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Y nosotros, ¿Qué tenemos qué hacer?

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16 de diciembre de 2018

HOMILÍA

III DOMINGO DE ADVIENTO,

GAUDETE”.

Ciclo C

Sof 3, 14-18; Flp 4, 4-7; Lc 3, 10-18.

Y nosotros, ¿Qué tenemos qué hacer?” (Lc 3, 14).

Ki’óolal lake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Le oksaj óol yéetel le páajtal óolo’ob k’aabet u ki’imak óolko’on mantads. Ko’one’ex bisik ki’imak óolal ti’ le mejen palalo’obo’, ch’i’ijano’ob yéetel ti’ tuláakal le máaxo’ob k’aabeti’ob.

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este tercer domingo del tiempo del Adviento.

Hoy comienza el novenario de las posadas, una tradición muy mexicana con la que los primeros evangelizadores enseñaron a nuestros antepasados la triste experiencia que vivieron José y María buscando un lugar dónde naciera el Hijo de Dios. Deberían ser días de rezo del santo Rosario, de cantar la petición de posada, para luego realizar un pequeño convivio de alegría por recibir al Señor. Hoy nos faltan días en el calendario de diciembre para hacer posadas con cada grupo de familiares y amigos. Lamentablemente muchas de las así llamadas posadas, son en realidad fiestas donde hay de todo, menos oración y alegría navideña.

Este domingo corresponde encender la vela de color rosa en la corona de adviento y tal vez veamos al sacerdote vestido con ornamentos también rosa. Ante todo, nos toca mantenernos entusiastas y compartir la alegría que significa este color de rosa.

Nuestra alegría debe ser profunda, fincada en la fe y en la esperanza, pero sobre todo, arraigada en el amor que sabemos que Dios nos tiene y que nos esforzamos por corresponder. Compartir la alegría durante las fiestas con nuestros familiares y amigos es algo relativamente fácil, que cualquiera lo hace, incluso hasta los que no creen o los que se olvidan de a quién celebramos en la Navidad, sólo festejando por festejar.

Hagamos nuestra la tarea de alegrar a los niños que, aunque por naturaleza se divierten y les gusta jugar, hay muchos que viven una infancia que les ofrece pocos motivos de gozo. La Navidad nos da la oportunidad de alegrar al Niño Jesús que nos espera en cada niño pobre, en cada niño enfermo, en cada niño abandonado o angustiado. Alegremos a los niños necesitados a la vez que procuremos el gozo de los de nuestra familia con regalos y golosinas; llevémoslos a ellos también al encuentro de los que tienen más necesidades, para así suscitar en nuestros niños un auténtico corazón navideño.

Los ancianos tienden naturalmente a la depresión y a la tristeza. Qué bueno sería que nos organicemos para ir a los asilos donde hay tantos abuelitos abandonados, sin nadie que los vaya a ver; pues aunque sí los visitaran, nunca es suficiente por su gran necesidad de afecto. Llevémosles la alegría de la Navidad a todos ellos, con posadas, regalos y cánticos. Tampoco descuidemos a los ancianos que aunque no habiten en un asilo, viven en la soledad de su propio hogar. Por su puesto, llevemos el entusiasmo a nuestros propios abuelos de sangre.

Llevemos alegría a los enfermos, a los presos, a los pobres y a todos los que viven en soledad, esa es una tarea cristiana para todo el año, pero que especialmente no debe faltar en el tiempo de Navidad.

La primera lectura de hoy tomada del Libro del profeta Sofonías, nos dice cómo el pueblo de Dios era llamado a la alegría: “Canta, hija de Sion, da gritos de júbilo, Israel, gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén”(Sof 3, 14). Es pues un llamado a todos y cada uno de los miembros del Pueblo de Dios de todos los tiempos, para vivir exultantes de gozo. Nadie se excluya de esta alegría. Al mismo tiempo, nos muestra a un Dios feliz pues: “Él se goza y se complace en ti; Él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta” (Sof 3, 18). No basemos nuestra alegría en las cosas materiales o en los placeres mundanos, ya que muchos lo hacen así en estos días y no hay nada más alejado que esto, del espíritu navideño.

El apóstol san Pablo en la segunda lectura, también exhorta a los filipenses a gozar de su vida cristiana diciéndoles: “Alégrense siempre en el Señor; se lo repito: ¡alégrense!” (Flp 4, 4). Esa alegría viene de no inquietarse por nada, por vivir en paz y siempre agradecidos con Dios. Los amargados al contrario, si son medio creyentes, sólo creen para tener alguien a quien culpar de sus desgracias y para estarse quejando de lo que no tienen. Si escuchamos esta Palabra como lo es, como Palabra viva de Dios, aceptemos la invitación de san Pablo a estar siempre alegres en el Señor.

En el santo evangelio según san Lucas, aparece como siempre en este tercer domingo de Adviento, la persona de san Juan Bautista, llamando a todos a prepararse a la venida del Mesías. Juan no pide que todos hagan lo que él hace: no pide que la gente se vaya a vivir al desierto como él, ni que vistan piel de camello como él, ni que se alimenten de saltamontes y miel silvestre como él, ni que se dediquen a predicar como él. Cada uno tiene su propia vocación y si se nos ocurre hacer cosas semejantes a las que hacía Juan, podemos caer en extravagancias de algo que no es auténtico, por no venir de Dios.

La gente quería saber cómo habría de prepararse y el Bautista les iba contestando a cada uno según su estado de vida y su oficio, qué es lo que debía hacer. Una cosa es lo que Dios espera de cada uno según su estado de vida y otra cosa es lo que Dios espera de ti en lo particular.

En general la invitación es para todos a ser solidarios y compartidos: “Quien tenga dos túnicas, que dé una a quien no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo” (Lc 3, 11). Este llamado es también para todos nosotros: Navidad es solidaridad, compasión y misericordia.

A los publicanos que le preguntaban, les decía que no cobraran más de lo establecido; a los soldados les decía que no extorsionaran a nadie, que no hicieran denuncias falsas, que se contentaran con su salario. No tengamos miedo de preguntar también nosotros, a nuestro confesor, a nuestro director espiritual, a nuestros padres y abuelos, a nuestros amigos íntimos, pero sobre todo preguntemos al Señor en la oración: “Y yo, ¿qué tengo que hacer?”.

En la actualidad ¿qué les diría Juan a nuestros gobernantes?, ¿qué a los hombres de empresa?, ¿qué a los clérigos?, ¿qué les diría a los casados y qué a los solteros?, ¿qué les diría a los jóvenes y qué a los adultos? Puede ser que alguien se alegre de que no haya el día de hoy un Juan Bautista que nos diga a cada sector lo que nos corresponde. ¡Ah!, pero sí hay un Papa Francisco que no tiene “pelos en la lengua” y que sabe llamar a las cosas por su nombre; tenemos en él a un verdadero líder que, como se dice vulgarmente, “no deja títere con cabeza”; tenemos alguien tan auténtico, sencillo y directo que sabe llegar incluso a quienes no pertenecen a la Iglesia.

Seguramente habrá muchos otros pastores en la Iglesia, maestros en las escuelas u otras personas que nos ayuden a darnos cuenta de lo que tendremos que hacer para prepararnos a vivir digna y cristianamente la Navidad. Ante todo, es el Espíritu Santo el que hoy, como siempre, está dispuesto a conducir a los que se lo permitan por los caminos de Dios hacia el Pesebre.

Que tengan todos muy felices y cristianas posadas. Les recomiendo que no vayan a “posadas” donde no se reza ni se medita; y si van, ayuden a llamar de otro modo a esas fiestas, que tienen más de pagano que de cristiano.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán