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El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante

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HOMILÍA  V DOMINGO DE PASCUA

Ciclo B

Hch 9, 26-31; 1 Jn 3, 18-24; Jn 15, 1-8.

 

“El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante” (Jn 15, 5).

 

                In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ táan u dso’okol u k’iinilo’ob Seminario way Yucatán. Dios bóotik ti’olal tuláakal le siibal táj dsa’ex yéetel ti’olal tuláakal a payalchi’ex. K’áase’exe’ le Seminario k’áabete’ex mantads. Bejla’e’ Jesús, yéetel u kéet t’aanilo’ob le vid, ku ya’alik to’one’ Leti’e’ vid yéetel u Taata’ leti’e’ máax pak’ik le uva. To’one’ u k’uko’on yéetel u k’ábo’onche’ yeetel Leti ku páatko’on u ti’al k-dsáik ich. K’ábeet xan úuyik u láaklo’on u t’áan k túukule’ex.

 

                Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor resucitado, en este quinto domingo del Tiempo de Pascua.

 

                Hoy escuchamos en la primera lectura, tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles, cómo Pablo fue aceptado en la Iglesia de Jerusalén, luego de su conversión. Al llegar a la Ciudad Santa, los demás discípulos le tenían desconfianza por su historial de perseguidor de los miembros de la Iglesia. Sin embargo, Bernabé lo presentó a los Apóstoles y les dijo cómo Pablo había encontrado a Jesús en el camino, y cómo había predicado con tanto valor en Damasco.

 

                Desde entonces lo aceptaron bien, pero pronto se metió en problemas porque él predicaba abiertamente sobre Jesús, pues “hablaba y discutía con los judíos de habla griega y éstos intentaban matarlo” (Hch 9, 29). Esta lectura nos enseña cómo todo hombre tiene, con la gracia de Dios, posibilidad de cambiar; para que no etiquetemos a nadie y tengamos siempre esperanza en la conversión de las personas, por difícil que nos parezca.

 

                Por otra parte, vemos que el carácter apasionado de Pablo, así como lo llevaba antes a perseguir a los discípulos, ahora lo mueve a discutir con los judíos de habla griega, ganándose el atentado de muerte. Con esto entendemos que cualquier carácter, aún si es fuerte, sirve para la causa del Reino. Aceptémonos unos a otros con el carácter de cada uno.

 

                En la segunda lectura el apóstol san Juan, en su Primera Carta, nos da una síntesis maravillosa del compromiso cristiano. Dice: “Hijos míos: No amemos solamente de palabra, amemos de verdad y con las obras” (1 Jn 3, 18). El compromiso cristiano consiste en corresponder al amor de Dios, con nuestro amor a Él por sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos. Pero no basta decir que amamos, ni siquiera basta decir que sentimos amor, pues el amor verdadero se demuestra en las obras de solidaridad con nuestro prójimo.

 

                San Juan hace referencia al juicio de nuestra conciencia, sabiendo que Dios está por encima de ella. Sin embargo, la conciencia es como una alarma que Dios nos ha regalado, la cual, si no le hacemos caso, termina por ya no recriminarnos nada. Alguien se puede acostumbrar hasta a matar, cayendo en la total inconciencia de su culpa.

 

                Lo mismo le puede suceder a quien cometa corrupción, ya que puede auto justificarse debido a que su conciencia ha sido totalmente adormecida. Lo mismo le puede suceder al que abusa de las mujeres o de los menores, hechos que a todos nos deben parecer monstruosos y perturbadores, pero no habiendo conciencia, viene fácilmente la autojustificación para quien lo practica. Igual le puede suceder a quien miente o a quien critica, si ignorando su conciencia ve natural todo lo que dice y hace, y hasta se justifica pensando: “Es que todos lo hacen”. Quien pierde la conciencia termina por deshumanizarse.

 

                Hoy está de moda pensar que cada quien tiene su verdad; pero la verdad para ser auténtica es solamente una. Si hacemos caso a nuestra conciencia comenzamos a no falsear nuestra verdad; la verdad de lo que somos, decimos y hacemos. Ahora que hemos celebrado el Día del Niño, recordemos lo importante que es enseñar al niño a escuchar su conciencia, a seguirla educando para que no nos engañe, para distinguir con claridad entre el bien y el mal, para decidirnos por el bien, aunque nos cueste.

 

                Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios, y amarlo, nos ha de llevar al cumplimiento de sus mandamientos. Cumpliendo los mandamientos Dios permanece en nosotros y nosotros en Él. En esto consiste estar en gracia de Dios.

 

                A propósito de “permanecer”, ese es el tema del evangelio de san Juan, en la alegoría de la vid, que Jesús propone a sus discípulos en el pasaje de hoy. Jesús se presenta a sí mismo como una planta de uvas, es decir, una vid, planta a la que no estamos acostumbrados en esta región. La vid se ha cultivado tradicionalmente en Parras de la Fuente, Coahuila y en Baja California, pero hoy en día se cultiva en trece estados más en nuestra República Mexicana, pues lo mismo ha crecido el consumo del vino entre los mexicanos.

 

                Jesús es la Vid y su Padre es el Viñador. Nosotros somos los sarmientos, es decir, las ramas. Es lógico que la rama tenga fuerza para dar fruto mientras esté unida el tronco de la vid. Es ahí donde Jesús nos invita a estar unidos a él para dar fruto, pues la rama que está separada de la vid se seca y no da más fruto, y una vez que se ha secado se arroja al fuego. Así tenemos toda una alegoría de la vida cristiana.

 

                Si tomamos en serio esta alegoría de la vid, y ojalá que así sea, nos daremos cuenta de que la vida cristiana no consiste solamente en evitar el mal, sino que, en positivo, significa hacer el bien. Con esta alegoría podemos hacer nuestro examen de conciencia analizando cuáles son mis frutos, cuántos y de qué calidad son estos frutos. Podemos pensar en el impacto positivo que mi vida ha causado en los demás; no cuánto tengo y hasta dónde he escalado, sino qué he hecho de provecho para mis hermanos, en la familia, en la Iglesia y en la sociedad.

 

                Al pensar en el proceso electoral, al hacer nuestro discernimiento para votar, podemos pensar, no tanto en lo bonito que habla el candidato y las cosas que ofrece y promete, sino en la trayectoria de su vida, en los frutos que ha dado en beneficio de los demás.

 

                Tal vez nos puede cuestionar que conozcamos alguna persona que no frecuenta la Iglesia o que ni siquiera se tiene por creyente en Dios, y sin embargo sea una persona de buena conducta, respetuosa y honrada con los demás, solidaria con todos los necesitados y que no hace ningún daño a nadie. Si esas personas obedecen a su conciencia recta, sin darse cuenta, están obedeciendo a Dios, que está presente en toda conciencia humana. Siempre es Dios el que provee la buena savia para que las personas den buenos frutos y frutos abundantes. 

 

                Hoy concluye la semana de nuestro Seminario de Yucatán, que está celebrando 270 años de su fundación. Se impone una inmensa gratitud para con todas las personas que, movidas por su fe, aman a los seminaristas y oran intensamente por su perseverancia y santificación. Gracias a todos por sus donativos con motivo de esta colecta extraordinaria, y no se olviden de que todo el año necesitamos de su colaboración y de su oración.

 

                Estamos viviendo años de “vacas flacas”, pues hay muy pocos seminaristas en formación dentro del Seminario. Los tiempos actuales con esta cultura tan alejada de Dios no son un terreno óptimo para que surjan vocaciones. En sintonía con los Padres Formadores del Seminario, yo les he indicado que no nos debe ganar la urgencia por el crecimiento de nuestra población, y que de ningún modo podemos abaratar la admisión al Seminario ni la calidad de la Formación.

 

                Hoy más que nunca urge la oración por las vocaciones sacerdotales. Para esto es muy importante la formación cristiana dentro de las familias, la educación en los colegios católicos y el trabajo de la Pastoral Juvenil, para que todos los jóvenes descubran que, lo que vayan a ser en la vida, sea bajo la mirada de Dios nuestro Señor, sabiendo que todos somos llamados por Dios a la santidad de vida, y que como bautizados tenemos la misión de dar frutos de vida cristiana. Con estas premisas, muchos más jóvenes pueden considerar el llamado al sacerdocio.

 

                ¡Sea alabado Jesucristo resucitado!

 

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán