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Señor, enséñanos a orar

1818

HOMILÍA
XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C 
GN 18, 20-32; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13.

“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11, 1).

Ki’óolal lake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. U T’aan Yuum Ku’ bejla’e’ ku kansik to’on ba’axten k’aabet betik yéetel ba’axten k’aabet le payalchi’o’; u payalchi’ utiolal káatik toj óolal; u payalchi’ u ti’al dsáik nib óolal; u payalchi’ ot’sil, je’el bix u k’aatko’ob le mejen palalo’obo’ ti’ u taatao’obo’; u payalchi’ k Yuum Ku’.

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este domingo último de mes, 28 de julio.

La Palabra de Dios nos habla sobre la oración en la primera lectura y también en el santo evangelio. Muchas veces he escuchado de algunas personas decir que no saben orar y creo qué tal vez sí han orado de alguna manera, aunque lo que realmente no saben son fórmulas de oración memorizadas, esto especialmente en varones que ni siquiera saben recitar el “Padre Nuestro” o el “Ave María”.

Todos han participado seguramente en momentos donde se reza el santo Rosario, pero al no pronunciar en voz alta la oración, a la hora que lo quieren hacer se les dificulta mucho. Por eso les digo a todos, especialmente a los varones, que pierdan el “pudor” de recitar las oraciones que desde niños aprendieron. En público o en privado, no dejemos de hacerlo, especialmente tratando de dar ejemplo a los niños.

En la primera lectura de hoy, tomada del Libro del Génesis, nuestro padre Abraham nos deja un gran ejemplo de oración insistente y de intercesión. Quien intercede por otros en su oración los está amando al orar. Cualquiera ora por sus seres queridos, familiares y amigos, pero no cualquiera ora por desconocidos.

Cualquiera se siente movido a orar por gente buena, pero llegar a orar por quienes han tenido una mala conducta, realiza la oración más perfecta en el amor; orar así u orar por nuestros enemigos nos santifica aún más. Además, quien ora por otros, por sí aboga, en el sentido de que aunque no pida por sus propias necesidades, Dios ya las conoce y toma en cuanta su oración desinteresada y caritativa por las necesidades de otro.

Unos versículos antes de este pasaje, el Señor le revela a Abraham que va a destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra, como un castigo ejemplar para todos los pueblos de todos los tiempos; por todos los pecados, perversidades y degeneraciones que ahí se practicaban.

Abraham ora por aquellos desconocidos de mala fama preguntándole al Señor si los perdonaría en caso de que entre ellos hubiera cincuenta justos; ante esto, el Señor le responde que sí. Luego Abraham continúa con su letanía: “Y si hubiera cuarenta y cinco… y si hubiera sólo cuarenta… y si hubiera treinta… si hubiera veinte…. y si hubiera diez” (Gn 18, 20-32). Lamentablemente ni siquiera diez justos encontró Dios en aquellas ciudades. Cabe añadir que en Sodoma se había ido a habitar Lot, el sobrino de Abraham, a quien Dios le anunció que antes los sacaría a ellos para salvarlos.

Oremos pues, por nuestros enemigos, así como también por aquellos que a nuestro juicio, obran mal. Un buen cristiano no condena a nadie, sino que intercede por todos.

El Salmo 137 que recitamos hoy, nos ayuda a orar con acción de gracias, repitiendo en el estribillo: “Te damos gracias de todo corazón”. Hay quienes cuando oran excluyen sistemáticamente la gratitud, olvidando que siempre, después de alabar al Señor, antes de pedirle nada, deberíamos presentar nuestro agradecimiento, como dice el Salmo: “Porque escuchaste nuestros ruegos… siempre que te invocamos, nos oíste y nos llenaste de valor”.

Hasta entre seres humanos, antes de pedir un favor, si se trata de una persona que nos ha hecho ya otros favores, primero reiteramos nuestra gratitud, para luego presentar nuestra nueva necesidad. Definitivamente que a Dios le debemos muchísimo, le debemos todo, siendo el don de cada día, de cada respiración, la prueba inmediata de los dones que de Él estamos recibiendo.

En el santo evangelio de hoy según san Lucas, los discípulos le piden a Jesús: “Enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos” (Lc 11, 1). La oración es una de las líneas temáticas del evangelista san Lucas. En este pasaje, los discípulos le hacen esta súplica a Jesús cuando regresa de su oración.

Frecuentemente, varias veces al día, Jesús se retiraba a orar,  prorrumpía en oración al Padre delante de los que le escuchaban. Por otra parte, los discípulos fueron testigos de noches enteras de oración, así como de las diarias madrugadas en las que el Señor se adelantaba y aseguraba su tiempo para la oración. Por eso se les antoja aprender a orar de Jesús.

Fue entonces cuando Jesús enseñó a sus discípulos el “Padre Nuestro”, la más maravillosa oración de todas las que ha habido o pueda haber. Recordemos que el “Ave María” también es oración evangélica, pues es tomada en gran parte del evangelio de san Lucas, con las palabras con las que el Arcángel Gabriel saludo a la Virgen y con las palabras con las que santa Isabel, Inspirada por el Espíritu Santo, saludó a María.

Hay otras oraciones que la Iglesia reza a diario y que conocemos gracias a la Virgen María, como la oración de Zacarías, en el momento de recuperar el habla al imponer el nombre a sui hijo (cfr. Lc 1, 68-79); como la oración de Simeón, al tomar al Niño Jesús en brazos, cuando María y José llegaron con él al templo para presentarlo al Señor (cfr. Lc 2, 22-32); y la propia oración de María, su magnificat, por las obras que el Poderoso realizó en ella en favor de todas las generaciones (cfr. Lc 1, 46-55). Estas oraciones superan a los salmos por proceder del Evangelio de Jesús, Evangelio vivo; así como por proceder también de María, a través de María o inclusive dirigida a María.

Todas estas oraciones son comunitarias, aunque las recitemos individualmente, pues pertenecen a la Iglesia, siendo su mejor espacio es la comunidad eclesial. Sobre todo el “Padre Nuestro” que recitamos dentro de cada misa antes de comulgar, ocupa su lugar más propio sobretodo en la Misa dominical, donde toda la comunidad lo recita al unísono en la casa de Dios.

La antífona de entrada del día de hoy, que debe recitarse cuando no hay canto de entrada, tomada del Salmo 67, dice: “Dios habita en su santuario; él nos hace habitar junto a su casa; es la fuerza y el poder de su pueblo”. El “Padre Nuestro” es una oración fraternal en la que confesamos la paternidad de Dios sobre nosotros y reafirmamos la necesaria hermandad entre nosotros.

Jesús nos invita a nosotros sus discípulos, a través de una parábola, a ser insistentes y perseverantes en la oración; no porque a fuerza de insistir vayamos a cambiar la voluntad de Dios, sino porque orando vamos a fortalecer nuestra voluntad para aceptar la del Señor, así como perseverando vamos a crecer en nuestra filiación.

El Señor presenta el ejemplo de un amigo que despierta a otro de su sueño.  Al levantarlo a él despierta a toda la familia, pidiéndole que abra la puerta y le dé unos panes porque acababa de llegar otro amigo de visita. Cabe decir que en aquellas pequeñas casas para abrir la puerta todos tenían que levantarse. Pues aunque ese amigo al principio se negaba a abrirle, finalmente accede por su insistencia. Con este ejemplo Jesús nos quiere enseñar que hasta los amigos necesitan a veces de nuestra insistente solicitud para acceder a brindarnos ayuda.

Posteriormente Jesús menciona el ejemplo de un padre a quien su hijo le pide alimento, a lo cual el padre de ninguna manera se lo va a negar. Dice Jesús: “¿Habrá entre ustedes algún padre que, cuando su hijo le pida pan, le dé una piedra? ¿O cuando le pida pescado, le dé una víbora? ¿O cuando le pida huevo, le dé un alacrán?” (Lc 11, 11-12). Cada ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios, por lo que cuando un hombre se convierte en padre entonces actuará a imagen y semejanza de nuestro buen Padre Dios.

Es por eso que la inmensa mayoría de nosotros, tenemos en nuestra memoria magníficas e imborrables imágenes de las muestras de amor de nuestro padre. Cada muestra de amor de un papá responsablemente cariñoso con su hijo, no es otra cosa que un destello de la Paternidad Divina. Dios nos sonríe, nos abraza, nos besa, nos alimenta en cada padre, cada abuelo, cada buen tío, cada buen sacerdote y toda persona que nos haga el bien.

Con esta segunda parábola, Jesús nos invita a ser como niños, tal como lo hace en otro pasaje (cfr. Mt 18, 3), pues los niños piden a sus padres el alimento que necesitan, y así nosotros, con la simplicidad de un niño, podemos decir: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Lc 11, 3).

Los invito a seguir rezando con la oración del VII Congreso Eucarístico Nacional:

Jesús, Señor de la vida y de la historia, gracias por la oportunidad que das al pueblo mexicano de celebrar un nuevo Congreso Eucarístico Nacional.

Queremos responder a la voz del Padre que nos dice: “Pueblo de Dios, levántate y come, el camino es largo”.
 
Gracias por llamarnos a ser tu pueblo, sobre todo cuando nos reunimos en torno a ti en la Sagrada Eucaristía.

Gracias por el pan de tu Palabra que nos dice: “¡Levántate! mi pueblo no puede estar postrado”.

Gracias, porque con tu Cuerpo y tu Sangre nos alimentas para ser pueblo peregrino siempre en marcha.

Señor Jesús, el camino de México se hace largo, son muchos los retos que tenemos por delante: respetar y promover la vida desde el seno materno; fortalecer a nuestras familias, para que se vayan conformando de acuerdo al plan de Dios; trabajar por una sociedad más justa; cuidar la casa común.

Por eso te pedimos, los que creemos que realmente estás presente entre nosotros, sobre todo en la Eucaristía, que recibamos abundantes gracias para que cada bautizado madure en la fe, fortifique su esperanza, y con caridad fraterna participe activamente en la construcción de tu Reino en nuestra Patria.

Que en el VII Congreso Eucarístico Nacional, cada Iglesia Particular de México, responda a tu llamada que nos dice: “Pueblo de Dios, levántate y come, el camino es largo”. Santa María de Guadalupe, esperanza nuestra, salva nuestra Patria y conserva nuestra fe. Amén.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán