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Manuel Espino recuerda los insultos que le endilgaron Felipe Calderón y su equipo

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¿Qué tienen en común Hugo Chávez, Evo Morales y el grupo que pretende expulsarme del PAN? Que todos critican el “exceso de libertad de expresión”.

 

“Aquí hay libertad de expresión hasta el exceso”, señaló en 2007 el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Esta misma tesis fue  retomada por subordinados y se tradujo en cierre y estatización de empresas dedicadas a la comunicación. El primer mandatario de Bolivia, Evo Morales, también ha usado ese postulado, convirtiéndolo así en uno de los argumentos más esgrimidos por el Socialismo del Siglo XXI.

 

Quizás inspirado por ese “gran demócrata” que es Hugo Chávez, César Nava instrumentó la elaboración de un expediente que pretende expulsarme del PAN bajo el argumento de que he incurrido en “exceso de libertad de expresión”.

 

Catálogo de insultos

 

Como presidente del PAN en los niveles municipal, estatal y nacional, jamás acallé la voz del militante. Muy por el contrario, di siempre la bienvenida al debate y a la libertad de expresión. No me adjudico mérito alguno, sólo he sido congruente con los postulados del humanismo político y los valores —esencialmente libertarios— que nos legaron nuestros fundadores.

 

De hecho, el equipo que hoy ansía verme fuera del partido, los autonombrados “calderonistas”, hizo un irrestricto uso de su derecho a  expresarse con libertad sin atender siquiera los límites del respeto.  Aprovecharon su libertad para atacarme recurrentemente cuando tuve el altísimo honor de servir en la máxima posición de nuestro partido. Críticas, cuestionamientos y hasta injurias, fueron el amargo pan que acepté cotidianamente, sin jamás imponer silencio desde el poder.

 

Hoy recuerdo algunos de esos agravios, no para quejarme porque no es mi estilo, sino para acreditar que siempre permití la libertad que hoy me pretenden negar esos mismos que hoy dicen que “la ropa sucia se lava en casa”, porque las verdades que he referido les resultan incómodas.

 

El mismo Felipe Calderón —como bien recordó en una entrevista Julio, el hijo de Castillo Peraza— a un día de haber tomado yo posesión salió a los medios a criticarme como “un mal Presidente”. Meses después declaró que bajo mi presidencia el PAN perdió “principios y mística”.

 

Jorge Rincón del Bernal me criticó afirmando que “Manuel Espino Barrientos actuó con los métodos del trueque, los amarres y la negociación”. A él se sumaría Luis H. Álvarez, afirmando que el proceso por el que gané la presidencia estuvo “viciado”. Ambos fueron engañados y utilizados para denostarme por los “calderonistas”. Les ofrecí renunciar a la presidencia del partido si se me demostraba un solo acto tramposo. Ninguno de ellos pudo probar tales falsedades.

 

Luisa María Calderón Hinojosa también habló, allá por 2005, de una crisis dentro del partido, debida a “falta de trabajo”.

 

La señora Tatiana Clouthier se esmeró en sus descalificaciones hacia mí. Hasta de “misógino” y “personaje hueco” me tildó. Justo por esos momentos, una diputada federal me acusó —por supuesto que mintiendo— de falsificar documentos.

 

La medalla de oro para la más visceral diatriba se disputa lengua a lengua entre Germán Martínez y Juan Ignacio Zavala, discípulo y cuñado del presidente Calderón, respectivamente.

 

Germán Martínez dijo que con mi arribo a la presidencia se confirmaba “la derechización del partido”. También que “el triunfo de Espino significa un triunfo de la anécdota burocrática”. Me calificó como “revanchista”, “excluyente”, “intolerante”. “Lo veo más con un mazo en la mano que con un anhelo por compartir”, declaró públicamente. También me endilgó la famosa frase de “meón de agua bendita” y me conminó a no convertir al partido en un “hotel de paso”.

 

Juan Ignacio Zavala no se quedó atrás. Entre los calificativos que su florida imaginación me espetó se encuentran los de “chivo en cristalería”, “político de callejón” y “personaje menor”. También afirmó que llega al PAN “un sujeto como Manuel Espino a realizar una labor laxante”.

 

Sin embargo, cuando hubo quien propuso expulsar a Zavala por escribir tales insultos contra el presidente de Acción Nacional, frené esa pretensión.

 

Los calderonistas tuvieron justamente la libertad de expresarse que me quieren coartar. Aunque yo, a diferencia de ellos, no la he usado para insultar sino para exigir congruencia. Jamás he utilizado calificativos o insultos como ellos acostumbran.

 

Tras una serie de diferencias públicas que tuvo conmigo, acusándome hasta de “cohabitar con el Yunque”, Federico Döring declaró allá en 2007: “Yo no tengo temor porque el PAN es un partido democrático, y en el PAN nunca se ha tratado de callar la voz de nadie”.

 

Federico estaba consciente, como todos los panistas entonces, de que su voz era tan libre como lo fue la de Gómez Morin, la de González Luna, la del Maquío, la de todos esos hombres que jamás temieron al poderío de la palabra.

 

La crítica: sueño en libertad

 

Escribía Octavio Paz que “si la política es una dimensión de la historia, es también crítica política y moral… La crítica nos dice que debemos aprender a disolver los ídolos: aprender a disolverlos dentro de nosotros mismos. Tenemos que aprender a ser aire, sueño en libertad”.

 

Siguiendo este hermosamente expresado razonamiento de nuestro Nobel, tenemos que valorar la crítica porque nos permite desenmascarar las actitudes autoritarias, desmontarlas, superarlas. La crítica es el cincel, a veces brusco, que esculpe la democracia.

 

No sólo debemos, necesitamos permitir la libertad de expresión con todas sus consecuencias. Pues la libertad —como la democracia, como el amor, como la capacidad de perdonar— siempre es insuficiente y jamás excesiva.

 

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