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Volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad

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HOMILÍA

DOMINGO DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD

LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

Ciclo C

1 Sam 1, 20-22. 24-28; 1 Jn 3, 1-2. 21-24; Lc 2, 41-52.

 

“Volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad” (Lc 2, 51).

 

                In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal te domingo tu’ux k’iinbejsik ‘la sagrada Familia de Nazaret’. Kin páatik ka’a u láaklo’on iliik familia uts’be’enil, kex yáan balo’ob má malobil kuxtalo’on. Jesús kuxlaji’ yéetel u Familia 30 ja’abo’ob, chen óoxp’éel ja’ab tu bisaj u Ma’alob Péektsil Ajawil Dios. Lela’ tu ye’esaj u k’a’analil Familia.

 

 

                Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en esta solemnidad de la Sagrada Familia, dentro de la Octava de Navidad. Recordemos que la Navidad es una fiesta tan grande para nosotros, que nos preparamos con cuatro domingos de anticipación, y luego la prolongamos durante una octava, para después continuar con el Tiempo de Navidad, dentro de la cual cae la solemnidad de la Epifanía y que luego culmina con el Bautismo del Señor.

 

                Este pasaje, escuchado con la mentalidad actual, puede escandalizar a varios, sobre todo a muchas mujeres. Incluso les parece hoy que los alumnos que ingresan al Seminario Menor a los quince años son demasiado pequeños para tomar esa decisión. La verdad es que la Palabra de Dios en la Biblia, así como la experiencia de la vida de la Iglesia nos trae numerosos ejemplos de menores de edad muy avanzados en el camino de la santidad y en la madurez de una vocación. De todos modos, el llamado del Señor es siempre un misterio, incomprensible a la sola luz de la razón, y que sólo a la luz de la fe se puede alcanzar. La madurez humana se queda muy pequeña frente al misterio de la vocación y de la fe de quien siente el llamado de Dios.

 

                Si Ana deseó tanto a su hijo, ¿cómo es que ahora se deshace de él? Lo que pasa es que Ana comprendió que ese niño le pertenecía al Señor, por lo que libremente se lo quiso consagrar. Además, ella junto con su esposo Elcaná, visitaba a su hijo y le llevaba las túnicas que le confeccionaba. En realidad, al entregarlo, no lo perdieron, pues siguió siendo su hijo.

 

                En cambio, la santísima Virgen María tuvo a su Hijo Jesús en casa durante treinta años, antes de que iniciara su vida pública. Muchos han tratado de llenar esos treinta años de vida oculta de Jesús con historias fantásticas de extraterrestres o de viajes de Jesús para ilustrarse con grandes maestros, pero la verdad es que, siendo niño, tanto como joven, Jesús llevó una vida tan normal junto a María y junto al señor san José, que hasta la gente lo conocía como “el Hijo del Carpintero”. Esos treinta años de Jesús viviendo con su familia en Nazaret son un enorme evangelio, un gran mensaje de Dios sobre el valor de la familia.

 

                Aquel niño, Samuel, creció en el templo y un poco después recibió el llamado del Señor. Luego se convirtió en el gran juez y profeta que condujo al pueblo de Israel, alrededor del año 1000 A. C. A él le tocó ungir a Saúl como el primer rey del pueblo, y posteriormente a David, de cuya descendencia vendría el señor san José. Así Samuel está ligado al antepasado de la familia de Jesús.

 

                El ejemplo de Ana y Elcaná nos recuerda el valor que tiene la maternidad ante Dios, tanto como para la humanidad, resaltando también la importancia de la vida en familia. Cuántos esposos hay que no han podido concebir un hijo, y cuántos hijos hay que no tienen padres. Recordemos que tener hijos es un don de Dios, no un derecho humano; en todo caso, son los niños los que tienen derecho a tener papá y mamá, no al revés.

 

                Nadie vaya a creer que el niño Samuel sufrió en el templo. Que nadie diga: “pobres seminaristas que están encerrados”, o “pobres jovencitas en los conventos”; porque Samuel fue muy feliz, como son felices los seminaristas y las monjitas. En ellos se cumple plenamente el Salmo 83 que hoy proclamamos: “Señor, dichosos los que viven en tu casa”.

 

                Todo aquel que vive en la gracia de Dios, siempre se siente en su presencia, por eso decimos también en el salmo: “Dichosos los que encuentran en ti su fuerza y la esperanza de su corazón”. Los que creemos esperamos el cielo como un lugar de dicha eterna junto a Dios, y proclamamos también: “Mi alma se consume anhelando los atrios del Señor”.

 

                La segunda lectura, tomada de la Primera Carta del Apóstol san Juan nos dice que el nacimiento de Dios en carne humana es la muestra de amor más grande de Dios por la humanidad, pues esto nos convierte a todos los creyentes en sus hijos. La única doble condición para ser en verdad hijos de Dios, es creer en Jesucristo y amar a nuestros hermanos.

 

                El santo evangelio del día de hoy nos trae la narración de san Lucas contando la ocasión en la que María y José perdieron al niño Jesús, cuando “al tercer día lo encontraron en el templo sentado en medio de los doctores de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas” (Lc 2, 46). De este pasaje podemos sacar algunas enseñanzas. La primera de ellas es el deber de los padres de familia de acercar a sus hijos a Dios, como lo hacían María y José, que cada año iban a las fiestas de Jerusalén, así como cada sábado acudían a la sinagoga de su pueblo.

 

                Es muy tonta la idea de aquellos padres que dicen que van a esperar a que sus hijos crezcan, para que luego ellos escojan su propia fe en libertad, porque si ellos no les comparten su fe, serán otros los que vengan a adoctrinarlos en diferentes creencias. Sin darse cuenta, la televisión, las redes sociales, las amistades y hasta en la escuela, se van transmitiendo modos de ver la vida y de creer o no en mil cosas. Los padres de familia tienen el derecho-deber de educar a sus hijos de acuerdo a su fe y sus principios; así cuando el niño crezca, podrá asumir libremente sus convicciones.

 

                Por otra parte, María y José tuvieron que aprender por esta experiencia tan dura, que los niños son ante todo hijos de Dios y no propiedad de los padres; por supuesto, mucho menos son propiedad del gobierno o de alguna otra institución.  Con mayor razón, Jesús debe recordarles a María y José que él tiene que ocuparse de las cosas de su Padre.

 

                Hoy en día, en México y en otros países circulan algunas ideas muy peligrosas, de los que quieren promover la emancipación de los hijos todavía menores de edad, para que tengan una libertad absoluta en decidir, aún sobre temas tan trascendentes y delicados como los sexuales. Los padres de familia tienen, por naturaleza, el derecho-deber de la educación de sus hijos, y es contra ese derecho-deber que algunos quieren atentar. Hay que tener cuidado y estar muy despiertos para que unos cuantos legisladores no vayan a querer imponer algo contrario a la naturaleza y contrario a la verdadera voluntad del pueblo.

 

                Este momento en la vida de la Sagrada Familia fue algo excepcional, pues Jesús siempre fue muy obediente y respetuoso a sus padres en la tierra. Obedeciendo a María y a José, el Niño estaba en realidad obedeciendo al Padre. La obediencia a Dios está por encima de cualquier autoridad humana. Ordinariamente, a Dios lo obedecemos cuando lo hacemos con nuestros padres, con nuestros mayores, nuestros maestros y con cualquier otra persona que sea superior a nosotros en autoridad. Después de este episodio, Jesús siguió sujeto a la autoridad de sus Padres. Sin obediencia y amor no hay unidad familiar.

 

                María y José no entendieron la respuesta de su Hijo, y dice el pasaje que María conservaba en su corazón todas aquellas cosas. De esto debemos aprender que hay y también habrá muchas cosas que nos sucedan, que no vamos a comprender, pero si las guardamos, a su tiempo el Señor nos aclarará todo. No seamos desesperados, hagamos como los niños pequeños que de la mano de sus padres pueden caminar seguros.

 

                De nuevo, ¡feliz Navidad! ¡Sea alabado Jesucristo!

 

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán

 

 

 

 

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