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Tratar una y otra vez: para algunos centroamericanos EEUU abrió una puerta giratoria

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CIUDAD DE MÉXICO (Reuters) – Después de seis intentos de ingresar a Estados Unidos desde México durante dos meses y medio, el migrante guatemalteco Nicolás de 35 años enfrentaba la perspectiva del fracaso y regresar a casa con miles de dólares de deuda.

Pero en su séptima tentativa, ocultándose en un tren de carga en un viaje desgarrador de siete horas a Texas, lo logró.

Desde que la pandemia hundió la economía impulsada por el turismo de su ciudad, a orillas de un lago en Guatemala, se ha corrido la voz entre los centroamericanos que intentan ingresar a Estados Unidos que una vez que lleguen a la frontera pueden continuar intentándolo, día tras día, incluso si son rechazados las primeras veces.

Esta situación es una consecuencia involuntaria de una orden del expresidente Donald Trump para frenar la migración durante la pandemia del COVID-19. Hasta ahora, su sucesor Joe Biden la ha mantenido, pese a que los defensores de los derechos de los migrantes le piden que la suspenda.

Conocida como Título 42, la instrucción permite a los agentes fronterizos estadounidenses devolver rápidamente a adultos y familias centroamericanas al lado mexicano de la frontera, sin imponer las sanciones tradicionales para los que cruzan repetidamente, que pueden incluir tiempo en prisión o deportación a sus países de origen, miles de kilómetros al sur.

Para Nicolás, eso le dio chances para seguir intentándolo.

“Pensé: No puedo regresarme a Guatemala. Voy a luchar”, narró, recordando la promesa de mantener a sus tres hijos y su esposa. Había utilizado la tierra que posee como garantía para pagar el viaje.

“Si me regreso a Guatemala (…) voy a perder todo”. Nicolás habló con la condición de usar sólo su primer nombre porque no tiene estatus legal en Estados Unidos.

Los repetidos cruces han contribuido al aumento de las detenciones de migrantes en la frontera mexicano-estadounidense, hasta el nivel mensual más alto en 20 años durante los últimos dos meses.

Este pico en los cruces se suma a las complicaciones que enfrenta el gobierno de Biden, mientras intenta diseñar políticas fronterizas más humanas bajo la presión de los opositores republicanos y algunos demócratas por su manejo de la inmigración.

Los funcionarios de Biden han dicho que pondrán fin a este uso sin precedentes del Título 42, un código de salud preexistente, cuando los Centros para el Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) señalen que es seguro ponerle fin. No han proporcionado un cronograma.

La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés) devolvió a 94,082 adultos solteros en abril bajo el Título 42, en comparación con 14,200 del mismo mes de 2020 cuando la política se acababa de aplicar y los cierres pandémicos habían restringido severamente el movimiento de migrantes.

Casi el 30% de las personas detenidas en la frontera el mes pasado habían cruzado repetidamente, afirmó un portavoz de CBP, en comparación con el 7% del año fiscal 2019.

“Si el objetivo es la gestión fronteriza, el Título 42 no está funcionando”, dijo Aaron Reichlin-Melnick, asesor de políticas del Consejo Estadounidense de Inmigración, que aboga por los migrantes en el país norteamericano. “Ha llevado a más personas a cruzar la frontera más veces”.

La CBP ha dicho que la orden tiene como objetivo prevenir infecciones al reducir la cantidad de migrantes reunidos en los centros de detención, y algunos legisladores republicanos la han apoyado para el control de la migración.

“La administración Biden ha dejado claro que mientras reconstruimos nuestro sistema de inmigración, la gente no debe hacer el peligroso viaje”, dijo un funcionario de la Casa Blanca. “No hay ningún cambio en la política en este momento”.

“POR NECESIDAD”

Nicolás intentó emigrar a Estados Unidos dos veces en 2019, pero fue deportado a Guatemala en ambas ocasiones.

Para cubrir la tarifa de aproximadamente 12,000 dólares que le cobraron los traficantes de personas por las dos tentativas, perdió el pequeño pedazo de tierra que había heredado de su madre y su casa de dos habitaciones.

Cuando ocurrió la pandemia, perdió su trabajo conduciendo turistas a las selvas y volcanes que rodean el lago Atitlán. Se dedicó a cuidar los cultivos y recolectar leña para alimentar a su hijo de 10 años y a sus dos hijas, de siete y uno, y reunió el valor para probar otro viaje a Estados Unidos.

Esta vez, Nicolás obtuvo un préstamo bancario con la tierra de su esposa como garantía y reunió 13,000 dólares para pagar nuevamente a un contrabandista.

Con él viajaban ocho jóvenes de su ciudad natal San Pedro la Laguna, donde la lengua indígena local es el tz’utujil. Llegaron a Nuevo Laredo, frente a la frontera con Texas en enero.

En el primer intento de Nicolás de cruzar el Río Grande, trató de alejarse de los agentes fronterizos nadando, temiendo la deportación. Los agentes lo atraparon de todos modos y lo dejaron en el puente internacional en minutos.

Transmitió la noticia a su hermano en casa, quien explicó a Reuters cómo comenzó a correr la voz de este nuevo método para cruzar la frontera.

Nicolás reveló que los contrabandistas que contrató se ofrecieron a ayudarlo a cruzar tantas veces como fuera necesario durante tres meses, pero le cobrarían cerca de 2,600 dólares por otros tres meses de sus servicios.

Después de que lo agarraron otras cuatro veces tratando de cruzar el río, los contrabandistas probaron una nueva táctica.

Lo llevaron con otros migrantes al desierto para esperar un tren de carga que se dirigía a Texas. Después de cinco días con poca comida y agua, el tren llegó una madrugada. Nicolás se ocultó en una ranura encima de las ruedas y soportó el viaje de siete horas a ciudad Agua Dulce, en Texas.

Fue capturado junto al grupo cuando un dron alertó a los agentes de migración de su llegada, relató, y una vez más lo devolvieron a México. Por segunda vez, se aferró al fondo del polvoriento tren de carga para llegar a Texas. Esta vez, tuvo suerte.

Nicolás vive ahora en Houston y hace trabajos de construcción fuera de una tienda Home Depot, lo que le ayuda a enviar a casa parte de su salario de 100 dólares al día. Cada semana, su esposa hace depósitos para saldar la deuda de su marido.

El inmigrante indicó que espera, en unos años, volver con su familia. “Los extraño mucho, pero es por una necesidad que yo vine aquí”, confesó.