más de 130 millones de habitantes, pero (quizá) uno de sus yerros fue confiar en quienes debieron hacer mejor las cosas.

Una de sus frases celebérrimas en el sexenio fue “no me levanto todos los días pensando como joder a México” y me parece que tiene razón, porque ser Presidente es un encargo de honor, de virtud, de gallardía.

Insisto: no pretendo ni haré en el momento, un juicio a su gobierno, porque el hecho de calificar su administración basado en sus errores públicos (como tropezarse o dejar caer un pedazo de pastel), no es una descalificación automática a su gobierno.

Muchas veces solemos polarizar todo, irnos a los extremos del bien y del mal, empero, una de las máximas en la política es que cuando se obtiene un cargo de representación popular, el gobernante gobierna para todos, sin distingos, sin observar colores partidistas.

¿Fue Enrique Peña Nieto un buen o mal Presidente? La respuesta debería ser un ejercicio de varios factores: datos, cifras, comparativos como instrumentos medibles, además de la percepción social en rubros como desigualdad y combate a la pobreza.

Hoy se inicia una nueva historia para nuestro país y a quien le tocará gobernar, la historia lo juzgará desde el primer hasta el último día. Estaremos atentos.