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Dios es tu fortaleza o cuando los padres entierran a los hijos

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Nadie tiene comprada la vida. En un suspiro, podemos dejar de existir en esta tierra y sin previo aviso. Nos aferramos como especie a la idea de hacer planes para el futuro, sin considerar que hoy podría ser nuestro último día. El partir siempre es un desafío para los que se quedan, pues no saber qué ocurre tras el umbral del más allá, aunado a la nostalgia por el ser querido, es un reto doble. Pero en el caso de padres que pierden a un hijo, el dolor es más profundo. Los hijos son por lo general, quienes entierran a los padres, pero ver morir a un hijo, no es algo natural. En días pasados, una pareja de esposos en Yucatán, perdió a su hija, una bella niña menor de 5 años. El padre, de manera por completo accidental, echó su automóvil de reversa, y no se percató que la niña estaba en su camino. La madre, quería suicidarse. El padre, estaba destrozado y atribulado por el sentimiento de culpa. Ellos, son cristianos. Un amigo pastor de la Iglesia de Dios de la Profecía, dio el aviso a través de uno de mis grupos de whatsapp al que le invité a participar, pidiendo oración e intercesión por consuelo, fortaleza y paz, para la pareja.

La situación anterior me recuerda a lo vivido por el rey David, quien perdió a su primer hijo a los siete días después de su nacimiento. Aunque no fue por un accidente, también aplica para ese caso. Veamos y reflexionemos acerca de las acciones y reacciones de David, un varón conforme al corazón de Dios, y permitamos al Espíritu Santo que nos brinde enseñanza y consuelo a través de lo escrito en 2 Samuel 12:16-23 (RVR1960):

16 Entonces David rogó a Dios por el niño; y ayunó David, y entró, y pasó la noche acostado en tierra. 17 Y se levantaron los ancianos de su casa, y fueron a él para hacerlo levantar de la tierra; mas él no quiso, ni comió con ellos pan. 18 Y al séptimo día murió el niño; y temían los siervos de David hacerle saber que el niño había muerto, diciendo entre sí: Cuando el niño aún vivía, le hablábamos, y no quería oír nuestra voz; ¿cuánto más se afligirá si le decimos que el niño ha muerto? 19 Más David, viendo a sus siervos hablar entre sí, entendió que el niño había muerto; por lo que dijo David a sus siervos: ¿Ha muerto el niño? Y ellos respondieron: Ha muerto. 20 Entonces David se levantó de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambió sus ropas, y entró a la casa de Jehová, y adoró. Después vino a su casa, y pidió, y le pusieron pan, y comió. 21 Y le dijeron sus siervos: ¿Qué es esto que has hecho? Por el niño, viviendo aún, ayunabas y llorabas; y muerto él, te levantaste y comiste pan. 22 Y él respondió: Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo: ¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño? 23 Más ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, más él no volverá a mí”.

En primer lugar, David oró fervientemente y ayunó, es decir, hizo todo lo que pudo en el momento. En segundo lugar, cuando entendió por las reacciones de los demás que el niño había muerto, tuvo una revelación: ya no podía hacer algo más, siendo esa la voluntad de Dios, y parte de un propósito mucho mayor del que podía ver en el momento, debido al totalmente comprensible dolor. Así que contrario a lo esperado, se levantó, se lavó, ungió, cambió sus ropas, y siguió adelante, pero con una esperanza, que quizá para muchos fue considerada “locura”… Dicha locura y ¡Gloria a Dios por ella!, se manifestó en tercer lugar, al David saber que se reencontraría con su hijo en el futuro, pues dice textual: “Yo voy a él, más él no volverá a mí”. Ese es el poder de la fe, que es “La certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1 RVR1960). Y tú ¿crees en la vida eterna a través de la fe, pero no de cualquier tipo, sino en Jesucristo, el único autor y consumador de la misma? Si nuestra mirada se centra en la esperanza de vida eterna junto al Padre, como una promesa dada a quienes creemos en el Hijo, nuestro espíritu y alma se llenan de un consuelo que va mucho más allá que cualquier humana palabra o ayuda terapéutica que profesional alguno pudiera brindar. Aunque es valioso buscar orientación para atravesar el periodo de duelo, el vacío que queda en los padres, no puede ser llenado en absoluto más que con la esperanza del reencuentro futuro con el hijo, por la fe en Jesucristo. Sin embargo, mientras se atraviesa en medio de esta tierra, el vacío, la nostalgia, la depresión, y otros enemigos de la mente, donde se libran las peores batallas, pueden no sólo hacer acto de presencia, sino estar lacerando cada día de manera intermitente a quienes finalmente somos presas de este cuerpo, de naturaleza caída. Ante ello, puede ser revelador centrarnos de nuevo en David, quien entró en la casa de Jehová y adoró, entregando todo dolor a Dios. La capacidad de adorar y honrar a Dios en tiempos de crisis y pruebas, es como en el caso de Job, quien también perdió a sus hijos, una manifestación contundente de que nos hemos rendido completamente a la voluntad de Dios. Y Él siempre tiene un propósito, aún en medio del dolor. En Job 1:18-22 (RVR1960), puede verse la actitud de Job ante su pérdida: “18 Entre tanto que éste hablaba, vino otro que dijo: Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa de su hermano el primogénito; 19 y un gran viento vino del lado del desierto y azotó las cuatro esquinas de la casa, la cual cayó sobre los jóvenes, y murieron; y solamente escapé yo para darte la noticia. 20 Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró, 21 y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito. 22 En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno”. Pueden notarse similitudes en las acciones de estos dos hombres de Dios: ambos adoraron a Dios en medio de la crisis. Ninguno juzgó a Dios, le reclamó o blasfemó su santo nombre. Sino que al contrario, sabían que existía un propósito tras estas pérdidas, inconmensurablemente difíciles sí, e inimaginables desde el punto de vista humano, por supuesto, pero decidieron aferrarse a una esperanza de vida eterna, y ello no sólo les consoló en esta tierra, sino que también, les dio paz que sobrepasa todo entendimiento, y gozo al caminar en este mundo, pues sabían que sólo era cuestión de tiempo, el reunirse de nueva cuenta con sus seres queridos…Y mientras se cumplía la promesa, eligieron adorar a Dios cada día de sus vidas, hasta su último suspiro. Y tú ¿qué elegirás?…