Inicio Análisis político Columnista MPV Si lo haces, hazlo bien.

Si lo haces, hazlo bien.

El presente escrito es una protesta no silenciosa ante la mediocridad. Esa que nos hace perpetuarnos como personas y sociedad en una cómoda zona de confort, en lo conocido, que muchas veces, no es lo mejor. Es un llamado en letra alta a cambiar nuestras actitudes e indiferencia, y más aún las de violencia en cualquiera de sus formas. Una exhortación a hacer lo mejor que podamos en una situación dada, considerando y utilizando de manera creativa los recursos con los que contemos.

¿Qué sentido tiene ir por la vida “rumiando neciamente” o como se le conoce en lenguaje florido: quejándose al por mayor, de todo lo que “no está bien, sin hacer algo al respecto, y hacerlo bien?, ¿Qué caso tendría “hacer muchas cosas”, pero no realizarlas bien, con calidad?, ¿Acaso edifica en algo el señalar con el dedo los “pecados ajenos” (paja), sin ver los propios (viga), para distraer la atención de los más incautos? Estas y otras profundas interrogantes de vida, deberán ser respondidas en la intimidad de cada lector (a).

Cuando nos ocurre algún acontecimiento crítico, como un accidente, muerte de algún familiar, ruptura de las denominadas “amorosas” aunque si hubo ruptura es que no había amor en realidad, pérdida de trabajo o de carácter económico, entre múltiples dificultades que pueden presentarse en la vida contemporánea, sin enfatizar en el cada vez más evidente cambio climático con sus consecuentes desequilibrios y desastres naturales, rumores de guerra, violencia incrementada y maldad manifiesta (egoísmo personal versus generosidad y bondad), tenemos dos posibilidades de acción:

A)Ser una víctima quejosa, pasiva, que arrastra amargura y negatividad por doquier.

B)Ser una persona líder, pro-activa, que propicie el cambio y mejora en positivo desde su trinchera.

El hecho en sí, no variará. Pero el trayecto desde su ocurrencia hasta la superación de la crisis, puede ser más o menos difícil, dependiendo de lo que elijamos que sea nuestro punto de concentración. Las experiencias difíciles duelen: sí, y es además humano y comprensible que así sea. Pero uno puede elegir cuánto tiempo le dedicará al dolor, y cuánto a la recuperación.

El dolor ayuda a crecer, el sufrimiento en cambio implica regodearse en la herida, poniéndole más sal y limón, al gusto del cliente (masoquista por cierto en muchas ocasiones). Todos queremos “ser felices”, quien diga lo contrario, es probable que sea uno de los individuos que ayudaron a construir el DSM, el diagnóstico de psicopatología que es referencia para psiquiatras y psicólogos a nivel mundial. La cuestión es que la felicidad, no se encuentra en uno mismo, la auto-complacencia, el dinero, el poder, las relaciones, pues todo ello conduce a una “satisfacción temporal”, a un agua que quita momentáneamente la sed, pero esta reaparece y cada vez con mayor intensidad. La felicidad verdadera, y se los comparto con autoridad en materia, pues cambió por completo mi vida, radica en nuestra conexión personal con Dios, nuestro creador, siendo Jesús el centro que conduce a un mayor conocimiento del Padre, así como la meditación en las escrituras, la oración, el ayuno y el servicio a los demás. No hay amor más grande que el de Jesús por toda la humanidad.

Y él fue el primero en no ser religioso. Sólo amó, perdonó, instruyó, y enseñó un solo camino, verdad y vida, para que como personas ya no caminemos vacíos sino llenos del Espíritu Santo, en completa comunión con nuestro creador. Quien sigue el camino de Dios y camina con Dios, ya no volverá a sentir vacío alguno, y su gozo nadie se lo podrá quitar, pues lejos de ser un frenesí ocasionado por estímulos externos, es más bien una paz interior que sobre pasa todo entendimiento, aún en la más álgida de las tormentas. Dios nos dé cada día de Su sabiduría para entender la profundidad del legado de Jesús para nuestras vidas, y abrirle nuestro corazón para que instalado como el mejor y mayor de los huéspedes, el único de hecho, renueve nuestras mentes y transforme nuestras vidas. Cuando ello ocurre, nos movemos en una sintonía diferente: la del amor, y de manera natural comenzamos a hacer el bien, y a hacerlo bien, también.