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¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”

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HOMILÍA

XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Ciclo B

Job 38, 1.8-11; 2 Cor 5, 14-17; Mc 4, 35-41.

 

 

“¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?” (Mc 4, 41).

 

In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Kin túuxtik jun p’éel nojoch méek’ ti’ tuláakal taatatsilo’ob, bejlaj táan u k’íinbensiko’ob u k’iinilo’obe’. Kin k’ub óolko’ob te’ Kili’ich misa yéetel kin k’áat óolal ti’olal u laakal taatatsilo’ob kíimeno’ob. Ko’one’ex dsáik nib óolal ti’ Yúum Kue’ ti’olal le tumben obispo dso’ok u beetaj jóoleak te’ Izamal, Mons. Fermín Sosa Rodríguez.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este domingo XII del Tiempo Ordinario. Vaya hoy una felicitación y un abrazo caluroso a todos los papás en su día, y una oración al Padre celestial por todos aquellos que ya han dejado este mundo.

 

Jesús nos enseñó a llamar a Dios “Padre” y a tratarlo con la confianza de hijos. Es cierto que algunas personas tienen una experiencia negativa con sus papás, pero no es el caso de la mayoría, pues al contrario, muchos de nosotros hemos podido encontrar en el trato con nuestro papá un reflejo de la presencia de Dios Padre en nuestras vidas.

 

Por más que haya mujeres llevando solas a sus hijos, y que merecen todo nuestro respeto, ese no debe ser el ideal de la sociedad, ni mucho menos el ideal cristiano. La vocación del padre en la familia es la misma que tuvo el señor san José en el hogar de Nazaret: ser custodios, proveedores y educadores.

               

Custodios: Cuántos peligros tuvo que afrontar la Sagrada Familia ante la persecución de Herodes huyendo a Egipto; José fue su protector y guardián. Cuánta seguridad sienten los niños pequeños cuando papá está en casa, con él cercano no hay nada que temer. Papá es el custodio de cada hogar.

 

Proveedores: Cuánto sudor del Señor san José para traer el pan de cada día al hogar de Nazaret. Cuánto cansancio tienen ustedes, papás, día con día pidiéndole a Dios que nunca les falte el trabajo para llevar lo necesario a sus hijos. Cómo disfrutan ustedes, papás, simplemente con ver a sus hijos comer hasta saciarse; cuando pueden comprarles lo que necesitan para la escuela, para vestirse o trayéndoles un juguete. Dios Padre es testigo de la satisfacción de cada papá y goza con el gozo de cada uno de ellos.

 

Educadores: El señor san José fue educador del Niño Jesús, fue su catequista, que le enseñó la historia de Israel, le enseñó la ley de Israel y a rezar con los salmos. Le enseñó también el trabajo en la carpintería y tantas otras cosas, aún sin darse cuenta. Así pasa en cada familia, ya que aún sin darse cuenta, los papás son modelos que los hijos imitan inconscientemente.

 

La huella que dejan los papás la descubrimos casi siempre cuando ya no están, cuando decimos: “así decía papá”, “así se portaba papá”. Es de vital importancia que cada padre asuma su papel de educador, junto con su esposa, puesto que los profesores de la escuela y los catequistas de la Iglesia son sólo sus colaboradores. Ellos, papá y mamá, deben ponerse de acuerdo para educar a sus hijos, apoyando su estudio escolar, reforzando su catequesis, y sobre todo, transmitiendo los valores correctos.

 

Hoy encomendamos a los papás por la intercesión del señor san José, a quien Jesús llamó “papá”, haciéndolo con orgullo y con cariño de hijo, ya que siempre se llamó a sí mismo “el Hijo del hombre”. Imitemos a Jesús teniendo cariño, respeto y obediencia a nuestro papá.

 

Hoy también damos gracias al Señor por nuestro nuevo arzobispo Mons. Fermín Sosa Rodríguez, ordenado el día de ayer en su tierra natal, en el Santuario de nuestra Señora de Izamal. Sus estudios y su experiencia sacerdotal han hecho camino en los servicios diplomáticos del Vaticano en diferentes países, y ahora ha sido destinado por el Papa Francisco como Nuncio Apostólico en Papúa, Nueva Guinea. Oramos por él encomendándolo en su misión, que no sólo es diplomática, sino también pastoral ante el Pueblo de Dios, ahora en Papúa, y después Dios dirá dónde. Ojalá que su ordenación sea un testimonio que atraiga a muchos jóvenes al servicio de Dios en el ministerio sacerdotal.

 

La primera lectura, tomada del Libro de Job, nos da cuenta del poder del Dios creador que domina sobre las aguas del mar. La experiencia de los marinos que naufragaban en el océano sea que muriesen, sea que sobrevivieran, traía a todos un gran respeto por el mar. El mismo temor que le tenían al mar los hacía darse cuenta de que sólo Dios con su poder podía dominar el ímpetu del océano. Esta fue la conclusión de los profetas en Israel, porque en otros pueblos corrían historias sobre diversas fuerzas divinas en el mar. Job recibe la revelación de Dios que le dice: “Yo le puse límites al mar, cuando salía impetuoso del seno materno… yo le impuse límites con puertas y cerrojos y le dije: ‘Hasta aquí llegarás, no más allá. Aquí se romperá la arrogancia de tus olas’” (Job 38, 10-11).

 

El Salmo 106 también nos habla del poder del Señor Dios en relación al mar, por las experiencias de tormentas que llevaban a los marinos a acudir al Señor en la oración. Dice el salmo: “Clamaron al Señor en tal apuro y él los libró de sus congojas. Cambió la tempestad en suave brisa y apaciguó las olas. Se alegraron al ver la mar tranquila y el Señor los llevó al puerto anhelado”. Los pescadores en Yucatán, que son muchos, así como todos los marinos, seguramente han aprendido a orar en sus experiencias de dificultad.

 

Así, la primera lectura y el salmo nos disponen para el santo evangelio de hoy en el que Jesús demuestra su poder divino al ordenar al mar que se calme, y éste le obedece. Mientras los discípulos, de los cuales algunos eran diestros pescadores, luchaban por mantener la barca a flote ante la tempestad, Jesús dormía en la popa. Seguramente las jornadas para él eran extenuantes y por eso no lo despertaba el zarandeo del mar, hasta que sus discípulos lo levantaron y le preguntaron asombrados con un reclamo diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. Jesús se levantó e increpó al mar diciendo: “¡Cállate, enmudece!” (Mc 4, 38-39). Y de inmediato vino la calma.

 

Jesús regaña a sus discípulos por haber tenido tanto miedo y por su falta de fe, ya que ellos además de haberlo oído predicar, habían visto todos los milagros que obraba, por lo que debían tener confianza en él. Yo quisiera defender a sus discípulos, porque creo que sí tenían mucha fe, por eso habían dejado todo para seguir a Jesús; sí tenían mucha fe en él porque perseveraban en su seguimiento. Pero ni cómo defenderlos, porque en realidad no tenían una fe total ante el peligro de muerte y Jesús esperaba de ellos, como espera de nosotros, una fe total y absoluta. En eso tal vez nosotros también fallamos como los discípulos, mientras nuestra fe no sea en realidad total.

 

También san Pablo, en la segunda lectura, tomada de la Segunda Carta a los Corintios, nos ayuda a entender lo imperfectos que somos aún. Lo que dice san Pablo de sí mismo, seguramente no lo podemos asumir como algo nuestro ya conseguido. Dice él: “Por eso nosotros ya no juzgamos a nadie con criterios humanos” (2 Cor 5, 16). ¿Quién de nosotros puede afirmar lo mismo de sí, que ya no juzga a nadie con criterios humanos? ¿Quién puede afirmar que es una creatura nueva en Cristo, sin que eso suene a vanagloria y lo sea? Pues dice san Pablo: “El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo” (2 Cor 5, 17).

 

Sigamos pues creciendo en espiritualidad, en una auténtica fe que nos haga llegar a la plenitud, a ser creaturas nuevas. Por lo pronto, es mucho lo que nos falta aún, como les faltaba a sus discípulos.

 

Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán