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El fin no justifica los medios

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El autor de la grotesca política que condujo a ese punto había
usurpado la presidencia de Estados Unidos en las elecciones de
noviembre del 2000, mediante fraude electoral en el estado sureño de la
Florida donde se decidió la contienda.

Después de usurpar el poder, W. Bush no solo arrastró al país a una
política de guerra, sino que dejó de suscribir el Protocolo de Kyoto,
negando al mundo durante 10 años, en la lucha por el medio ambiente, el
apoyo de la nación que consume el 25 por ciento del combustible fósil,
lo que puede ocasionar a la especie humana un daño irreparable. Ya el
cambio climático está presente en el incremento mundial del calor, que
los pilotos de aviones ejecutivos pueden observar a través de los
tornados de creciente fuerza que se forman desde las primeras horas de
la tarde en sus rutas tropicales y pueden ser motivo de peligro para
sus modernos Jets. Están todavía por conocerse las causas del accidente
del avión de Air France que se desintegró en pleno vuelo.

Nada sería comparable con las consecuencias del descongelamiento de
la enorme masa de agua acumulada sobre el continente antártico, sumada
a la que se derrite sobre Groenlandia. Mi punto de vista acerca de la
responsabilidad que cae sobre Bush, lo sostuve en reciente encuentro
con el cineasta norteamericano Oliver Stone al comentarle su filme: W, referido al penúltimo Presidente de Estados Unidos.

Me
limito a señalar que después de los errores y horrores políticos de
George W. Bush, el ex vicepresidente Cheney, que fue su consejero,
enarbola la idea de que las torturas ordenadas a la CIA para obtener
información estaban justificadas por cuanto salvaron vidas
norteamericanas gracias a la información obtenida por esa vía.

Desde luego que no salvó las vidas de los miles de norteamericanos
que murieron en Iraq, ni las de casi un millón de iraquíes, ni los que
en número creciente mueren en Afganistán. Tampoco se sabe cuáles serán
las consecuencias del odio acumulado por los genocidios que se están
cometiendo o pueden cometerse por esas vías.

Se trata, entiéndase bien, de un problema elemental de ética política: el fin no justifica los medios. La tortura no justifica la tortura; el crimen no justifica el crimen.

Tal principio se debatió y se sostuvo durante siglos. En virtud de
él la humanidad ha condenado todas las guerras de conquista y todos los
crímenes cometidos. Es de suma gravedad que el más poderoso imperio y
la más colosal superpotencia que haya existido nunca proclame tal
política. Más preocupante aún no es solo que el ex vicepresidente y
principal inspirador de tan pérfida política la proclame abiertamente,
sino que un elevado número de ciudadanos de ese país, tal vez más de la
mitad, la apoye. En ese caso, sería una prueba del abismo moral al que
puede conducir el capitalismo desarrollado, el consumismo y el
imperialismo. De ser así, debe proclamarse abiertamente y pedir opinión
al resto del mundo.

Pienso, sin embargo, que los ciudadanos más conscientes de Estados
Unidos serán capaces de librar y ganar esa batalla moral a medida que
comprendan la dolorosa realidad. Ninguna persona honesta en el mundo
desea para ellos, o cualquier otro país, la muerte de personas
inocentes, víctimas de cualquier forma de terror, venga de donde venga.

Septiembre 2 de 2009

7 y 34 p.m.