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Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

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HOMILÍA

DOMINGO DE RAMOS

Ciclo C

Is 50, 4-7; Sal 21; Flp 2, 6-11; Lc 19, 28-40; 22, 14 – 23, 56.

 

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).

 

                In láak’e’ex ka t’aane’ex ich Maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. U xookil u mu’ukya’ yéetel u kíimil Cristo, k’aajóoltik bukaj yaabilá Yuumtsil yo’olaj to’on. Yeetel u aj bóobat Isaías ku wesik bix Yuumtsil ku yilik le kiiná Bejla’e’, le okumano yéetel le kiino’ob kutaal bey juu’p’eel bejlae mina’an u xuul. Le maaxo’ob tu kiinso’ob Cristo, ma’ naajalajo’obi, náajala’ Yuumtsil yéetel u yaabila’. Yéetel San Pablo ku ya’alik u jaajil Cristo tu náajalta u kuulta’j bey Yuumtsile’.

 

 

                Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre, y les deseo todo bien en el Señor en este Domingo de Ramos, inicio de la Semana Santa.

 

                Después del Santo tiempo de Cuaresma, la Semana Santa es el último tramo de la carrera hacia la Pascua. En la noche de Pascua, muchos adultos renacerán a la vida de la gracia mediante el baño bautismal, mientras que todos los bautizados tendremos la oportunidad de renovar nuestro bautismo, al celebrar la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

 

                Antes de esa gran celebración, debemos pasar por la memoria de la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, así como por la memoria de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Hoy mismo se proclama la lectura completa de la Pasión, según san Lucas.

 

                La Pasión ya había sido anunciada por los profetas, como, por ejemplo, en el pasaje de Isaías que hoy se proclama. También el mismo Jesús había profetizado, al menos en tres ocasiones, que él tendría que padecer y morir para salvarnos.

 

                ¿Pudo el Padre Celestial haberle evitado este sufrimiento y muerte a su Hijo? Por supuesto que sí, pero Él no quiso ahorrarse nada en absoluto para demostrarnos cuánto nos ama, para enseñarnos así a amar al estilo de su Hijo: Jesús es el mejor ejemplo de ser humano; como nuevo Adán es el modelo ideal del hombre, mientras que María es la nueva Eva. No sólo nos redimió Jesús de nuestros pecados, sino que nos enseñó a amar sin medida, e igualmente nos enseñó que la peor de las injusticias cobra sentido a la luz de la cruz cuando es aceptada y ofrecida a nuestro Señor.

 

                Dios, que es eterno y todopoderoso, es también omnisciente, lo cual significa que Él vive en un eterno presente y que conoce todo lo que ha pasado, todo lo que pasa y todo lo que ha de pasar. Él conoce la historia de toda la humanidad, la historia de cada uno de nosotros, pero no la manipula; sino que respetando el don precioso de la libertad que nos ha dado a los seres humanos, Él sabe, como dice el dicho, escribir derecho en los renglones chuecos de la humanidad. Dios no manda el mal, pero lo tolera para que quien sufre injusticia y dolor crezca espiritualmente.

 

                Alguien podrá preguntarse ¿dónde está Dios durante esta guerra en Ucrania? El Señor sabe de esta guerra, lo ha sabido desde siempre, como igualmente siempre ha sabido de las guerras que ha vivido la humanidad, así como sabe de las guerras que habrá hasta el final del mundo. Dios no está de brazos cruzados, sino que está recibiendo a los que mueren, fortaleciendo a los que sufren y animando todos los esfuerzos que se están haciendo por construir la paz. Pero es verdad que un dolor extremo, un dolor de muerte, nos puede llevar a experimentar el sentimiento de la ausencia de Dios. ‘Sentimiento’ no es lo mismo que ‘convicción’, pues a veces los sentimientos contradicen nuestras convicciones.

 

                Jesús puesto en la cruz experimentó el sentimiento de la ausencia de Dios y por eso dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46). Este es el estribillo que hoy recitamos en el Salmo 21. Veamos que la aparente desesperación de estas palabras encuentra luego consuelo en su convicción en las palabras que continúan hacia el final de este Salmo, las cuales dicen: “A mis hermanos contaré tu gloria y en la asamblea alabaré tu nombre. Que alaben al Señor los que lo temen. Que el pueblo de Israel siempre lo adore…”. Así pues, Jesús nos enseña que Dios nunca está distante del que sufre.

 

                San Pablo, en su carta a los Filipenses que hoy escuchamos, nos describe de manera simple y llana los momentos del Hijo de Dios: primero como Dios; luego tomando naturaleza humana; después pasando en obediencia y humildad por la muerte en cruz; para finalmente resucitar y llegar triunfador al cielo, donde es digno de recibir toda alabanza, con una gloria que antes tenía, y que ahora, como hombre, ha ganado.

 

                Hay varias características singulares del evangelio según san Lucas. En la Pasión de Jesús aparecen dos de esos rasgos en particular, que son la oración y la misericordia. Primero le anuncia a Pedro que el demonio lo ha de zarandear, pero que él ha orado por Pedro. Luego lo vemos haciendo oración en el Huerto de los Olivos después de la Última Cena, invitando a sus discípulos a acompañarlo diciendo: “Oren para no caer en la tentación” (Lc 22, 40).

 

                Sobre la misericordia, vemos a Jesús consolando a las mujeres que lloran por él, a quienes llama “¡Hijas de Jerusalén!”. Estando él en semejante dolor, aún es capaz de ocuparse del dolor de otros. Esto es una gran enseñanza: nada mitiga tanto nuestro dolor, como ocuparnos del dolor de otros.

 

                Luego realiza un gran acto de misericordia cuando, ya clavado en la cruz, intercede ante el Padre por los que lo están crucificando diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Aquí tenemos una gran enseñanza: no importa el tamaño de la ofensa que nos hayan hecho, orar por nuestros ofensores, como lo hacemos en el Padre nuestro, nos traerá paz, fortaleza, y tal vez la conversión del que nos ha ofendido.  

 

                Además, realiza un acto de misericordia perdonando al ladrón arrepentido y prometiéndole: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). Tal vez muchos estén deseándole algún mal al presidente que está haciendo tanto daño a Ucrania, causando tanto sufrimiento y muerte a sus habitantes, cuando como cristianos debemos desearle el mayor de todos los bienes, que es el arrepentimiento.

 

                Finalmente, quiero subrayar las palabras de Jesús al momento de expirar. Él dijo con voz potente: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” (Lc 23, 46). Hay quienes piensan que son sólo cuerpo, sólo materia y que no existe lo espiritual. Otros, aún sabiendo que somos cuerpo y espíritu, viven despreocupados de su espíritu, como ateos prácticos. Ojalá que todos nos preocupemos del espíritu como nos ocupamos de nuestro cuerpo. Cada noche antes de dormir, podemos decirle al Señor: “Te encomiendo mi espíritu”, y que vivamos con tanta fe y esperanza, como para decirle al Señor en nuestro último momento: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”.

 

                Que tengan todos una feliz y devota Semana Santa. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán

 

 

 

 

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