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Ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído

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27 de septiembre de 2020

 

HOMILÍA

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

CVI JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO

Ciclo A

EZ 18, 25-28; Flp 2, 1-11; Mt 21, 28-32.

 

“Ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído” (Mt 21, 32)

 

In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ k’iinbejsik u 106 ku yúuchul Jornada yook’olkaab ti’ le Maako’ob ku jóoko’ob tu káajalo’ob yéetel Máaxo’ob k’aalánob. U t’aanil le Jornada ku yáalik beya: bey Jesucristo beeta’ab u bin táanxe’ lu’umil: yáan k’amik, yáan káalantik, yáan k’aytik yeetel yáan béetik u p’aatalo’ob. Ko’one’ex payalchi’ yo’olaj tu láakal le yucatecos bino’ob táanxe’ lu’umil, yéetel tu láakal máax toochinta’abo’ob tu kaajalo’ob ku taalo’ob wey Yucatane’ u kaxto’ob jets óolal, túuxan mináan báatel yéetel ma’alob kuxtal.

 

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor Jesús.

 

Hoy domingo celebramos la 106ª Jornada Mundial de los Migrantes y Refugiados, y yo los invito a todos ustedes a unirse. Tal vez muchos estarán pensando que en Yucatán no hay migrantes ni es lugar de paso para ellos, pero sí los hay; algunos pocos, pero los hay. Además, tenemos un gran número de hermanos y hermanas yucatecos que se han visto en la necesidad de emigrar a los Estados Unidos a causa de la pobreza.

 

Por otra parte, dentro de México, como en el mundo entero, se dan los desplazamientos internos, es decir, gente que, por motivo de violencia, pobreza, o por desastres naturales, tienen que salir a otro lugar de su patria para subsistir. De hecho, en Yucatán se dan muchos desplazamientos internos de los municipios y comisarías hacia la ciudad capital, y muchos desplazados de México están llegando sobre todo a Mérida en busca de un poco de paz, de seguridad y de un mejor desarrollo económico.

 

El Papa Francisco ha querido dedicar esta 106ª Jornada Mundial de los Migrantes a los desplazamientos humanos, y el mensaje que envió para esta Jornada lleva por título: “Como Jesucristo, obligados a huir: acoger, proteger, promover e integrar a los desplazados internos”. Como Jesucristo, porque él desde niño, tuvo que huir en brazos de su madre, la Virgen María, bajo la guía y protección del señor san José, rumbo a Egipto. Además, Jesús dice en el evangelio de Mateo: “Era migrante y me acogiste” (Mt 25, 35); identificándose así con los migrantes, de modo que lo que hagamos o dejemos de hacer en favor de ellos, lo hacemos o lo dejamos de hacer por Cristo.

 

Los verbos: acoger, proteger, promover e integrar, son las acciones en favor de los migrantes que el Sumo Pontífice señalaba en la Jornada del 2018, y que marcan con claridad las acciones que la Iglesia debe ofrecer en favor de los migrantes, refugiados, desplazados y víctimas de trata. Si los gobiernos del mundo fueran justos y humanitarios con los migrantes, también deberían poner en práctica estas mismas acciones para con ellos.

 

Les pido oración para este ministerio de la Iglesia, particularmente por el servicio de la Red CLAMOR que me tocó fundar y aún ahora presidir, una red Latinoamericana y del Caribe que reúne a todos los responsables nacionales de Iglesia en América Latina y el Caribe en el área de las migraciones, junto con todas las congregaciones religiosas, masculinas y femeninas, que se dedican a este apostolado en el Continente.

 

El texto de la Carta de san Pablo a los Filipenses que hoy escuchamos en la segunda lectura, parece que es un himno antiguo que ya recitaban o cantaban los primeros cristianos, así como aún hoy es cantado. El Apóstol está exhortando a los filipenses a ser humildes, y el máximo ejemplo de humildad de todos los tiempos, es el de Cristo Jesús. Después viene el ejemplo de la santísima Virgen María, el de san Francisco de Asís, y el de todos los santos. Todos ellos copiaron los sentimientos y actitudes de Cristo, el cual se abajó de su condición divina a la condición humana. Aún habiendo nacido en el más espléndido palacio o en la más abundante riqueza y poder, bajar de la divinidad a la humanidad es un acto de humildad incomparable e inalcanzable.

 

¡Ah! Pero el Hijo de Dios vino a una familia humilde, y quiso vivir en una condición todavía más humilde, naciendo en un establo en Belén. Todo lo hizo Jesús por obediencia al Padre. En su condición de Hijo del Padre, “engendrado, no creado, nacido del Padre antes de todos los siglos,” siendo como es “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero”, en su naturaleza de Hijo está la obediencia, como debe de estar esa virtud en cada ser humano.

 

Todos los hombres tenemos la capacidad de ser obedientes, pero al ganarnos la soberbia, nos falta la humildad para obedecer. Dios nos hizo libres, pero la soberbia nos lleva a hacer mal uso de nuestra libertad. Entonces, todo pecado es un acto de soberbia y desobediencia, un mal uso de la libertad, desde el pecado original hasta los pecados propios de cada uno de nosotros.

 

La obediencia de Jesús lo llevó a aceptar la muerte y una muerte de cruz, muerte por demás dolorosa, pero al mismo tiempo vergonzosa. Ya era bastante dolor un poco de frío en la noche de Belén, o una pequeña molestia por las pajas, pero él quiso llevar toda una vida de obediencia y llegar hasta la cruz. Dice el Apóstol: “Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2, 9).

 

Lo que el Hijo de Dios tenía por su naturaleza divina, lo conquistó tomando nuestra naturaleza humana, para mostrarnos que sí se puede: Nosotros también podemos obedecer a Dios nuestro Padre, hasta las últimas consecuencias, como lo han hecho los mártires y todos los santos.

 

En el santo evangelio, según san Mateo, Jesús presenta una parábola sobre dos hijos que reciben un mandato de su padre de ir a trabajar en su viña. El primero le respondió a su papá: “Ya voy”, pero no fue; mientras que el segundo le contestó: “No quiero ir”, pero se arrepintió y fue.

 

Entonces Jesús le preguntó a los Sumos Sacerdotes y a los ancianos del pueblo cuál de los dos hijos había hecho la voluntad de su padre, y le respondieron que el segundo; y así, sin darse cuenta se “echaron la soga al cuello”; porque Jesús quería exaltar a los publicanos y a las prostitutas quienes, arrepentidos ante la predicación de Juan el Bautista y ante su propia predicación, habían cambiado de vida; mientras que los jefes del pueblo, creyéndose perfectos, no aceptaron con humildad obedecer el llamado a la conversión.

 

En el mismo sentido dice el profeta Ezequiel en la primera lectura de hoy: “Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida” (Ez 18, 27). Igualmente, en el Salmo 24, que hoy proclamamos, nos dice el salmista: “Porque el Señor es recto y bondadoso indica a los pecadores el sendero, guía por la senda recta a los humildes”. De nuevo la humildad y la obediencia disponen para la verdadera y total conversión.

 

La humildad y la obediencia son dos parámetros fundamentales a tomar en cuenta en nuestro examen cotidiano de conciencia. La humildad de Cristo no es un recuerdo hermoso de algo que él hizo, porque Cristo a diario tiene la humildad de esconderse en un pedazo de pan en la Eucaristía, así como también en una mujer o un hombre migrante sucio, con el sudor del camino, para decirnos hoy “tomen y coman”, y para decirnos “era migrante y me acogiste” (Mt 25, 35).

 

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán

 

 

 

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